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lunes, 12 de febrero de 2024

 

I DOMINGO DE CUARESMA (CICLO B)


La Cuaresma que iniciamos es la gran invitación de Dios a dejarnos hablar amorosamente por Él.  Debemos saber aprovechar este tiempo favorable y dar frutos de conversión.  “Arrepentíos  y creed”,  es la invitación que nos hace Jesús.  ¿Y cómo podemos arrepentirnos, sino escuchamos a Dios?  ¿Y cómo podemos escuchar, si no hacemos silencio en nuestro corazón?

Es necesario hacer callar muchas voces y mucho ruido cotidiano, para oír mejor la llamada de Jesús, a cambiar, a renovarnos, a revisar la gracia de nuestro bautismo, a morir al pecado y resucitar a Cristo.

La cuaresma es tiempo de cambio.  A veces nos cuesta creer en la posibilidad de cambiar.  Parece difícil poder cambiar.  Pero lo más importante para cambiar es fiarse de Dios.  Para Dios nada hay imposible.

La 1ª lectura, del libro del Génesis, nos ha hablado del diluvio universal.  En los tiempos en que ocurrieron estos hechos, la sociedad en que vivía Noé se había alejado completamente de Dios, como está pasando ahora. Y, como a muchos les ocurre hoy en día, nada les parecía pecado. 

El pecado es algo incompatible con Dios y con los proyectos de Dios para el hombre y para el mundo; por eso, cuando el odio, la violencia, el egoísmo, el orgullo, la prepotencia llenan el mundo y producen la infidelidad de los hombres, Dios tiene que intervenir para corregir el rumbo de la humanidad.

El pecado no es una realidad que pueda coexistir con esa vida nueva que Dios nos quiere ofrecer. El pecado destruye la vida y asesina la felicidad del hombre; por eso, tiene que ser eliminado de nuestra existencia.

En tiempos de Noé, el agua del diluvio terminó con la vida corrupta contraria al plan de Dios y surgió una vida renovada, de acuerdo al plan de Dios.  Sin embargo, nuestro mundo se halla inundado por nuevo diluvios, como son el diluvio de la vulgaridad, de la inmoralidad, de la violencia, de la increencia, y nosotros, como Noé, debemos ser fieles a Dios para que estos diluvios no se sigan dando y brille la vida nueva que Dios nos quiere dar.

La 2ª lectura, de San Pedro, nos ha recordado que, con la muerte y resurrección de Jesús, Dios hace un nuevo y definitivo pacto con el hombre, un pacto que queda sellado con las aguas del sacramento del Bautismo. 

A través del Bautismo, Dios ha creado una nueva humanidad y somos llamados a nacer a una vida nueva en Dios a través de la gracia que recibimos en dicho sacramento.  A partir del Bautismo somos hijos de Dios y de esta manera Dios puede actuar en nosotros y hacer una humanidad nueva.

El agua que recibimos en el Bautismo ya no es un agua que destruye, sino un agua que nos purifica y regenera. 

Pero no pensemos, ni por un momento, que simplemente por haber sido bautizados ya estamos salvados y podemos hacer lo que queramos.  Después de quedar limpios en el Bautismo, si caemos en pecado, aún nos queda un camino a seguir: arrepentirnos y confesar nuestros pecados.

El Evangelio de san Marcos nos ha narrado las tentaciones de Jesús en el desierto y la llamada a la conversión.

Jesús, asumió de tal forma nuestra vida, que incluso fue tentado, como lo somos cada uno de nosotros. 

A lo largo de nuestra vida llegan momentos en los que nos tenemos que definir, y ahí, es donde somos tentados: O nos decimos por una cosa o nos dejamos llevar por otras sugerencias.  Jesús es tentado y en la tentación opta por lo que el Espíritu le dice.

La vida es la que nos presenta momentos de opción en los que tenemos que dar la talla. Y, optamos por dejarnos guiar por Dios, por nuestra conciencia, o, bien optamos por dejarnos guiar por las apariencias tentadoras y apetecibles.

La Cuaresma es un buen momento para que cada uno de nosotros, que nos decimos cristianos, examinemos qué lugar ocupa Dios en mi vida, en mis proyectos y en mis decisiones.

Como Jesús, nosotros hoy estamos sometidos a tentaciones de todo tipo: oportunidades para dejar a Dios de lado y enfocar nuestra vida por otros rumbos.

Nadie, por muy santo que sea se ve libre de la tentación. Y esto no es malo, es simplemente un aspecto de nuestra condición humana. El sentir tentaciones no es malo, ni significa que seamos malos. Es algo normal y natural. Lo raro sería no tenerlas. 

Jesús vence las tentaciones y nos muestra el camino para ello: tener a Dios como cimiento, dejarnos iluminar por su palabra a la hora de buscar solución a nuestros problemas, a nuestros proyectos, a nuestros deseos.  Si Dios y su Palabra son el sustento de nuestra vida, venceremos las tentaciones.

¿Qué tentaciones me seducen y me acorralan? ¿Cómo las voy a vencer?