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lunes, 11 de mayo de 2020

VI DOMINGO DE PASCUA (CICLO A)

La liturgia de este 6° Domingo de Pascua nos invita a descubrir la presencia de Dios en su Iglesia y a prepararnos para recibir el gran don y regalo de Pascua: el Espíritu Santo. 

La 1ª lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles nos presenta al diácono Felipe predicando a los samaritanos. Esta lectura de hoy nos hacer ver la necesidad y la urgencia que tenemos de evangelizar.

Cuando un pueblo, una ciudad recibe a Jesús, nos decía la 1ª lectura, esa ciudad “se va llenando de alegría”.  Ese es el resultado que produce la predicación del Evangelio en las personas que acogen al Señor: sus corazones se llenan de alegría.  Cristo se convierte en el sentido de su vida, la fe nos da esperanza.  La predicación libera a los que viven sometidos al yugo del mal, de la enfermedad, de la muerte.  

Quizás en nuestra vida nos falta alegría y nos sobran problemas, preocupaciones, angustias y dudas y esto es muchas veces debido a que nos falta alegría y paz y la causa de ello es “la ausencia de Dios en nuestras vidas”. 

Cuando Dios está en nuestros corazones, ni siquiera la enfermedad nos puede entristecer o inquietar: acaso nos haga sufrir, pero no arrancará de nosotros la paz.

La 2ª lectura de la 1ª carta de san Pedro nos exhortaba a dar razón de nuestra esperanza a quien nos lo pida.

No podemos vivir auténticamente nuestra fe, si ignoramos, si no conocemos la esencia de nuestra fe.  A veces, decimos que tenemos fe, pero, ¿esa fe está fundamentada en la verdad, en la Palabra de Dios, en la Tradición de la Iglesia? ¿O por el contrario, nuestra fe está basada en creencias populares o tradiciones familiares, o en supersticiones?

La Iglesia necesita laicos cristianos bien formados para que den razón de su fe y de su esperanza a quienes se la pidan en el ámbito de la cultura, de la política, de la vida, del trabajo. La cultura ha de ser evangelizada desde dentro, desde sus raíces más hondas y profundas. Necesitamos cada día más una cultura liberadora del hombre y que dé y promueva la esperanza en todos. Desterremos para siempre la violencia, la guerra, la exclusión, el hambre, la muerte, dando razón de nuestra fe.

Hay que vivir con más empeño nuestra fe, con más conocimiento de causa. De lo contrario, la vida se nos hace rutinaria y sin sentido.  Frecuentamos los sacramentos, sin saber lo que son. Rezamos o hablamos de nuestra fe, cuando en realidad no conocemos qué es lo que decimos creer o esperar.

En el Evangelio de San Juan nos decía el Señor: “Dentro de poco el mundo no me verá, pero vosotros me veréis y viviréis, porque yo sigo viviendo... en vosotros”.

Algunas personas ven a Jesús como un gran personaje histórico, como un hombre importante, pero se olvidan de ver a Jesús como Dios. A veces, vemos a Cristo de una manera mundana.  Nos acercamos a Cristo fijándonos en aquél que nos puede solucionar problemas y no sabemos ver la voluntad de Dios.  Cristo es mucho más que alguien que soluciona los problemas de la vida.

Cristo está presente y actuante en el mundo y nos pide solo una cosa: amarlo, y amarlo significa cumplir sus mandamientos.

“El que acepta mis mandamientos y los guarda, ese me ama”.  El amor a Jesús es la condición para cumplir sus mandamientos en libertad, lo mismo que cumplirlos será la prueba del amor que le tengamos a Él. Quien no ama a Jesús no puede amar a los demás; quien no ama a los demás no es posible que ame a Jesús.  El que ama lo manifestará en todo lo que haga, ya que el amor posee a la persona. No podemos actuar con amor unas veces y otras no.

Amar, ciertamente es difícil.  Y todavía más ser fiel en el amor.  Obedecer unos mandamientos sólo se puede hacer desde el amor.  Por eso nos dice Jesús que guardaremos sus mandamientos si lo amamos, porque obras son amores y no buenas razones.

Pero Jesús se apresura a decir que intercederá por nosotros para que el Padre nos dé su Espíritu.  Cristo conoce nuestra fragilidad.  Sabe el poco aguante que tenemos.  Sabe que necesitamos vitaminas para poder avanzar en su camino, camino de amor.  Por eso nos envía al Espíritu Santo.  Un Espíritu que crea comunidad, Iglesia, como veíamos en la primera lectura.  Un Espíritu que hemos recibido en el bautismo y la Confirmación y que a veces no reconocemos.  

Jesús nos dice que “habita entre vosotros y estará en vosotros.”.  Pero hay que abrir el corazón para dejarlo actuar.  Hay que abrir las barreras que lo tienen atado.  Esas barreras que son nuestra flojera en servir, nuestro comodismo, nuestro egoísmo.  Dejemos actuar al Espíritu en nosotros y manifestemos nuestro amor a Dios cumpliendo sus mandamientos.