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lunes, 5 de mayo de 2025

 

IV DOMINGO DE PASCUA (CICLO C)


Estamos en el cuarto domingo de Pascua.  Este domingo es el domingo del Buen Pastor.  El Buen Pastor es una imagen que emplea el Señor para referirse a sí mismo. 

La 1ª lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles nos presenta a Pablo y a Bernabé en su actividad evangelizadora.  Son enviados por Jesús, para salvar no sólo a los judíos, sino a todos los que quieren recibir el mensaje del Señor.

Dios ha enviado a su Hijo para salvar a todos aquellos que acepten en libertad esta oferta de salvación de parte de Dios.  La Iglesia naciente, empieza a abrir sus puertas a la universalidad.  Los apóstoles no se quedan encerrados en predicar sólo a los judíos sino a todos los hombres, a todos los pueblos.  Esto crea envidias y celos por parte de los dirigentes religiosos judíos.

La Iglesia tiene la misión de cumplir con el mandato del Señor: “Id por todas partes y predicad el Evangelio”.   Hay que anunciar la salvación a todos los hombres a todos los pueblos.  Pero la misión de la Iglesia no es ganar seguidores sea como sea, para aumentar el número de sus fieles, ni para presumir de ser más que otros, ni para imponerse sobre otras religiones o culturas. La Iglesia tampoco busca hacer propaganda barata para aumentar su influencia en la sociedad, para controlar las creencias de las personas o para obtener mayores beneficios económicos.

La Iglesia católica se define, como su nombre indica, por su universalidad y ésta es la gran misión de la Iglesia, para esto existe para ser universal, porque esto es lo que Cristo le pidió a sus apóstoles: que todos los hombres de todo tiempo y lugar sepan del amor con que Dios los ama; sepan que Dios es su Padre y que quiere la felicidad de todos sus hijos; sepan que han sido elegidos por Dios para la vida eterna, de modo que la muerte no será una realidad definitiva sino el paso hacia la vida eterna, hacia la vida sin fin.

La 2ª lectura del libro del Apocalipsis nos hablaba hoy del cielo al que todos esperamos ir un día. San Juan ve una muchedumbre inmensa que nadie puede contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas, de pie, delante de Dios.  Es decir, la salvación de Cristo es para todos, para todos los que deseen ser salvados y se sientan necesitados de salvación.

San Juan nos dice también que nadie pasará hambre ni sed, que el mal ha sido vencido y erradicado definitivamente, y Dios en medio de todos, secando las lágrimas.  ¡Qué imagen tan sencilla, tan maternal, tan cariñosa, para expresar todo el amor que tendremos y que saciará nuestro corazón por completo, porque veremos a Dios cara a cara!

Sin embargo nosotros no olvidamos que seguimos aún en este mundo, en medio de las luchas y los problemas de cada día.  Pero es bueno detenernos de vez en cuando y elevar nuestros ojos hacia la patria definitiva.

En el Evangelio de san Juan, Jesús se nos presenta como el Buen Pastor, el único Pastor, y nosotros –todos—somos parte de su Rebaño.

Como cristianos, tenemos que reconocer la voz de Dios, y Jesús es esa voz que nos da vida. Hay muchas formas de apagar una voz: la violencia, un ruido más fuerte, cambiarla por otras voces, taparnos los oídos. San Juan nos ofrece una de las señales de que pertenecemos a Jesús, de que somos de Él: si somos capaces de conocer su voz.  “Discípulo es el que sabe escuchar la voz de Jesús”.

Sería importante que recordáramos cuales voces influyen en nuestra vida diaria si las voces del mundo o la voz de Jesús.  La voz de Jesús es una voz que se presenta como la gran noticia de salvación, pero es una voz que nos pide también una verdadera conversión.

La voz de Jesús es una voz misericordiosa que transforma a las personas, pero también es una voz llena de autoridad para exigir verdad y coherencia entre nuestra fe  y nuestra vida, no es primero sí y luego no.

Hay que tener el oído y el corazón muy atentos porque hay muchas voces que quieren ahogar la voz de Jesús, como si Él no tuviera nada que decir a nuestro mundo de hoy.  Nuestro gran reto hoy es saber reconocer esa voz amorosa entre tantas voces que quieren ahogarla y que llegan a nosotros diariamente para confundirnos y ensordecernos.

Si Jesús pide el reconocimiento de su voz, lo que Él ofrece es mucho más importante: Él nos conoce. Conoce nuestro interior y, lo más importante, ¡conociéndonos nos ama! Nosotros vamos por la vida y, aunque no lo queramos, llevamos como especie de máscaras. Algunas personas nos conocen superficialmente, otras conocen un aspecto nuestro, otras solamente nuestro nombre, el cargo o situación que ocupamos dentro de un grupo, de una familia o de una sociedad. Y así nos tratan y así nos respetan o nos ignoran. Pero Jesús conoce  nuestro interior. Así dirige su voz a cada uno de nosotros. Su voz es una voz amiga.

Jesús no se deja engañar por nuestras expresiones y máscaras porque descubre las razones de nuestras alegrías, de nuestros complejos y de nuestros temores. Sabe descubrir nuestro lado positivo y lo mejor de nuestro corazón.  La voz del Señor nos lanza a la esperanza, nos levanta de nuestros fracasos, nos mantiene alertas en nuestras luchas.

Reconocer a Jesús como pastor nos obliga a seguirlo. No nos podemos quedar en la romántica figura de un pastor cargando a su oveja, sino que implica un seguimiento incondicional.

Preguntémonos hoy: ¿estoy siguiendo la voz de Jesús, que da vida o la voz del mundo que es una voz de ambiciones y egoísmo?