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lunes, 1 de abril de 2024

 

II DOMINGO DE PASCUA (CICLO B)


Estamos en el segundo domingo de Pascua, celebrando la resurrección del Señor.  La Pascua de resurrección es una fiesta tan grande que no se puede celebrar en un solo día.  Por eso la Iglesia dedica 50 días para celebrarla.  Este segundo domingo de Pascua se le llama el domingo de la Divina Misericordia.

La 1ª lectura, del libro de los Hechos de los Apóstoles, nos presenta los rasgos de la comunidad ideal: es una comunidad formada por personas diferentes.  La Iglesia es una comunidad que agrupa a personas de diferentes razas y culturas, unidas por Jesús y su proyecto de vida, pero todos los miembros de la Iglesia tienen y viven la misma fe con un solo corazón y una sola alma.

La Iglesia es una comunidad fraterna, solidaria, que comparte y se entrega al servicio de todos y así testimonia a Jesús resucitado.  La comunidad cristiana es una comunidad que comparte que vive el amor, el servicio.  El cristiano no puede, por tanto vivir cerrado en su egoísmo, indiferente a lo que le pasa a sus hermanos. 

La comunidad ideal es aquella que sabe compartir sus bienes.  Una comunidad cristiana donde algunos malgastan sus bienes mientras otros no tienen lo suficiente para vivir dignamente, no puede ser una comunidad cristiana.  No podemos creernos que somos cristianos simplemente porque venimos a la Iglesia, pero nos pasamos la vida acumulando bienes materiales y viviendo al margen de los sufrimientos de los hermanos más pobres.  No podemos creernos que somos cristianos porque damos unas monedas de limosna en la parroquia pero explotamos a los obreros o cometemos injusticias.

¿Qué nos ha pasado a los cristianos?  En nuestros corazones muchas veces lo único que hay es ambición y egoísmo.  La ley del amor la hemos sustituido por “mío, mío”, o “yo, yo, yo”.

Hay que compartir lo que se tiene, hay que dar al que lo necesita, hay que mirar también por los demás, hay que ser desprendidos, desinteresados y más generosos para ser esa comunidad ideal que nos describe hoy la primera lectura.

La 2ª lectura, de la primera carta de san Juan, nos dice que amar a Dios significa adherirse a Jesús y por lo tanto amar a los hermanos.  Quien no ama a los hermanos no cumple los mandamientos de Dios y no sigue a Jesús.

Si amamos a Dios, a Cristo y a los hermanos, podemos “vencer al mundo”, es decir, podemos vencer al egoísmo, al odio, a la injusticia, a la violencia que gobierna el mundo.  A esta manera de vivir de muchas personas, nosotros tenemos que vivir el amor, el estilo de vida de Jesús.

El amor vence todo aquello que oprime al hombre y que le impide vivir una vida verdadera, una felicidad total.  Aunque el amor, a veces, parezca debilidad frente a los poderosos y a los dueños de este mundo, la verdad es que el amor siempre tendrá la última palabra.  Sólo el amor nos asegura una vida verdadera y eterna, sólo el amor es el camino para construir un mundo nuevo y mejor.

El Evangelio de San Juan, insiste hoy en que Jesús está vivo y presente en la comunidad, sobre todo cuando nos reunimos el domingo para celebrar la Eucaristía.

Los apóstoles estaba encerrado por miedo a los judíos y se aparece Jesús y les dice: “Paz a vosotros”. A nosotros los que estamos inquietos, belicosos unos contra otros, en una guerra interior más o menos sorda o ruidosa, a nosotros que hemos perdido la paz interior y quizá también la exterior, Jesucristo nos puede dar la paz, esa paz que sólo puede dar el que ha vencido definitivamente el odio y la violencia desde la cruz.

“Los apóstoles, al verlo, se llenaron de alegría”. También nosotros, en medio de los sinsabores y angustias de la actual situación, debemos llenarnos de alegría, porque Jesús que “estaba en medio de ellos” es el mismo que está en medio de nosotros: “dichosos los que creen sin ver”.

La fe en el Resucitado es la que puede vencer la verdadera enfermedad del hombre contemporáneo que es la tristeza. Para el hombre que anda en búsqueda nerviosa de distracciones, en afán desmedido de comodidades, nadando en placeres fugases, hay una buena noticia: el Resucitado, Cristo el Señor, puede dar una verdadera alegría que el mundo no da.

Pero la paz y la alegría no nos pueden llegar sin el perdón. Por eso Jesús el Resucitado nos ha dejado este gran regalo en su Iglesia: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos”. Sólo podremos tener la verdadera paz cuando nos hayamos reconciliado con Dios y con los hermanos; gozaremos de la verdadera alegría cuando hayamos experimentado en nuestra vida el amor misericordioso de Aquél que entregó su vida por nosotros.

Sólo cuando experimentemos la salvación hecha perdón, paz, alegría, habremos descubierto lo que significó para los primeros cristianos decir “Jesús es el Señor”. Sólo cuando descubramos que Jesús es “nuestro Señor”, le encontraremos sentido a una catequesis continua en nuestra vida, sólo así podremos descubrir la maravilla de celebrar los sacramentos, no como ritos muertos, sino como presencia viva del Resucitado.