MIÉRCOLES DE CENIZA (CICLO C)

Las Lecturas de este importante día con que la Iglesia da inicio a la Cuaresma, el Miércoles de Ceniza, nos llaman a la conversión, al arrepentimiento y a la humildad… tres cosas que hay que tener en cuenta en este tiempo especial que llamamos Cuaresma, durante el cual debemos prepararnos para la conmemoración de la Pasión y Muerte del Señor y la celebración de su Resurrección triunfante el Domingo de Pascua.
Al empezar la cuaresma, Jesús en el Evangelio de hoy nos ofrece tres herramientas, tres actividades que son necesarias para renovar y confirmar nuestro seguimiento de Jesús, y expresar la nueva vida que Dios ha hecho nacer en nosotros: la oración, el ayuno y la limosna. Constituye un buen programa para este tiempo. Cada uno de nosotros debiera salir de esta celebración de hoy concretando la práctica de este ejercicio cuaresmal: ¿Cómo y cuándo rezaremos a este Dios estos 40 días? ¿De qué cosas ayunaré este año? ¿Qué gesto de amor haré a favor de mis hermanos, en especial de los más necesitados?
La oración ha de ocupar un lugar preferente en el tiempo de Cuaresma. Una oración permanente y fiel al momento del día que hayamos decidido elegir. Una oración que refuerce nuestros vínculos con Jesús. Una oración que sea un diálogo amoroso con el Señor que consiste en hablarle, en explicarle nuestras cosas, las necesidades de los hermanos, en escucharlo en todo aquello que Él nos dice en el evangelio y en el fondo del corazón. Una oración en la que expresemos cómo lo amamos, y en la que sintamos su amor, su entrega, al contemplarlo clavado en la cruz y glorioso una vez resucitado. Y eso tanto en su persona, como en la de todos los hombres y mujeres de nuestro mundo.
En un mundo como el nuestro, enloquecido por el consumo, la diversión, la evasión, y que nos endurece el corazón ante tanta creciente pobreza y tanto sufrimiento, necesitamos ayunar. No porque nos guste el ayuno por el ayuno, ni porque esperemos acumular muchos méritos ante Dios, sino porque el ayuno nos hace capaces de abrir los ojos y de esponjar el corazón, nos hace más libres para amar y seguir a Jesús. Ayunar de aquello que nos engorda de orgullo, de vicio, de pasiones, de ataduras con las cosas, de ser esclavos de nosotros mismos y nos priva de amar, de llenarnos de Dios y de los demás. Cada uno verá de qué cosas debe ayunar. Y sabemos que no siempre el ayuno deberá ser de comida y bebida. ¿Qué ayuno hará cada uno durante esta Cuaresma para ampliar su capacidad de amar?
La limosna, ha de ser también signo de nuestra sincera conversión cuaresmal, de la autenticidad de nuestra oración, de los frutos de nuestros ayunos. Dar y compartir nuestro dinero, las cosas, el tiempo, nuestras capacidades y cualidades, nuestra persona entera. Tener demasiado hace daño. Nos hace incapaces de andar ligero, nos esclaviza, nos distancia de los demás, nos aprieta el corazón. ¿Qué daré a los demás en esta Cuaresma? ¿Más tiempo a mi familia, mayor delicadeza a mi trato con los demás? ¿Vaciar algo mi bolsillo para llenar el de aquellos que lo tienen vacío? ¿Qué haré para ser más solidario con el mundo pobre y marginado? ¿Con qué grupos puedo colaborar o aportar mi ayuda? Aquello que ahorre con mi ayuno y privaciones cuaresmales, ¿por qué no lo entrego a los necesitados?
El gesto penitencial de la imposición de la ceniza y el acercarnos a la mesa del Señor para recibir la Eucaristía han de ser expresión ante Dios y la comunidad aquí reunida de nuestro firme compromiso de ser fieles al Señor. Han de ser, también, reconocimiento de nuestra debilidad, de nuestra condición pecadora, de nuestras ganas de renovar la vida y la necesidad que todos tenemos de la comunión con Jesús.
I DOMINGO DE CUARESMA (CICLO C)

En este tiempo de cuaresma estamos invitados a intentar recuperar el espíritu verdadero de nuestra fe, el sentido de porqué somos y nos llamamos cristianos, y esto sólo lo conseguiremos si nos tomamos en serio seguir a Jesús. Hacer del Señor el centro de nuestra vida.
La 1ª lectura del libro del Deuteronomio es una manifestación de fe. El pueblo tiene que recordar su historia para no olvidarse de todo lo que Dios ha hecho por ellos.
Una persona o un pueblo que desconoce su historia es como un árbol sin raíces o un edificio sin bases. Está abocado a repetir los mismos errores del pasado. Una de las características del hombre actual, es precisamente su poco interés por la historia y por todo aquello que implique esfuerzo y sacrificio. El hombre de hoy prefiere las cosas prácticas, fáciles y rápidas.
Algunas personas pobres que lograron, por algún medio, cierta capacidad económica, son quienes más desprecian y explotan a sus hermanos. Algunos padres de familia que pasaron una niñez difícil, y tuvieron que trabajar fuerte para progresar, hacen hasta lo imposible para ofrecerles a sus hijos todo lo necesario y hasta más, con el fin de evitarles las fatigas y sufrimientos que a ellos les tocó vivir. Muchos de estos niños y jóvenes crecen como en una caja de cristal, totalmente protegidos y dependientes. Se convierten en personas duras de corazón, miedosas e incapaces de hacer compromisos serios por su vida y por los demás. Se avergüenzan del pasado de sus padres y hasta preferirían tener otro apellido de más tradición.
Esta primera lectura pretende mantener viva la memoria histórica en el pueblo. Para que el pueblo valore y agradezca la entrega de sus antepasados y la acción de Dios en él. Para que no desprecie a los más pobres, pues él mismo fue pobre y esclavo. Para que acoja a los forasteros, pues él fue forastero en otros países. Para que comparta solidariamente con los hambrientos, pues él también pasó hambre. Para que no se convierta en explotador, pues él también fue explotado. Para que en tiempo de crisis luche por estar mejor, pues la voluntad salvífica de Dios es la plena libertad y la felicidad para sus hijos.
Vale la pena que como personas, como familia y como pueblo, mantengamos viva nuestra memoria histórica.
La 2ª lectura de San Pablo a los Romanos nos dice que nuestros labios pueden pronunciar la mejor oración dirigida a Dios si las palabras son una auténtica confesión de que Jesús es nuestro único Señor. Nada ni nadie debe ocupar nuestra mente ni nuestro corazón por encima de Él. Ningún otro señor de esta tierra puede satisfacer nuestras ansias de plenitud. Más bien, nos dejan más sedientos e insatisfechos. Dios desea liberarnos, sacarnos de la muerte. Dejemos a Dios que actúe en nuestra vida.
El Evangelio de san Lucas nos ha presentado las tentaciones de Jesús en el desierto. Las tentaciones son símbolo del mal y de todo lo que nos aleja de Dios. Nosotros también somos tentados.
Resulta curioso que la Cuaresma tenga lugar a continuación de los carnavales. Porque los carnavales son el tiempo de los disfraces. El tiempo de máscaras, cuando nadie quiere mostrar su propia cara y cada uno se esconde detrás de su propio disfraz. Somos los mismos, pero disfrazados. Somos los mismos pero disimulando nuestra identidad y revistiéndonos de cualquier otro personaje.
Y lo más curioso todavía es que la Cuaresma comienza también con un disfraz: con las tentaciones de Jesús que no son sino un disfraz del demonio para engañar a Jesús. Cualquiera de las tres tentaciones no son sino disfraces del mal contra el bien.
El pecado necesita revestirse del bien para que nosotros lo aceptemos libremente. El pecado se disfraza de la bondad del placer. El pecado se disfraza de la bondad de la libertad. El pecado se disfraza de la bondad del éxito. El pecado se disfraza de la trampa de que “nadie se va a enterar”.
Los enamorados se disfrazan diciendo “es que lo hacemos por amor”. Las infidelidades se disfrazan de “oportunidades”. Las mentiras se disfrazan de “piadosas”. Unos traguitos de más, se disfrazan “para matar las penas”.
El pecado nunca presenta la cara al descubierto. Siempre aparece escondido y disfrazado. Pero ¿dónde está el verdadero disfraz de las tentaciones de Jesús? En tratar de justificarlas con la Palabra de Dios. Por tanto utilizar a Dios como una justificación y legitimación de lo que podía y debía hacer. Y esta es la peor tentación y el peor de los disfraces.
Jesús y el diablo aparecen como dos conocedores de la Palabra de Dios. Los dos citan la Palabra de Dios. Con la única diferencia de que el Diablo leía la Escritura según sus conveniencias. En tanto que Jesús le dio una lectura correcta.
Este tiempo de Cuaresma es tiempo de gracia para nosotros, tiempo para que reflexionemos sobre qué estamos construyendo nuestra vida. Tiempo para que elijamos adherirnos definitivamente al Señor Jesús. Que su Espíritu nos ayude a vencer la tentación de ir por la vida con nuestros disfraces. Que esta Cuaresma nos quitemos nuestras máscaras para poder reconocernos como Hijos de Dios y hermanos de nuestros prójimos.