VIII DOMINGO ORDINARIO (CICLO C)

La Palabra de Dios de este domingo nos quiere invitar a preguntarnos acerca de nuestra mirada, nuestras acciones y nuestras palabras, para que busquemos siempre una coherencia entre nuestra vida y nuestras palabras.
La 1ª lectura del libro del libro del Eclesiástico, es un breve poema que nos invita a no equivocarnos a la hora de valorar a las personas.
¿Cómo conocer a los hombres? La primera lectura nos señala tres criterios: la criba, el horno y el fruto. Igual que la criba separa el trigo de la cascarilla y la suciedad, así la bondad o la maldad de los hombres se reflejan en sus acciones y en sus palabras.
Igual que los fallos en las piezas de alfarería se ven a la hora de ser cocida en el horno, así las pasiones de los hombres se revelan en el calor de la discusión. Y lo mismo que los árboles se conocen por sus frutos, así los pensamientos y los corazones de los hombres se traslucen en sus palabras y en sus obras.
Por lo tanto para conocer bien a una persona, es necesario conocer antes su modo de pensar, hablar y obrar. Por ello, la sabiduría nos recomienda extremada prudencia a la hora de juzgar a los demás, ya que sólo Dios conoce el interior de cada persona. Así que no nos precipitemos a la hora de emitir juicios sobre las personas.
La 2ª lectura de la Primera carta de San Pablo a los Corintios, termina la exposición que hemos venido oyendo sobre la forma de la resurrección de los cuerpos, y especialmente en torno a la forma de transformación de quienes estén todavía vivos en ese momento.
Tenemos que darle gracias a Dios que nos ha dado la victoria sobre la muerte gracias a Jesucristo. La vida cristiana ha de ser por lo tanto optimista y libre de temor. El cristiano es un vencedor de la muerte en Cristo resucitado, por ello, en la vida del cristiano no hay lugar alguno para la tristeza, ni existe nada que nos quite la certeza de participar en la gloria en Jesucristo. La muerte es tránsito a la gloria.
El Evangelio de san Lucas nos ha presentado una breve comparación o parábola: “¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo?”.
En las parroquias comprobamos muy a menudo que se utilizan medidas diferentes para juzgar a las personas: cuando nos referimos al sacerdote, siempre le criticamos por lo que no hace y que nosotros creemos que debería hacer; cuando hablamos de los políticos o sindicalistasles dejamos verdes; cuando hablamos del compañero de trabajo, de la vecina o de la suegra, siempre son ellos los malos. Pero cuando hemos de hablar de nosotros mismos, entonces no tenemos gran cosa de que convertirnos, porque no mato, no robo, y de vez en cuando hago una visita relámpago a mis padres, a mis abuelos.
Pues bien, el Evangelio de hoy nos invita a la autocrítica: si no soy capaz de ver la viga que tengo en mi ojo, ¿cómo podré ver la mota que tiene el vecino en el suyo?
No tenemos derecho a juzgar a nadie por las apariencias -pues estas frecuentemente engañan-, ni mucho menos debemos condenar a nadie. ¿Qué sabemos de esa persona a la que ligeramente juzgamos? ¡Hay tantos dramas encerrados en el interior de la persona, tantos sufrimientos físicos y psicológicos que desconocemos, tantas razones ocultas!
Necesitamos una buena dosis de amor, misericordia y tolerancia ante las diferencias. Por sus frutos se conoce si un árbol es bueno o malo. Diríamos también que por las palabras podemos conocer cómo es el corazón del hombre. Hay palabras duras, hirientes, que matan. Son el fruto de un corazón de piedra que no sabe amar. ¡Cuánto daño podemos hacer con nuestras palabras envenenadas! Con la palabra podemos ridiculizar, engañar, humillar, hundir… a nuestro prójimo.
¡Con qué facilidad detectamos los defectos de los demás y cuánto nos cuesta ver los nuestros!
Pensemos… ¿cómo reaccionamos cuando se nos denuncia algún defecto propio? ¿Excusándonos? ¿Negándolo? ¿Esperando que los demás también nos excusen y nos acepten así? ¿O tal vez -por casualidad- aceptamos la corrección y tratamos de cambiar? De eso se trata la seria advertencia del Señor hoy en el Evangelio.
Dios nos ama a pesar de nuestros defectos, y conoce muy bien nuestras “máscaras”.
Por eso es tan importante ir disminuyendo los defectos y aumentando las cualidades, que es lo mismo que decir: ir borrando pecados y creciendo virtudes.
Un buen programa de vida para esta semana: que nuestra palabra sea constructiva y no destructiva, que esté guiada por el amor y el deseo de hacer el bien.