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lunes, 4 de octubre de 2021

 

XXVIII DOMINGO ORDINARIO (CICLO B)

La liturgia de este domingo nos invita a reflexionar sobre qué cosas son importantes en nuestra vida.

La 1ª lectura del libro de la Sabiduría nos pone el ejemplo de Salomón que, antes que la belleza, la riqueza o la salud, prefirió la Sabiduría para poder gobernar a su pueblo.  La sabiduría de la que nos habla la primera lectura no se refiere a la sabiduría de saberes humanos, sino la Sabiduría que viene de Dios.

Ser sabio no es saber muchas cosas o tener grandes conocimientos.  Es tener paz interior para ver las cosas desde los ojos de Dios y encontrar así el sentido de la vida.

Vivimos de lo que dicen los periódicos, de los chismes, de esas personas que admiramos por sus muchos conocimientos. Algunas personas son un auténtico depósito de conocimientos. Tienen una memoria prodigiosa que les permite hablar de todo, de casi todo. Pero, ¡vana es la ciencia! Lo que vale es “la sabiduría”. Es un don divino. Un poco de sabiduría vale más que mil libros, que mil periódicos.  Debemos preferir la Sabiduría de Dios a cualquier otra cosa si realmente queremos ser felices.

La 2ª lectura de la carta a los Hebreos nos invita a escuchar y a acoger la Palabra de Dios.

Cuántas veces no nos hemos sentido defraudados ante las palabras. Hay quienes tienen como tarea decir muchas palabras. Todo lo dicen. Pero, sin embargo, la palabra no llega, no resuelve nada. Es como el polvo, “innecesario”. Y, sin embargo, hay algunas palabras que nunca pasan. Hay palabras capaces de herir hasta en lo más profundo del ser. ¡Llegan! ¡Llegan tanto… que resultan inolvidables! ¿Quién de nosotros podrá olvidar algunas frases que escuchó, una vez, y desde entonces han formado parte de su vida? Así es la Palabra de Dios: Viva, eficaz, tajante, penetrante.

Hemos de descubrir la importancia de confrontar nuestra vida con la Palabra de Dios, ella nos puede ayudar a aclarar nuestra vida, a tomar decisiones importantes, a ayudarnos a crecer, y a discernir el bien del mal. Por eso, la Palabra de Dios que leemos en cada misa siempre tiene un mensaje importante para el ser humano.

El Evangelio de san Marcos nos ha presentado al joven rico que le pregunta a Jesús qué tiene que hacer para salvarse.

Un antiguo proverbio dice: “Todos nacemos con los puños cerrados pero todos debemos morir con las manos abiertas”.  Los puños cerrados y las manos abiertas simbolizan el espíritu de posesión y el espíritu de desprendimiento.

No podemos disfrutar de algo, al menos que tengamos libertad para soltarlo y dejarlo.  Sin esta libertad, lo que poseemos nos posee.  Nos convertimos en esclavos de nuestras posesiones.

Dios nos dice que debemos amar a las personas y usar las cosas.  Jesús nos dice: “guarda tu corazón para amar a las personas: tu familia, tus vecinos, Dios”. 

Jamás le des tu corazón a una cosa, porque si lo haces, esa cosa, sea lo que sea, se convertirá en tu dueño.  Si entregamos nuestro corazón a las cosas, eso nos causará ansiedad y nos quitará hasta el sueño.  Cuando empiezas a amar las cosas, comienzas a usar las personas para conseguir cada vez más abundantes cosas.

La Biblia no dice que el dinero sea la raíz de todos los males, sino que el amor al dinero es la raíz de todos los males.

Tener dinero no es un mal, pero entregarle el corazón al dinero es una tragedia y un pecado.  Acumular riquezas, olvidándonos de los demás no nos da paz, no nos hace crecer como persona humana, sino que nos destruye y nos deshumaniza, nos va haciendo indiferentes e insolidarios antes las desgracias ajenas

Si entregas tu corazón a las cosas de este mundo, pronto empezarás a competir con los demás a ver quién tiene más.  Empezarás a vivir a toda prisa, a fin de hacerte cada vez más rico.  Y esto producirá hipertensión, úlceras, ansiedad y depresión.  Si escoges este camino, pronto estará uno tratando de hacer trampas o engañar a otros para conseguir más.

Tenemos que estar dispuestos a abrir nuestras manos y a desprendernos de las cosas.  Seremos dichosos si entregamos nuestro corazón solamente al amor de Dios y a las personas.

Todos los seres humanos somos hijos de Dios, debemos vivir como hermanos entre nosotros, compartiendo y así podremos llamar a Dios, Padre.  Dios ha creado el mundo para todos; el mundo es de todos y todos tenemos derecho a disfrutar de él y de sus riquezas.  Y mientras que no compartamos solidariamente estamos apropiándonos indebidamente de lo que Dios ha puesto en el mundo para que lo disfrutemos todos y no sólo unos pocos.