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lunes, 8 de marzo de 2021

 

IV DOMINGO DE CUARESMA (CICLO B)

Estamos ya en el cuarto domingo de cuaresma y las lecturas nos hablan del amor de Dios por su pueblo.  Las lecturas de hoy son un canto de alegría al mostrarnos que el amor de Dios por nosotros no sólo lo manifestó en palabras, sino con obras, al enviar a su Hijo para nuestra salvación. Por eso a este domingo se le llama “laetare”, es decir, el domingo de la alegría.  


La 1ª lectura del segundo libro de las Crónicas nos ha narrado cómo los israelitas había sido infieles a Dios y a su alianza y no habían escuchado a los profetas.  Por eso perdieron su templo y su patria y se convirtieron en esclavos.  Pero Dios que es misericordioso, después de 70 años regresaron a Israel y construyeron un templo símbolo de la presencia de Dios en medio de su pueblo.


La actitud permanente de Dios es compadecerse del pecador y del pueblo pecador porque el amor de Dios es incondicional; la actitud del pueblo pecador es obstinarse en el pecado cada vez más.


No siempre el pueblo de Israel respondió con fidelidad a Dios. La historia de Israel, como seguramente también la nuestra, es una historia de idas y retrocesos, de pecado y conversión y vuelta al pecado. Hay épocas en nuestra vida de gran crecimiento religioso, de entusiasmo personal y colectivo; y otras épocas de caída, de enfriamiento o de guerra contra Dios.


Si en nuestro mundo existe el mal es porque abandonamos a Dios; si existe corrupción e injusticias es porque abandonamos a Dios, nuestras infidelidades y nuestros pecados están llevando a este mundo a la ruina.  Todo el mal, la corrupción de tantas personas, tanto mal que hay en el mundo se puede evitar si dejamos de pecar.  Dios confía en nuestra fidelidad a Él, Dios confía en nosotros, Dios espera mucho de cada uno de nosotros.  Mantengámonos siempre fieles a Dios.


La 2ª lectura, de San Pablo a los Efesios nos dice que el amor de Dios por nosotros es tan grande que por eso estamos vivos con Cristo y muertos al pecado, y a tanto amor nuestra respuesta deber ser convertirnos a Él.


Dios es misericordioso y, por ello, nos ofrece la salvación, que no es un merecimiento nuestro, sino un efecto del amor de Dios a nosotros.  Ahora bien, nadie puede ser salvado si no quiere. Nosotros no podemos acudir a Dios con exigencias. Lo único que podemos presentar ante Dios para recibir el regalo de la salvación es nuestra profunda pobreza y el deseo de ser salvados por Él.


Los cristianos estamos llamados a vivir siempre alegres, porque la esencia de nuestra vida está en el hecho de que Dios nos ha amado con un amor individual y personal, particularmente a cada uno de nosotros. Y Jesús no deja de amarnos, ni nos abandona, ni se olvida de cada uno de sus hijos, ni aún en los momentos de mayor ingratitud de nuestra parte ni cuando nos apartamos de sus enseñanzas y recorremos la vida por caminos totalmente opuestos a los suyos.  El verdadero amor nunca pasa de moda ni se acaba.  Por eso Dios nunca pasa de moda, es eterno, porque Dios es amor.  


El Evangelio de san Juan nos muestra un diálogo de Jesús con Nicodemo. El diálogo concluye diciendo Jesús: “el que obra la verdad se acerca a la luz”.


Estas palabras son un resumen del mensaje que Jesús ha venido a traernos y expresan los deseos de los seres humanos: buscar la verdad, buscar la luz en medio de las tinieblas del vivir diario.  Todos buscamos la verdad, la luz que ilumine nuestra vida, pero no siempre estamos seguros de encontrarla.  Jesús nos dice hoy: el que busca la verdad, encuentra la luz.


En nuestra vida hay momentos de seguridad, de confianza, pero también hay momentos de dudas y de confusión, de no saber qué hacer.  Cuando nos pase eso, Jesús nos dice que busquemos la verdad y llegaremos a la luz.  Pero la verdad no es un archivo de documentos que se guarden en una caja fuerte o una mina que haya que descubrir y explotar.  La verdad es lo que Jesús le dice a Nicodemo: “Yo soy la Verdad enviada por Dios, el amor de Dios que nos salva, que nos lleva a la verdad, el que actúa con verdad, llega a la luz”.


La Verdad es vivir conforme a la luz que Jesús nos trae, es vivir como Dios nuestro Padre desea: amando a los hermanos.  La verdad tiene que ser llevar a cabo en nuestra vida los proyectos y deseos que Dios quiere que hagamos y que vivamos fieles al amor a Dios y a los hermanos.


Buscamos la verdad cuando huimos de las tinieblas, del odio, de la violencia, del egoísmo; buscamos la verdad cuando huimos de la mentira.  Buscamos la verdad cuando trabajamos por la justicia, la paz, la honradez; cuando ayudamos a quien lo necesita.  Buscamos la verdad cuando somos fieles a los compromisos que hemos hechos con Dios.


Preguntémonos hoy: ¿buscamos la verdad en nuestra vida o hemos convertido nuestra vida en una mentira?  ¿Educamos a los niños, y a los jóvenes a vivir en la verdad o los hacemos cómplices de nuestras mentiras?  Si nosotros no los enseñamos y los educamos a vivir en la verdad, ¿Quién lo hará?


Nosotros seremos verdaderos cristianos cuando optemos por la verdad, cuando nuestra fe sea verdadera, porque una fe verdadera hace personas más honestas, misericordiosas y justas. Personas que optan por la vida, la luz y la verdad.