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lunes, 7 de junio de 2021

 

XI DOMINGO ORDINARIO (CICLO B)

La liturgia de este domingo es una invitación a tener confianza en Dios, a poner en Él nuestras esperanzas, porque Dios, a diferencia de los hombres, nunca nos defrauda.

En la 1a. lectura de hoy, el profeta Ezequiel nos recordaba cómo Dios se vale de lo pequeño para actuar en el mundo.

Muchas veces, las personas ponen su confianza en la gente poderosa.  Sin embargo, los poderosos de este mundo son personas como nosotros y por lo tanto pueden defraudarnos y no solamente eso, sino que pueden volverse en contra nuestra para destruirnos.

Hoy el Señor nos dice que quien pone en Él su confianza jamás se verá defraudado, ni oprimido, ni destruido, sino que encontrará la paz y la seguridad que sólo procede de Dios, de ese Dios que nos ama fiel y eternamente.

Los cristianos, los que pertenecemos a la Iglesia no podemos estar de acuerdo con la violencia ni podemos cometer injusticias, ni explotar o aprovecharnos de nadie para lograr nuestros intereses personales, ni podemos creernos que somos más que los demás.  No pongamos, pues, nuestras esperanzas en los poderosos de este mundo, porque Dios ha escogido a los humildes, a los que aparentemente no valen, para salvar a este mundo.

La 2ª lectura de san Pablo a los Corintios, nos invitaba a tener confianza en Dios.  Por eso, debemos esforzarnos en agradar al Señor no sólo con nuestras palabras, sino con nuestras obras y con nuestra misma vida.

Nuestra fe se tiene que traducir en obras de amor y de esta manera estaremos manifestando que ya desde ahora poseemos la Vida eterna, porque estaremos con Dios y Dios en nosotros.

En el Evangelio de san Marcos, vemos a Jesús que usa dos pequeñas parábolas para explicarnos a qué se parece el Reino de los Cielos.

El Reino de los cielos se parece a un grano de mostaza: “al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después de sembrada crece, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros del cielo pueden anidar a su sombra”.

Nosotros queremos hacer las cosas a lo grande.  Si queremos iniciar un negocio, lo pensamos a lo grande, pagamos propaganda por radio, periódicos, revistas, etc., organizamos un fiesta para inaugurar el negocio y darlo a conocer.  El Reino de Dios no tiene esos comienzos.  Crece en secreto como la semilla en la tierra.  


Por eso el Señor eligió a unos pocos hombres para instaurar su reinado en el mundo.  La mayoría de ellos eran humildes pescadores, con escasa cultura, llenos de defectos y sin medios materiales.  Sin embargo, estos hombres llegaron a difundir la doctrina de Cristo por toda la tierra, a pesar de todas las contrariedades que se les presentaron.

Somos nosotros también ese grano de mostaza en relación a la tarea que nos encomienda el Señor en medio del mundo.  No olvidemos que la tarea a hacer es grande.  Surgirán dificultades, y seremos entonces más conscientes de nuestra pequeñez.  Esto nos debe llevar a confiar más en Cristo y no olvidar que siempre tendremos la ayuda del Señor.

Si no perdemos de vista nuestra poquedad y la ayuda de la gracia, nos mantendremos siempre firmes y fieles a lo que Cristo espera de cada uno.  Con el Señor lo podemos todo.

Los obstáculos de nuestra sociedad no nos deben desanimar.  El Señor cuenta con nosotros para transformar nuestro mundo.  No dejemos de llevar a cabo aquello que está en nuestras manos, aunque nos parezca poca cosa -tan poca cosa como un insignificante grano de mostaza-, porque el Señor mismo hará crecer nuestro empeño, y la oración y el sacrificio que hayamos puesto darán sus frutos.

Un cristiano no puede quedarse de brazos cruzados ante tanta necesidad de pregonar el Evangelio.  Muchas personas han dejado a Dios y su única meta es llenar sus vidas de cosas mundanas.  A pesar de desear tanto las cosas materiales tienen mucha necesidad de escuchar la Palabra de Dios.  

Jesús nos pide hoy a las comunidades cristianas que sanemos al mundo actual de sus enfermedades espirituales y morales promoviendo la unión, la reconciliación, la justicia y la paz.  Y para que esto se realice hay que trabajar como buenos obreros para que la cosecha sea abundante. 

Ser discípulo de Jesucristo hoy, creer en su Reino, no es fácil.  Lo que nos ha dicho Jesús es muy sencillo: el Reino de Dios está dentro de nosotros, quizá sin que nos demos cuenta, como una semilla que no sabemos quién la ha sembrado, que parece pequeña.  Pero esta humilde semilla germina y crece, sin que sepamos cómo.  Germina y crece y se hace fuerte y echa ramas.  Esta es nuestra fe, esta debe ser nuestra gran confianza, nuestra firme esperanza.