XXVIII DOMINGO ORDINARIO (CICLO A)
Las lecturas de este domingo, nos dan una lección siempre actual: que hemos de saber dar gracias a Dios. El amor de Dios es universal y hay que saber corresponder a ese amor con nuestra gratitud.
La 1ª lectura del 2° Libro de los Reyes, nos recuerda la curación de Naamán de Siria, sanado de la lepra por el Profeta Eliseo.
Naamán, rey de Siria, estaba afectado de lepra. Ni sus curanderos ni sus sacerdotes habían podido curarlo. Pero uno de sus sirvientes había oído hablar de un profeta de Israel que obraba prodigios. El rey se presentó ante Eliseo, pero se sorprendió de su receta: lavarse siete veces en el Jordán. Pero no es el agua la que cura, sino la fe.
El rey recuperó la salud por obedecer la orden de Eliseo. Y con la salud recibió la fe en el Dios de Israel. Naamán al recobrar la salud se encuentra con el Dios verdadero. Encontrarse con Dios es el gran reto del hombre sobre la tierra. Quiera o no reconocerlo, así es. Encontrarse con Dios es, sobre todo, el gran reto para un cristiano que, por el hecho de serlo, no quiere decir que lo haya ya encontrado.
Podemos vivir toda una vida llamándonos cristianos y no haber descubierto de verdad a Dios, ni siquiera haberlo conocido. Por eso, hoy es un buen día para colocarnos al lado de Naamán y del leproso del evangelio y ponernos con ellos a los pies de Jesús y suplicarle que nos diga la frase más importante que podemos escuchar en nuestra vida: Vete. Tu fe te ha salvado.
La 2ª lectura de San Pablo a Timoteo, nos recordaba san Pablo que la Palabra de Dios no está encadenada. Tal vez nosotros tengamos que padecer mucho por la Palabra; mas no por eso nos quedaremos mudos, pues aún en medio de grandes tormentos hemos de proclamar el amor que Dios tiene a todos los suyos. Y no importa que por el Evangelio tengamos que entregar nuestra vida; pues no es la muerte, sino la vida la que tendrá la última palabra en nosotros. Seamos, pues, fieles a la Palabra de Dios.
El Evangelio de san Lucas En el Evangelio de san Lucas, Jesús se queja diciendo: “¿No eran diez los que quedaron limpios? ¿Dónde están los otros nueve?”
Esta queja de Jesús nos tiene que cuestionar a todos nosotros. Mucha gente de hoy piensa más en sus derechos que en ser agradecidos.
En nuestra sociedad cada vez somos menos agradecidos, hoy todo lo aseguramos y hacemos las cosas por contrato. Hoy todo se intercambia, se presta, se debe, se exige, es la ley del mercado. Cada uno tiene lo que ha conseguido o ha ganado con su trabajo. A nadie se le regala nada. Los favores y regalos suelen ser interesados para alcanzar algo a cambio.
Todos luchamos por los derechos de la persona, pero hay una virtud por la que tendríamos que luchar y conquistar: la gratitud, el ser agradecidos.
Es la llamada de Jesús hoy, recordarnos que no podemos ser humanos sin ser agradecidos, sin dar las gracias por todo lo que recibimos en la vida: salud, inteligencia, amistad, amor.
Con frecuencia, los cristianos nos preocupamos más de cumplir los mandamientos que de darle gracias a Dios. Vivimos compitiendo con los demás y nos olvidamos de darle gracias a Dios por el don de la vida que nos ha dado y por tantas otras cosas como Dios diariamente nos da.
Cuando somos agradecidos nos abrimos a las personas, nos relacionamos con ellas con confianza, sin prejuicios, sin rencores y se favorece el entendimiento humano.
Jesús siempre se manifestó agradecido en toda su vida. Siempre que hacía un milagro o realizaba algo importante decía: “Te doy gracias Padre”. Esta es la actitud de la persona humilde que sabe que nada puede hacer ella sola, que reconoce la ayuda de los demás con agradecimiento.
Pero hay muchas personas que van por la vida repitiendo que “yo no le debo nada a nadie”. Estas personas no encuentran ningún motivo para ser agradecidos. Incluso les cuesta orar alabando a Dios, dándole gracias. Cuando llegan a rezar es sólo para pedirle a Dios, no para agradecerle nada.
Preguntémonos hoy: ¿Cuándo fue la última vez que expresamos agradecimientos a nuestros padres? ¿A tus hijos? ¿A tu marido, a tu mujer? ¿A Dios?
Si recordásemos los regalos recibidos con la misma intensidad que las ofensas recibidas, seriamos mucho más felices, y más justos con nosotros y con los demás. Para recordar los regalos recibidos hay solo un modo: ser agradecidos. Jesús nos interpela hoy a todos. Seamos agradecidos.