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lunes, 20 de noviembre de 2023

 

JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO (CICLO A)


Con la fiesta de Jesucristo, Rey del Universo, concluye el año litúrgico, que no coincide con el año civil.  El año litúrgico empieza el primer domingo de Adviento, y tiene su culminación en la fiesta que estamos celebrando hoy.

La fiesta de Jesucristo, Rey del Universo es la culminación de todas las fiestas del Señor que hemos celebrado a lo largo del año.

¿Cómo, dónde, cuándo tiene que reinar Jesucristo? Su reino no es de este mundo, por eso su forma de reinar es desde la humildad, desde la cruz… Su corona es de espinas, su cetro una caña rota, su manto un trapo de color púrpura, su trono la cruz. Reina en el corazón de cada hombre y cada mujer que se acerca a otro, descubre su necesidad y lo ayuda. Reina en aquél que descubre a Cristo en el necesitado. Cristo debe reinar en nuestro interior.

Cristo es Rey, pero Él no vino a dominar, sino a amar y a servir. Él no tiene soldados, ejércitos ni policías; tiene tan sólo la pobreza por defensa y el amor del Padre del cielo. Es el rey del amor.

La 1ª lectura del Profeta Ezequiel nos habla del momento en que “se encuentran dispersas las ovejas” y de cómo Jesús, el Buen Pastor atenderá a cada una y las apacentará.

Apacentarse a uno mismo, y no apacentar al pueblo, es provocar la corrupción política, económica…; apacentarse, y no apacentar, es buscar el lucro por encima del interés del pueblo, es dar puestos de trabajo al compañero del partido por encima de la valía de otras personas mucho mejor preparadas; apacentarse, y no apacentar, es engañar al pueblo sencillo prometiendo y no dando.

Apacentar es estar cerca del oprimido, del pobre, del que no puede devolvernos nada porque nada tiene. Apacentar es ayudar al marginado, al pobre que recorre nuestras calles para poder malvivir. Apacentar es salir en defensa del desvalido frente a los poderosos y prepotentes de la vida.

Jesús es el Buen Pastor, que sí sabe apacentarnos como nos dice el salmo Resposorial: “El Señor es mi pastor, nada me falta”.

El Evangelio de San Mateo es el famoso pasaje sobre el Juicio Universal o Juicio Final.

Nuestra suerte se decidirá a partir de nuestro comportamiento práctico ante el sufrimiento ajeno de los pobres, hambrientos, enfermos, encarcelados… Esa será la pregunta: ¿Qué has hecho tú ante ése hermano al que encontraste sufriendo en la vida?

Nosotros hemos querido resolver todo de una manera muy sencilla: dando dinero, aportando nuestra limosna y contribuyendo en las colectas.  Pero, las cosas no son tan sencillas.

El amor a los necesitados no puede quedar reducido a “dar dinero”, entre otras cosas porque no tiene sentido expresar nuestra solidaridad y compasión al necesitado con un dinero adquirido quizás de manera insolidaria y sin compasión de ninguna clase.

En la Biblia, la limosna se entiende como “justicia”.  “Dar limosna” equivale a “hacer justicia” en nombre de Dios a quienes no se la hacen los hombres.

Hoy como siempre se nos pide dar un vaso de agua a quien encontremos sediento. Pero se nos pide además, ir transformando nuestra sociedad al servicio de los más necesitados y desposeídos. Ante las injusticias concretas de nuestra sociedad, un cristiano no puede pretender una neutralidad, diciendo que no se quiere “meter en política”. De una manera o de otra, con nuestras actuaciones o con nuestra pasividad, todos “hacemos política”, los individuos y las instituciones.

Un creyente que escucha las palabras de Jesús, siga el partido que siga, sólo puede hacer una política: la que favorezca a los más necesitados y abandonados.

Nos decía hoy Jesús: “Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo”. Sólo tienen un lugar reservado en el Reino aquellos que han amado, aquellos que han vivido la caridad: “En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis”.

Si queremos formar parte del Reino de Dios hemos de seguir el camino que Jesús nos propone.  Y, además, es tan enorme y grande el amor a los más necesitados que Jesús mismo se identifica con ellos, al decir: “conmigo lo hicieron”.

Basta con observar a nuestro entorno: nuestra familia, los vecinos, los compañeros de trabajo, aquellas personas con las que me cruzo a diario y descubrir a las personas necesitadas. Todos son hermanos nuestros. Y los más necesitados, son los predilectos de Jesús, son Jesús mismo.