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lunes, 30 de mayo de 2022

 

PENTECOSTÉS (CICLO C)

Estamos celebrando hoy la fiesta de Pentecostés.  Han transcurrido 50 días desde el domingo de Resurrección hasta hoy.  Pentecostés es celebrar la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles y la Virgen María.  Con la venida del Espíritu Santo comienza el tiempo de la Iglesia.

La 1ª lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles,  nos ha descrito la venida del Espíritu Santo sobre los após­toles: se encontraban todos juntos, reunidos en un mismo lugar.  De repente, se oyó un ruido del cielo, como de un viento recio, que resonó en toda la casa. Se les aparecieron como unas lenguas de fuego. Todo eso era lo que experimentaban por fuera, en el exterior. Ahora bien, lo más importante era lo que les pasaba dentro, en el interior de cada uno: “Todos quedaron llenos del Espíritu Santo”.

También nosotros hemos recibido muchos signos exteriores de la presencia de Dios: ahora mismo estamos en la iglesia, reunidos ante el altar, hemos hecho la señal de la cruz, hemos cantado, hemos escuchado la palabra del Señor.  Pero, ¿y por dentro? ¿Nos damos cuenta de que el Espíritu Santo está en cada uno de nosotros y llena nuestro interior?

El Dios que aparece en el Antiguo Testamento, puede parecernos un Dios un poco lejano, sin embargo, Jesús es “Dios entre nosotros”, Dios hecho hombre: vive y habla humanamente, comparte nuestra vida y nuestra muerte, se sienta a la mesa con los pecadores, conocemos su historia, de Belén al Calvario. Pero quedaba, todavía, una aproximación más íntima de Dios. Jesús la había anunciado: el Espíritu de la verdad estará dentro de nosotros. Es éste el acontecimiento de Pentecostés: su Espíritu está en nuestro interior.

Desde el día de nuestro Bautismo y, especialmente, desde nuestra confirmación, también nosotros estamos llenos del Espíritu Santo.  El Espíritu está actuando en cada persona, impulsando nuestro saber, nuestra manera de vivir, o posiblemente esperando  a que lo dejemos actuar, a que abandonemos nuestro egoísmo, nuestras violencias, a veces hasta nuestro temperamento, a que lo dejemos actuar.

Y ¿qué hace, en nuestro interior, el Espíritu Santo?

Nos habita profundamente. Podríamos decir que se mezcla con nuestra personalidad y, desde ella, nos revela la verdad plena. Conocemos la palabra, conocemos el Evangelio. Pero cada uno de nosotros es diferente e irrepetible… ¿Cómo vivir mi vida según el Evangelio? Eso no está escrito: eso me lo dice el Espíritu Santo.

Me hace recordar vivencialmente todo lo que el Señor ha dicho y me lo hace entender.

Es el defensor: me defiende de mí mismo, de mis dudas, de mis cobardías. También me defiende del mal exterior: del ambiente de incredulidad, del materialismo y del consumismo que me rodean e intentan seducirme.

Es el consolador. Me consuela en las horas duras, no deja que me sienta huérfano, me anima en la tristeza, en el desencanto, en la depresión. Me ofrece generosamente sus frutos: amor, alegría, paz, paciencia, bondad, dulzura y dominio de mí mismo.

Aquellos hombres asustados que eran los apóstoles, cuando quedaron llenos del Espíritu Santo empezaron a hablar en diversas lenguas. Salen fuera y son capaces de establecer una comunicación personal con personas que provenían de diversas nacionalidades: cada uno los oía hablar en su propia lengua”.

Pentecostés nos debe cuestionar y darnos cuenta que el Espíritu que hay en nosotros nos ha sido dado para que salgamos fuera, para que anunciemos a Jesús, para que todo el mundo nos pueda escuchar desde donde está y desde como es.

¿No os parece que evangelizamos poco? Que cada uno de vosotros se pregunte: ¿cuál es la última vez que he hablado con alguien de Dios, de Jesús, del Evangelio?  En Jerusalén había gentes de Judea y de Mesopotamia, de Egipto y de Libia. A nuestro alre­dedor hay personas de muchas mentalidades, de edades diversas, de estilos de vida diferentes. ¿Cómo haremos para que todos puedan oír las grandezas de Dios en sus propias lenguas, en su propio estilo de vida?

La fiesta de hoy es una llamada a cultivar más, a descubrir nuestro mundo interior y a vivir más atentos a la presencia del Espíritu en nosotros. Necesitamos descubrir en lo más profundo de nuestro ser, al Espíritu de Dios que habita en cada uno de nosotros.