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lunes, 6 de julio de 2020


XV DOMINGO ORDINARIO (CICLO A)

Dios jamás se calla.  No deja de hablar.  La liturgia de este domingo nos invita a tomar conciencia de la importancia de la Palabra de Dios en nuestra vida.

La 1ª lectura del profeta Isaías compara la palabra de Dios con la lluvia y la nieve, que germinan la tierra. 

La palabra de Dios es fuente de vida y no un simple sonido para comunicar ideas y darnos información.  Hay palabras que han trastornado vidas enteras con su mensaje.  Un libro puede abrir horizontes insospechados y posibilitar nuevos caminos. 

En tiempo de sequía pedimos que llegue la lluvia porque el agua es imprescindible para que haya vida en la tierra.  La Palabra de Dios es como la lluvia, es decir, tiene que producir frutos en nosotros y en nuestro mundo.

Hoy, parece, que los malos, los corruptos, los violentos, son los que triunfan siempre y además parece que no son nunca castigados; mientras que los buenos, los justos, los humildes parece que son humillados.  Pues, bien, la Palabra de Dios no falla. 

La Palabra de Dios nos da esperanza, nos indica el camino que debemos recorrer y nos anima para que transformemos nuestro mundo según los proyectos de Dios y nos lancemos a un compromiso por transformar y renovar el mundo y las injusticias.  Sólo cambiaremos las situaciones injustas cuando nos dejemos guiar por la Palabra de Dios y la pongamos en práctica.

La 2ª lectura de san Pablo a los Romanos nos dice que en el mundo hay guerras, sufrimientos y grandes angustias. La creación entera grita y sufre como una mujer con dolores de parto.

El hombre de hoy se ha dado cuenta que el mundo no es para ser explotado, violentado, utilizado de acuerdo con los criterios del egoísmo.  Pero no sólo debemos preocuparnos por el agotamiento de los recursos naturales del mundo, sino que también hemos de tomar conciencia que la vida es para vivirla de acuerdo a los criterios de Dios.

Sólo cuando tomemos conciencia de que todos somos hermanos en la existencia, podremos liberar a toda la creación del egoísmo y de la explotación en la que el hombre ha convertido este mundo.

El Evangelio de san Mateo, nos propone, ser buena tierra y estar dispuestos a escuchar las propuestas de Jesús.

Muchas veces comprobamos que cuando se lee el Evangelio, o se predica la Palabra, hay personas que no prestan la más mínima atención. Y hay otras que, demostrando muy mala educación y muy poco interés en la Palabra de Dios, se ponen a ver el móvil. Con ese comportamiento nunca podrán asimilar lo que Dios les está diciendo. Están despreciando a Dios y lo que Él dice. Debido a eso, como no escuchan las lecturas, la Palabra no germina en ellos. Al no escucharla, no la entienden y no la ponen en práctica. Así que llega el Maligno con sus tentaciones, no le ponen resistencia y caen en pecado.

Hay otros que sí escuchan la Palabra, incluso la aceptan con alegría, demostrando optimismo mientras están en la iglesia. Pero no son perseverantes. No profundizan en la fe. Su entusiasmo se acaba rápidamente y van perdiendo la poca fe que tenían. También hay los que escuchan la Palabra de Dios pero la ambición, el deseo de adquirir y tener, ahoga la semilla y no da fruto.

¡Cuántos esfuerzos en la evangeliza­ción! ¡Cuánto trabajo pastoral! Y más bien constatamos, cada día, que muchas semillas caen al borde del camino, o en terreno pedregoso, o entre abrojos, y se pierden. Las distracciones, la superficialidad, la inconstancia, el afán de riquezas o de placer, las mil preocupaciones que nos agobian... son hoy las causas que hacen que la semilla no pueda echar raíces y dar fruto. A pesar de todo, siempre hay una pequeña parte de la semilla que cae en tierra buena, siempre hay alguien “que escucha la palabra y la entiende”. Sólo para esos pocos, el trabajo ya ha merecido la pena. Y todavía, el fruto que da en cada uno puede ser muy variado: “ciento y sesenta o treinta por uno”, depende de las circunstancias personales. Pero, por poco que sea, ya ha producido fruto.

Parece como si la semilla chocase con dificultades casi insuperables. Constatamos a esos niños y niñas que hacen su primera comunión o se confirman y ya no se vuelven a venir la Iglesia; a esos papás y padrinos, a esos adolescentes, a esos jóvenes, a esos matrimonios en los cuales un día se sembró la semilla y ya no han vuelto más ni a los grupos ni a la Iglesia.  ¡Cuántas horas de trabajo y de esfuerzo perdidas!  ¿Qué podemos hacer?

Hay que dejarse empapar por Dios, para que nos transforme y cambie esa vida de sequía que viven muchas personas.  Sólo la Palabra de Dios, si la dejamos que empape nuestra vida, puede transformarnos.