XII DOMINGO ORDINARIO (CICLO A)
Las lecturas de este domingo nos presentan un tema, algo difícil de entender: si queremos vivir como auténtico cristianos, dando testimonio de Jesús, podemos llegar a sufrir dificultades o persecuciones por ser fiel a Dios.
En la 1ª lectura de Jeremías vemos como Jeremías es perseguido por el mensaje que anuncia y todo lo que denuncia, sin embargo no deja de confiar en Dios y de anunciar fielmente las propuestas de Dios para los hombres.
Ser profeta no es fácil. El profeta, como el verdadero cristiano es aquel que es capaz de decir con valentía verdades que duelen y que provocan críticas y conflictos y en algunas circunstancias, incluso, con peligro de su vida. Sabemos bien, que todo aquel que ha querido hacer el bien, siempre encuentra dificultades. Por eso el profeta Jeremías nos decía que “Oía la acusación de la gente”.
Criticar al que quiere hacer bien las cosas es el deporte nacional. Es lo que toda la vida sabe muy bien hacer la gente. En la actualidad hacer las cosas bien no es aplaudido. Incluso, en ocasiones, es perseguido. Hoy, parece que lo que es más popular, lo que le gusta a mucha gente es ir contra el sistema, ir contra lo que está bien, e incluso ir contra Dios y sus valores.
Por eso, si somos auténticos cristianos, estemos seguros de una cosa: siempre vamos a ser criticados y calumniados. Sin embargo, Dios nunca abandona a aquel que le es fiel.
La 2ª lectura de san Pablo a los Romanos, nos recordaba que el pecado y la muerte son dos realidades inseparables.
El primer pecado originó la muerte, y desde entonces todo hombre, por el solo hecho de serlo, desde que nace está en pecado, condenado a morir. Es un misterio difícil de comprender, pero al mismo tiempo un fenómeno fácil de comprobar. El niño apenas entra en los primeros balbuceos, ya está dando muestras de las malas inclinaciones que lleva dentro. Apenas se aprenden las primeras palabras y ya es posible el engaño y la mentira. Y con el pecado, la muerte se va sembrando cada día más en nuestra vida. A más pecados en nuestra vida, más muerte y más dolor.
Pero si el pecado es una vieja realidad, también lo es el perdón y la gracia de Dios y aunque aparezca más calladamente, tienen más fuerza y más valor que el pecado.
En el evangelio de San Mateo, Jesús nos decía: “No tengáis miedo”. ¿Quién puede afirmar que no ha tenido miedos en su vida?
Existen miedos muy diversos, miedos personales, miedos sociales. Los miedos personales: la caducidad de nuestra existencia corporal, el miedo a perder el prestigio, la seguridad, la comodidad o el bienestar, miedos al querer tomar decisiones. El miedo a no ser acogidos, el quedarse solos en la vida, sin amistad, sin amor y tener que enfrentarse a la dureza de la vida diaria sin la compañía cercana y amistosa de alguien. El miedo a la misma vida, para muchos el vivir resulta difícil, incierto, complejo; el mañana problemático, el futuro de los hijos, miedo a la enfermedad, a envejecer, a perder los ahorros. Miedo a la muerte. Tantos miedos.
Existen también los miedos sociales. Uno de los mayores problemas con que nos enfrentamos es la falta de credibilidad de las instituciones y de las personas, o dicho de otra manera, ni los políticos, ni los empresarios, ni los sindicatos nos inspiran confianza. Y lo que es peor, muchas veces tampoco nos inspira confianza el vecino, incluso desconfiamos también de los familiares. Parece que ya nadie cree ni confía en nadie. Es verdad que las instituciones políticas, sociales y también la Iglesia han cometido errores. Todo esto nos lleva a vivir con miedo, atemorizados, y acabamos viviendo encerrados en nosotros mismos, despreocupados de los demás.
Pero si perdemos la confianza en nosotros mismos y en la bondad del mundo, estamos perdidos. Porque todo se oscurece, y uno llega a plantearse si merece la pena vivir. Contra el mal y la pérdida de confianza, el evangelio nos invita hoy a encontrarla en Dios. Dios nuestro padre que cuida de la naturaleza, de los animales, ¡cuánto más cuidará del hombre, hecho a su imagen y semejanza! Nuestro padre Dios nos ama tanto que nos ha dado a su único Hijo. Esta es la Roca en la que podemos afianzar firmemente nuestra confianza. Confianza en que somos queridos uno a uno por Dios, queridos con nuestras virtudes y defectos. Confianza en que el mundo, a pesar de todo, se encamina irremediablemente al encuentro con Dios. Confianza en que nuestros trabajos y aportaciones en la construcción de un mundo mejor, por muy pequeños que sean, son importantes. Confianza finalmente en las personas, confianza que tiene que estar unida al respeto y a la paciencia con las limitaciones y debilidades de los demás.
Jesucristo nos repetía hoy por tres veces, “¡no tengáis miedo!” porque nada malo puede sucedernos si ponemos en Dios nuestra confianza. Que esta eucaristía nos anime a todos a vivir en la verdad y en la confianza, porque hemos descubierto que Dios está de nuestra parte.