IV DOMINGO DE ADVIENTO (CICLO B)

Llegamos al final del Adviento. A lo largo de estas semanas, la Iglesia ha querido prepararnos para la venida de Jesús en la Navidad y para su venida definitiva al final de los tiempos.
La Navidad no se improvisa, hay que prepararla. La Navidad no puede reducirse a preparativos ambientales de nacimientos, árboles, villancicos, luces, comidas, etc. Es también necesaria una preparación interior este es el sentido y la finalidad del Adviento que estamos concluyendo.
La 1ª lectura del segundo libro de Samuel, nos decía cómo el rey David quería construirle a Dios una casa. El rey David tenía buen corazón y le daba pena que su Dios tuviera que vivir en una tienda de campaña, mientras él, el rey, vivía en un palacio de cedro.
David quería pagar de algún modo a Dios los dones recibidos. Y Dios no quiere que le paguemos ni con templos, ni con ofrendas, ni con sacrificios. El sacrificio que Dios quiere es un corazón contrito. La ofrenda que Dios quiere es nuestra misericordia.
Hoy, por desgracia, persiste en nuestros templos este culto mercantilista a Dios. No es cuestión de decirle a Dios: mira cuántas cosas he preparado para Ti, sino más bien: Mira, Señor, cuánto te quiero.
La casa que Dios quiere es vivir en nuestro corazón, hacerse presente en nuestra vida.
La 2ª lectura, de San Pablo a los romanos nos dice que Dios tiene un plan de salvación que ofrecer a los hombres.
Dios se preocupa por nosotros y Dios nos ama, y ese amor no es un amor pasajero, sino que forma parte del ser de Dios y está siempre en la mente de Dios amarnos a todos sus hijos. Por ello no olvidemos esto: no somos seres abandonados a nuestra suerte, perdidos y a la deriva en un universo sin fin; sino que somos seres amados de Dios, personas únicas e irrepetibles que Dios conduce con amor a lo largo del camino de la historia y Dios tiene un proyecto eterno de vida plena, de fidelidad total, de salvación.
Prepararnos para la Navidad significa preparar nuestro corazón para acoger a Jesús, para aceptar sus valores, para comprender su manera de vivir, para adherirse al proyecto de salvación que, a través de Él, Dios Padre nos propone.
El Evangelio de san Lucas nos ha narrado la Anunciación a María.
Los días de Navidad ya se acercan y Jesús busca casa donde nacer. No son muchas sus exigencias en cuanto a comodidades y riquezas, solamente pide corazones sencillos, compartidos y desapegados de lujos, de riquezas, de honores, y de ambiciones. Nosotros podemos ahora escuchar esa solicitud de Jesús: “Busco casa”, y apresurarnos a responder con la generosidad de María, con un sí seguro y confiado, con un “fíat” que compromete y dispone, con un “yo soy la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”, confiando en un amor mucho más grande que el nuestro.
No temamos, también para cada uno de nosotros son las palabras de Gabriel: “Alégrate. El Señor está contigo”. Claro que a nosotros no nos puede decir que estamos llenos de gracia, porque nuestros delitos nos abruman y nuestras miserias saltan a la vista. Pero el Señor es tan generoso que a pesar de nuestras miserias también nos escoge para pesebre, cueva, o casita, donde pueda nacer el Salvador.
No importan las apariencias externas, lo importante es la limpieza interior y la apertura de corazón para recibir a Jesús. No olvidemos que con Jesús llegan también los pastores, los pecadores, los enfermos, los despreciados… entonces, sí exige una puerta grande y noble para aceptar a todos como hermanos. No podemos poner a la entrada el consabido: “Nos reservamos el derecho de admisión”, porque Jesús llega acompañado de todos sus hermanos, sin hacer distinciones para todo el que acepte su invitación.
Así, que si de verdad queremos ofrecer nuestro corazón como casa, preparémonos para las consecuencias porque tendremos que vivir al estilo de Jesús y pasar una Navidad bajo sus condiciones, pero si no estamos dispuestos a todos estos riesgos, ¿por qué, entonces, nos seguimos llamando cristianos?
Son los últimos días de este Adviento y el contemplar tan cerca el nacimiento de Jesús nos obliga preguntarnos: ¿Cómo voy a acoger a Dios-Niño que se hace presencia viva y concreta en medio de nosotros? ¿Cómo voy a vivir y cómo voy a expresar a este Dios ternura que se acerca hasta convertirse en uno de nosotros? ¿Cómo voy a dar calor y compañía al recién nacido en mi corazón y en mi casa?
Hoy nos alegramos con María y con todos los hombres y mujeres de buena voluntad que a lo largo de los siglos han dejado que Dios naciese en su corazón. Que María nos ayude a todos a vivir estas fiestas de Navidad saliendo con alegría de nosotros mismos al encuentro del Señor.
MISA DE NAVIDAD (CICLO B)

¡Feliz Navidad! Ningún saludo mejor para este día que el tradicional de estos días: ¡Feliz Navidad! Felicitémonos y comuniquemos a todos nuestra alegría. Y que estos buenos deseos, esta buena voluntad perduren siempre y se vayan haciendo realidad. Ninguna fiesta cristiana ha marcado como ésta la historia y posiblemente nuestra propia experiencia. La Navidad ocupa un puesto de excepción en el calendario y en la vida. En estos días nos sentimos especialmente contentos, y hasta nos parece descubrir sentimientos semejantes en los demás. El mundo y la vida nos parecen distintos. Las vacaciones, las fiestas, los regalos, las compras, las reuniones familiares y entre amigos… Todo contribuye a hacer de la Navidad una época maravillosa en el año.
Sin embargo, la noticia no saldrá en los periódicos, ni en la televisión. Y sin embargo es la noticia más gozosa de toda la historia. Nos la ha anunciado el profeta Isaías: “Qué hermoso es ver correr sobre los montes al mensajero que anuncia la paz, que trae la buena nueva, que dice a Sión: Tu Dios es rey”.
Hoy los cristianos de todo el mundo sabemos muy bien por qué nos alegramos y qué es lo que celebramos. Miles y miles de comunidades se están reuniendo en todo el mundo y celebran que Dios se ha hecho hombre, que ha querido nacer como uno de nuestra familia.
El profeta Isaías nos decía hoy: “Romped a cantar a coro,
ruinas de Jerusalén, porque el Señor ha consolado a su pueblo,
ha rescatado a Jerusalén.”
Nuestro Dios es un Dios que habla, no un Dios mudo, lejano. Su Palabra es cercana. Antes, durante siglos había hablado Dios por medio de profetas o había enviado ángeles como mensajeros. Ahora nos ha hablado de otra manera: nos ha enviado a su Hijo. Esto es lo que nos decía el autor de la carta a los Hebreos.
Y es también lo que lleno de entusiasmo nos ha proclamado San Juan en el prólogo de su evangelio: “la Palabra estaba junto con Dios, la Palabra era Dios, y la Palabra se hizo hombre, y habitó entre nosotros”.
La Palabra, ya lo sabemos, se llama Cristo-Jesús: el Hijo de Dios, que desde la primera Navidad es también hijo de los hombres. Ese Niño que hoy adoramos es el Hijo de Dios.
Dios nos ha dirigido su Palabra. Dios no es un Dios mudo. Es un Dios que nos habla, y desde que nos ha enviado su Palabra, su Hijo, siempre es Navidad, porque siempre sigue viva y actual esa Palabra de Dios dirigida a nosotros en señal de amistad y de cercanía.
Este es el misterio que hoy celebramos y que nos llena de alegría. Pero es también un misterio que nos interpela. Debemos acoger a ese Niño que es el Hijo de Dios y hermano nuestro.
¡Jesús, nacido en la pobreza de Belén, Cristo, el Hijo eterno que nos ha sido dado por el Padre, es, para nosotros y para todos, la Puerta! ¡La Puerta de nuestra salvación! ¡La Puerta de la vida, la Puerta de la paz!
Debemos confesar, sin embargo, que a veces la humanidad ha buscado fuera de Cristo la Verdad, que se ha fabricado falsas certezas, ha corrido tras ideologías falsas. A veces el hombre ha excluido del propio respeto y amor a los hermanos de otras razas o distintos credos, ha negado los derechos fundamentales a las personas y a las naciones. Pero Cristo sigue ofreciendo a todos el Esplendor de la Verdad que salva. Miremos a Cristo, Puerta de la Vida y démosle gracias por los prodigios con que has enriquecido a cada generación.
A veces este mundo no respeta y no ama la vida. Pero el Señor no se cansa de amarla, más aún, en el misterio de la Navidad viene a iluminar las mentes para que los legisladores y los gobernantes, hombres y mujeres de buena voluntad se comprometan a acoger, como don precioso, la vida del hombre.
Cristo nace para darnos el evangelio de la Vida. Pongamos nuestros ojos en Cristo, Puerta de la Paz, mientras peregrinos en el tiempo, visitamos tantos lugares del dolor y de guerra, donde reposan víctimas de violentos conflictos y de crueles exterminios. Cristo que nace, nos invita a abandonar el insensato uso de las armas, el recurso a la violencia y al odio que han marcado con la muerte a personas, pueblo y continentes.
Que no puedan decir de nosotros lo que san Juan ha dicho de los judíos de su tiempo: “En el mundo estaba… y, sin embargo, el mundo no lo conoció. Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron”. Después de siglos de espera, muchos de sus contemporáneos no supieron reconocer al enviado de Dios. Por este salvador que nos ha nacido el mundo tiene esperanza. El futuro se presenta más prometedor. Porque Él es para siempre Dios con nosotros. Los que celebramos la Navidad no podemos vivir igual: tenemos que dejarnos ganar de la esperanza y del amor de Dios.
La Eucaristía de hoy la celebramos con una motivación especial. El que nació de la Virgen María en la primera Navidad, hoy, como Señor glorioso y resucitado, se nos hace Pan y Vino, alimento para todos nosotros, para fortalecernos en nuestro camino.
No estamos celebrando una fecha, un aniversario. Estamos celebrando a una persona que vive, que está presente: el Salvador. Él es el Dios que se ha hecho hombre para darnos a todos la alegría de saber que Dios nos ha admitido a su familia como Hijos.
Celebremos la Navidad, porque celebrar la Navidad es, ante todo, creer, agradecer y disfrutar de la cercanía de Dios. En el corazón de estas fiestas en que celebramos al Dios hecho hombre, hay una llamada que todos, absolutamente todos, podemos escuchar: “Cuando no tengas ya a nadie que te pueda ayudar, cuando no veas ninguna salida, cuando creas que todo está perdido, confía en Dios. Él está siempre junto a ti. Él te entiende y te apoya. Él es tu salvación”.
Si así lo creemos y hacemos, ¡Feliz Navidad! Y no será sólo un buen deseo, una expresión de buena voluntad, sino una hermosa y feliz realidad.