XVIII DOMINGO ORDINARIO (CICLO A)
Las lecturas de este domingo nos hacen ver que
no estamos nunca solos porque Dios, como un buen Padre siempre está
pendiente de nosotros saciando nuestros deseos de felicidad y de realización
personal.
La 1ª lectura del profeta Isaías nos hace tomar conciencia de que gastamos mucho tiempo y muchas
energías en lo que realmente no nos llena ni nos da la felicidad.
Vivimos en una sociedad de la abundancia,
donde constantemente se nos invita a consumir por consumir y no nos preocupamos
de las verdaderas necesidades del ser humano.
Muchas veces compramos cosas, no porque las necesitemos, sino para
presumir que tenemos tal posición social.
Nos dejamos influenciar por la publicidad, que nos invita constantemente
al consumismo, haciéndonos creer que ahí está la felicidad en tener muchas
cosas y en ser diferentes a los demás, para que los demás nos
admiren. La publicidad explota la
necesidad que tenemos de ser felices y de ser importantes para los demás. Por desgracia la felicidad no se puede
comprar a un precio tan barato.
Gastamos dinero en bienes que no alimentan
nuestra vida, nuestro deseo de felicidad o de realización personal.
¿Cuáles son los bienes que merecen la pena
adquirir y que pueden contribuir a nuestra felicidad? El profeta Isaías nos dice hoy que la
felicidad, lo deseos que tenemos los seres humanos de estar bien no se
pueden comprar sino que hay que recibirlos gratuitamente como un don, porque
son un regalo de Dios. La verdadera
felicidad la vamos a encontrar en Dios.
La 2ª lectura de San Pablo a los romanos nos recuerda, que nada puede apartarnos del amor de Dios. Cuando creemos esto firmemente, desparecen
muchos problemas porque sabemos que en las dificultades, Dios sale a nuestro
encuentro para ayudarnos.
Todos tenemos deseos de ser amados, de que
alguien nos ame incondicionalmente, porque todos sabemos que el verdadero
amor ni se compra ni se vende por dinero. Ese amor nos lo ha manifestado Dios en la
persona de Jesús, que se entregó por nosotros.
A los ojos de Dios cada uno de nosotros tiene un valor infinito y nada
nos puede separar de ese amor.
Ciertamente que tendremos que pasar por pruebas, problemas, incluso por
la muerte. Pero la presencia de Cristo a
nuestro lado nos hará triunfar sobre cualquier enemigo que tengamos. Nada nos puede separar del amor de Dios,
excepto el pecado, es decir, nuestra decisión de no querer acoger el amor de
Dios.
El Evangelio de san Mateo nos ha presentado el relato de la multiplicación de los panes y los
pescados.
Este milagro nos invita hoy a nosotros a
pensar que el deseo de Jesús es que vivamos en fraternidad con los que
sufren y pasan hambre y nos decidamos a compartir lo que tenemos, que
convivamos como hermanos, porque vivir en fraternidad y solidaridad es la única
manera de seguir a Jesús.
Jesús nos
recuerda hoy que no podemos comer, ni vivir tranquilos mientras que junto a
nosotros haya hombres y mujeres amenazados de tantas hambres.
No podemos
admitir que unos tengan más alimento de lo que pueden consumir, mientras que
otros muchos no tienen lo necesario para subsistir. El problema del hambre en el mundo es
consecuencia de una injusta distribución de los bienes, de una mala justicia
social. El hambre en el mundo no se va a
resolver recurriendo únicamente a programas de asistencia social, o dando
“limosnas”, sino que se necesita un cambio de mentalidad que lleve a los
hombres a la lógica del compartir.
La Tierra
produce y puede producir mucho más de lo necesario para alimentar a los
millones de personas que la habitamos, pero para ello es necesario que
aprendamos todos a compartir. Los bienes
que Dios puso a disposición de sus hijos, no pueden ser acaparados por algunos;
pertenecen a todos los hombres y deben ser puestos al servicio de todos.
Cuando se
comparte, Dios hace el milagro de que haya para todos y aún sobre. Lo que a unos le sobra, a otros les
falta. Lo que para unos puede ser algo
innecesario para otros puede ser algo esencial.
Cuantas personas podrían vivir dignamente como personas con lo que les
sobre a muchos otros.
Si te miras por dentro, te darás
cuenta de cuántas cosas sobran en tu vida, que no sabes qué hacer con ellas.
Cosas que tú mismo ya no consumes e incluso hasta te pueden estorbar y no sabes
qué hacer con ellas. No te fijes tanto en tu chequera, ni en los guardarropas
que ya están llenos, ni siquiera en la nevera donde hay muchas cosas que se
están echando a perder. Es preferible que mires a tu corazón. Porque es ahí
donde más abundancia hay en tu vida y la podrías compartir con muchos a los que
podrías enriquecer.
Hagamos el milagro de compartir
todas esas cosas que nos sobran y que tenemos almacenadas en nuestro corazón y
veremos cómo se produce el milagro.