PENTECOSTÉS
(CICLO A)
Hoy termina
el tiempo de Pascua. Hemos dedicado 50 días a celebrar el gozo y la
resurrección de Cristo. Y culminamos este tiempo pascual con una gran
fiesta: Pentecostés, la plenitud de la Pascua: la venida del Espíritu
Santo a la Virgen y a los Apóstoles.
La 1ª
lectura, del libro de los Hechos de los Apóstoles, nos
recuerda lo que significó la venida del Espíritu Santo en la primera iglesia y
lo que debe significar el Espíritu en la Iglesia de hoy.
El Espíritu
Santo cuando vino sobre los apóstoles, se manifestó con el don de la “glosolalia”;
es decir, que les dio la posibilidad a los apóstoles de hablar en
distintos idiomas y de hacerse entender por todos. Esto que sucedió
el día de Pentecostés es lo contrario a lo que sucedió con la torre de
Babel: Los hombres quisieron construir una torre tan alta que llegara al
cielo para hacerle la competencia a Dios; pero Dios confundió sus lenguas, de
modo que no podían entenderse.
El egoísmo,
la envidia, la soberbia, no sólo alejan de Dios sino que nos separa a
los hombres entre nosotros; se crea división entre las personas; nuestro
lenguaje se hace incomprensible para los demás.
El día de
Pentecostés, el Espíritu Santo viene a hacer posible el entendimiento entre
las personas, a hacer realidad la fraternidad. El lenguaje del
Espíritu es el amor y el lenguaje del amor lo entiende todo el mundo.
El Espíritu hace que nos entendamos las personas, la división dificulta la
presencia del Espíritu en nuestras vidas.
La 2ª
lectura de san Pablo a los Corintios nos dice que hemos recibido el
Espíritu Santo para que vivamos unidos y a cada uno nos ha dado un don especial
para ponerlo al servicio de la Iglesia, al servicio del bien común.
Cada uno de
nosotros tiene un oficio concreto que hacer dentro de la Iglesia,
ninguno es más importante que otro, aunque son diferentes las funciones de cada
uno, sin embargo, todos tienen la misma dignidad.
Los dones
que hemos recibido son para construir la unidad; por eso
los dones que el Espíritu Santo nos da no son para ser utilizados en beneficio
propio, sino que deben ser puestos al servicio de todos.
Cuando
entre nosotros no hay fraternidad, cuando entre nosotros hay división es
señal de que no estamos dejando actuar al Espíritu, es señal de que estamos
actuando por nuestra cuenta sin tener presente a Dios.
El
Evangelio de San Juan nos presenta a la comunidad cristiana reunida
alrededor de Jesús resucitado. Esta comunidad pasa a ser una comunidad viva,
sin miedo, a partir del momento que reciben al Espíritu Santo.
Hemos de cultivar
nuestra amistad y relación con el Espíritu Santo. Como bautizados,
hemos de descubrir que tenemos, si vivimos en gracia, un “dulce huésped”
en nuestro corazón que es el Espíritu Santo y somos templos vivos del Espíritu
Santo.
Hoy
deberíamos decir: “¡Ven, Espíritu Santo, fuerza y energía!” porque hay
muchos cristianos que se encuentran cansados y no quieren recorrer el camino de
Jesús. Hay muchos cristianos que han perdido la esperanza y necesitan
nuevas ilusiones para superar todos sus miedos. Ven, Espíritu Santo para
que seamos una Iglesia viva y atenta a los lamentos de nuestro pueblo.
“¡Ven,
Espíritu Santo, bálsamo y consuelo!” porque hay muchos hombres y
mujeres que viven tristes, que vive con dolor porque han perdido la
alegría. Ven, Espíritu Santo para que enciendas el fuego de nuestro
entusiasmo y que todos gocemos la alegría de vivir. Que nuestro pesimismo
se transforme en una búsqueda sincera de soluciones a los problemas que hoy
oprimen al hombre. Ven, Espíritu Santo para que veamos las luces para
descubrir el camino que nos lleva a la luz plena.
“¡Ven,
Espíritu Santo, lenguaje y palabra!”, porque las fronteras, las discriminaciones
y las diferencias han dividido a los pueblos. Los hombres ya no se llaman
hermanos y se miran como rivales y enemigos. Reúnenos en un solo pueblo donde
se superen las divisiones y donde la Palabra y el Amor de Dios Padre nos unan.
Que sea posible amarnos a pesar de nuestras diferencias, caprichos y egoísmos.
Que sea posible respetarnos descubriendo, más allá de los rostros y los
vestidos, a personas con derechos, con oportunidades, con dignidad. Que sea
posible encontrar reconciliación, paz y armonía.
“¡Ven,
Espíritu Santo, Padre de los pobres!” porque los desheredados se sienten
huérfanos y perdidos, porque por un trozo de pan quieren comprar sus
conciencias, porque tienen que vender cuerpo y alma para poder subsistir,
porque se sienten engañados y olvidados. Renueva sus ilusiones y alienta sus
deseos, muéstrales que es posible construir el Reino que inspiraste a Jesús y
que hoy tenemos que hacer realidad.
Pentecostés
debe ser un grito suplicando la venida del Espíritu Santo para que dejemos nuestra
comodidad y nos involucremos en un verdadero compromiso con Dios y con nuestros
hermanos.
Que
realmente abramos nuestro corazón a la presencia y acción del Espíritu en
nuestro corazón, en nuestra familia y en nuestra Iglesia. También para nosotros
son las palabras de Jesús: “Recibid al Espíritu Santo”.