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lunes, 6 de diciembre de 2021

 

III DOMINGO DE ADVIENTO (CICLO C)

El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el

Cada año, este tercer domingo de Adviento nos invita a la alegría.  Por eso, en la tradición litúrgica de la Iglesia se ha conocido este domingo como el Domingo “Gaudete”.  En este domingo, ya no solamente se nos invita a prepararnos a la Navidad mediante un cambio de vida y de mentalidad; sino que se nos invita a prepararnos con “alegría” porque el Salvador está cerca.

La 1ª lectura del profeta Sofonías, nos invita a la alegría.  La causa de esa alegría es que el Señor ha cancelado tu condena, ha expulsado a tus enemigos.

Cuando nos pesan los problemas, las preocupaciones o los sufrimientos no es fácil tener serenidad, tranquilidad, paz y mucho menos alegría.  Sin embargo, la palabra de Dios, a medida que nos vamos acercando a la Navidad insiste en que vivamos en alegría.  Alegría fundada en el nacimiento de Jesucristo y en la certeza que Dios nos ama y está cercano a nosotros.

Hemos de sentir alegría porque Dios ha perdonado nuestras culpas y nuestras penas; porque “ha expulsado a tus enemigos.  Los enemigos que tenemos dentro de nosotros mismos y los de fuera: pasiones, seducciones, vicios, complejos y miedos.

Pareciera que el futuro no nos invita mucho al optimismo.  No tenemos garantía de que las cosas vayan a ir mejor.  Pero sí tenemos garantía de que Dios quiere salvar a este mundo y esta garantía hace que no perdamos la confianza y que nos pongamos en las manos de Dios para superar nuestros miedos, nuestros temores. 

Quizás nos preguntamos, en muchas ocasiones, ¿qué será de mí? ¿Qué será de mis hijos, de este mundo?  A nosotros nos corresponde confiar en Dios porque Dios se ha enamorado apasionadamente de ti.  Y aunque no seamos dignos de su amor, no importa.  Dios te ama.  Puedes olvidarte de Él, pero Él no se olvida de ti.  Dios te ama.  Por eso hay que estar alegres.

La 2ª lectura de san Pablo a los Filipenses, insiste en que debemos estar alegres y nos invita una y otra vez: Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres”.

Las razones profundas de esa alegría es la presencia del Señor Jesús, y la alegría es fruto de la fe; es reconocer cada día su presencia de amistad, es volver a poner nuestra confianza en Él, es crecer en su conocimiento y en su amor. Es descubrir cómo actúa Dios en nuestras vidas, oculto en la profundidad de los acontecimientos de cada día. Es tener la certeza que aunque todo falle, Él siempre permanece fiel a su amor. Es saber que jamás nos abandonará y dirigir nuestra mirada hacia Él.

Se hace uno de nosotros porque nos ama, se entrega en la cruz porque nos ama, resucita por amor. La contemplación de un amor tan grande da a nuestros corazones una esperanza y una alegría que nada puede destruir. El cristiano jamás debería estar triste porque ha encontrado la razón de su vida, el tesoro escondido, la perla preciosa: El Señor Jesús que nos ama infinitamente hasta dar la vida por nosotros, y cuyo amor nunca nos faltará.

El Evangelio de san Lucas nos presentaba la pregunta que la gente le hacía a Juan Bautista: “¿qué debemos hacer?” La respuesta que nos da Juan es actuar con generosidad y con justicia.

Solemos pensar que la sociedad sería más justa y humana si los demás cambiaran.  Pensamos que las injusticias, los abusos de todo tipo, los hacen otros, pero no nosotros.

Cada uno de nosotros, hemos de asumir nuestra responsabilidad personal ante las injusticias.  Todos hemos de practicar la justicia y el amor. 

Nuestra familia, nuestra comunidad, nuestro país cambiará con la ayuda de todos.  No podemos estar siempre echándole la culpa de todo lo que pasa a los demás.  No podemos seguir diciendo que la sociedad está mal por culpa sólo de los políticos.  No olvidemos que somos ciudadanos y por lo tanto nosotros los hemos elegido y es nuestra responsabilidad exigir que actúen con honestidad.

Por desgracia, cada vez más vemos que en la sociedad lo importante no son las personas, sino la función que ejercen.  Vemos a la persona como una pieza más del engranaje: en el  trabajo es un empleado, en el consumo un cliente, en la política un voto, en el hospital un número de cama.

Las palabras del Bautista nos obligan a pensar que la raíz de las injusticias, del egoísmo, de esta situación en que vivimos, está en nuestro corazón.  Si pusiéramos en práctica lo que nos dice hoy Juan el Bautista: compartir lo que cada uno tenemos con los necesitados, ¿qué pasaría?  Pues que este mundo y nuestro pueblo experimentarían una profunda revolución social, seguramente la revolución social más efectiva que se haya dado en la historia.

“¿Qué podemos hacer?”  Es hora de actuar. No podremos quitar todo el mal del mundo, pero podemos empezar a limpiar un poco nuestra vida.