Vistas de página en total

lunes, 13 de mayo de 2024

 

PENTECOSTÉS (CICLO B)


Hoy, al cumplirse las siete semanas de la Pascua celebramos la fiesta de Pentecostés, con la cual terminamos el tiempo litúrgico pascual. Al celebrar hoy el día de Pentecostés, estamos celebrando el día de la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles y sobre la Iglesia.  El Espíritu es el mayor regalo que el Padre ha hecho a los hombres por medio de Cristo. Esto nos compromete a vivir nuestra fe, a mantener la esperanza, a ser fuertes en la dificultad.

La 1ª lectura de los Hechos de los Apóstoles nos cuenta el cambio radical que se dio en los Apóstoles cuando bajó sobre ellos el Espíritu Santo.

Al recibir el Espíritu Santo en forma de lenguas, los apóstoles comenzaron a hablar una lengua que todos entendían.  Pentecostés es lo contrario de Babel.  Sólo con el don del Espíritu Santo los hombres podemos hablar una sola lengua, la lengua del amor.  La lengua de Pentecostés es la oposición a la lengua del orgullo y de la soberbia que es la lengua de Babel.

La otra imagen por la cual se hace visible el Espíritu Santo en Pentecostés es el fuego.  Jesús ya lo había anunciado diciendo: “He venido a traer fuego a la tierra, y cuanto deseo que ya esté ardiendo”.  Ese fuego es el amor, el amor del corazón de Cristo, ese fuego es el que tenían los primero cristianos, por eso cuando la gente los veía exclamaban: “Mirad como se aman”.  Si queremos que el Reino de Dios se haga presente, si queremos neutralizar el egoísmo tanto individual como colectivo, si queremos que cese la violencia, debemos dejarnos invadir por el Espíritu Santo para poder amar con dichos y hechos.

La tercera forma de manifestarse el Espíritu Santo en Pentecostés fue el viento.  El aire puede ser suave como brisa que acaricia y fuerte como un huracán violento.  Así es el amor, es suave viento que acaricia y vendaval que arrastra.  Hay que dejar de vivir encerrado en uno mismo para dejar que actúe el lenguaje del Espíritu Santo que es el lenguaje del amor.

La 2ª lectura de la 1ª  carta de san Pablo a los Corintios nos hablaba de la diversidad de servicios dentro de la Iglesia, pero todos son para el bien común.

Los dones que tenemos son un regalo gratuito de Dios.  Los hemos recibido no para que los guardemos, sino para ponerlos al servicio de la comunidad.

Todos somos miembros del cuerpo de Cristo, pero al igual que ocurre en el cuerpo humano, cada miembro desempeña una función.  Sin la colaboración de todos los miembros un cuerpo no puede funcionar. Si un miembro se echa para atrás o se resiente, todos sufren. Así es la Iglesia. En ella todos somos importantes, por ello es urgente que los laicos, que son la mayoría de los cristianos, encuentren su lugar y su carisma dentro de la Iglesia.  Pero para ello el laico tiene que abandonar su pasividad y participar plenamente en la vida de su comunidad.

En el Evangelio de san Juan vemos a Jesús soplando sobre los apóstoles y diciéndoles: “Recibid el Espíritu Santo” “Se llenaron todos del Espíritu Santo”.

El Espíritu Santo es luz y quiere entrar en nuestras almas, busca hacerse huésped dentro de nuestro corazón para llenarnos de su amor y de su fuerza. Es fuente de vida y del mayor consuelo, es tregua, es brisa, es gozo que enjuga nuestras lágrimas y nos reconforta en nuestros duelos.

Hoy también es Pentecostés para nosotros, pues viene a nuestro interior el Espíritu. Debemos dejar a un lado nuestras sospechas y recelos, quitar los temores y las suspicacias y abrir las puertas y ventanas de nuestro ser.

El Espíritu es para nuestra alma como el sol y el agua para la tierra, si nos falta quedamos estériles, nos deshacemos por dentro. Sin el Espíritu, la sociedad se convierte en cuartel de guerra y en lucha de poderes, en una batalla en la que ganan los más fuertes, los que mejor mienten, los que abusan de sus recursos.

Una sociedad donde falta el Espíritu será una sociedad desigual y radicalmente injusta, en la que no tendrán cabida ni los más débiles, ni los más pobres, ni los menos afortunados, ni los más sencillos.

El Espíritu nos pone en movimiento para crear vida y formar nuevas comunidades llenas de unidad y armonía. Jesús sabe que la misión es difícil porque no luchamos contra enemigos de carne y hueso, sino contra estructuras de opresión e injusticia. Por eso nos regala su Espíritu para que quedemos llenos de su presencia, seamos capaces de enfrentar la dominación, de derribar la mentira y de quitar la oscuridad.

Si nuestro corazón está vacío, dejémonos llenar del Espíritu Santo y digámosle: Ven, Espíritu Santo, inúndame con tu poder y concédeme construir un mundo de paz y armonía.