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lunes, 11 de noviembre de 2024

 

XXXIII DOMINGO ORDINARIO (CICLO B)

Las lecturas de este domingo nos hablan del final de los tiempos.  Este es un tema que siempre ha preocupado mucho a las personas de todos los tiempos y las sectas se han atrevido a dar fechas del fin del mundo con resultados de falsas alarmas una y otra vez.

La 1ª lectura del profeta Daniel nos decía: “serán tiempos difíciles como no los ha habido desde que hubo naciones hasta ahora”.  El profeta Daniel nos abre la puerta a la esperanza de un más allá. La muerte no es el final fatal, no es el fracaso total.

En su tiempo, el pueblo de Israel, sufría persecución, muerte y derrota por la persecución de los reyes de Persia. Hoy, nosotros, sufrimos también desgracias y desesperanzas en esta sociedad moderna, donde a veces perdemos las ilusiones y hasta las mismas esperanzas, y nos dan ganas de echarlo todo a rodar, cuando vemos cómo la inmoralidad y la falta de honestidad nos las imponen en los mismos hogares, a través de la televisión, jugando con nuestros instintos y pasiones y  destruyendo la moral de nuestros hijos, niños y jóvenes; cuando vemos que grupos fuertes de narcotraficantes imponen su ley de muerte con la venta de drogas, enfrentándose y amordazando a los mismos gobiernos, que nosotros hemos elegido para que nos administren con honestidad y justicia y para que nos defiendan; cuando vemos también y sufrimos tantas injusticias, sintiéndonos impotentes y derrotados, como aquel pueblo de Israel ante la persecución a muerte de sus reyes.

Pero de la misma manera que a los israelitas el profeta Daniel les abrió a la esperanza del triunfo, con la promesa de una nueva vida, de la resurrección, que la vida, pues, no termina con el desastre de la persecución y de la muerte. Hoy también corren tiempos difíciles. Pero también hoy, se hace patente la luz de la esperanza.

La 2ª lectura de la carta a los Hebreos, nos recuerda que Jesús vino al mundo para liberar al hombre del pecado, para hacernos hombres justos.

Cuando en nuestra vida tomamos decisiones equivocadas, que incluso nos puede apartar de Dios, Él no nos abandona.  Todo el mal que, a veces, hay en nuestra vida, en nuestro interior, no tiene la última palabra.  La última palabra es siempre el amor misericordioso de Dios, un amor que siempre está buscando nuestra salvación.

Que no seamos nosotros quienes hagamos inútil o estéril la muerte de Jesús, sino que avivemos nuestra fe en el Señor y la esperanza en su perdón. Porque Jesucristo vino al mundo para cumplir una única misión: salvar y liberar a los hombres de su pecado.

El Evangelio de san Marcos, nos exhorta a estar atentos a aquellos acontecimientos de nuestra historia, o de nuestra vida, inclusive en las catástrofes y calamidades, en los que podemos apreciar de alguna manera la proximidad del Reino de Dios: “Aprended de esta parábola de la higuera: cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, deducís que el verano está cerca; pues cuando veáis vosotros que esto sucede, sabed que él está cerca, a la puerta”.

No todo lo que sucede a nuestro alrededor es bueno. La violencia, la adicción a las drogas y la explotación del sexo son, por desgracia, características de nuestro tiempo, y no podemos darlas por buenas.

Pero hay también una serie de valores por ejemplo: libertad, igualdad, fraternidad, progreso, libertad de conciencia, instrucción popular, derechos de la mujer, etc. que nos preparan para el Reino de Dios.

Que no nos asusten, por tanto, las palabras severas del evangelio del fin del mundo y que no nos hagan caer en el pesimismo o el fatalismo. El evangelio de hoy nos debe impulsar a discernir, entre tantas cosas perecederas y entre tantas ideas o modas de pensamiento pasajeras, aquellas otras que, por ser conformes con el plan de Dios, pueden conducir a la humanidad a aquella plenitud y felicidad eternas para las que ha sido creada.

¡Miremos hacia adelante! Si estamos inscritos en el libro de la vida, este cambio va a ser positivo para nosotros.

No temamos. Del mismo modo que un año termina y otro empieza, que viene la noche pero renace el día, la hermana muerte temporal nos conducirá a la vida para siempre.

Nuestro futuro ya está aquí, en nosotros, en lo que vivimos cada día. No nos tendría que preocupar mucho qué sucederá el último día, sino lo que está pasando hoy y aquí, que es cuando estamos construyendo o no un futuro de salvación y de victoria, unidos a Cristo.

Las de hoy no son palabras para asustarnos, sino al contrario, para animarnos a ser constantes en el camino de fe que el Señor nos ha concedido emprender.  Que no sea, por tanto, el miedo lo que nos mueva a ser fieles a Dios. Que sea el amor.