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sábado, 23 de diciembre de 2017
martes, 19 de diciembre de 2017
IV DOMINGO DE ADVIENTO
Hemos llegado al cuarto
y último domingo de Adviento. Durante
todo este tiempo hemos intentado prepararnos para encontrarnos con el
Señor. Hoy María nos da la última
lección. Ella nos enseña a confiar en
Dios, a amar a Dios y a recibir a Dios en nuestra vida.
La 1ª lectura, tomada
del segundo libro de Samuel, nos decía cómo el rey David quería construirle
a Dios una casa. La casa que Dios
quiere es vivir en nuestro corazón, hacerse presente en nuestra vida.
Dios se preocupa
siempre de nosotros y siempre está viendo la manera de derramar su
amor y su bondad sobre nosotros, pero hay que dejarle a Él un lugar en
nuestro corazón. Dios está presente en la historia humana y viene
continuamente al encuentro de los hombres para ofrecernos paz y justicia y para
mostrarnos el camino hacia la verdadera vida, hacia la verdadera libertad,
hacia la verdadera salvación.
Si es Dios quien dirige
la historia humana, no tenemos razón para temer el futuro del mundo. Los
hombres pueden inventar la muerte, la violencia, la injusticia, la opresión, la
explotación, el imperialismo; pero Dios sabrá conducir la historia de los
hombres y del mundo a buen puerto, de acuerdo con su proyecto de amor y de
salvación.
Esta certeza debe
llevarnos a enfrentar la historia humana con optimismo, con esperanza y con
confianza, aunque parezca que las fuerzas de la muerte controlan nuestra
historia y dirigen nuestras vidas.
Es necesario, en estos
días previos a la Navidad que tomemos conciencia de que las promesas que
Dios hace se cumplen. Por ello Dios
envió a Jesús para mostrarnos el camino hacia el reino de la justicia, de la
paz, del amor y de la felicidad sin fin.
¿Qué acogida encuentra
Cristo en nuestro corazón y en nuestra vida? ¿Estamos disponible para que Dios, a través
de nosotros, pueda continuar ofreciendo la salvación a nuestros hermanos,
particularmente a los pobres, a los humildes, a los marginados, a los excluidos
del mundo?
La 2ª lectura, de San
Pablo a los romanos, vuelve a reiterar el mensaje de la primera: Dios
tiene un plan de salvación que ofrecer a los hombres.
Dios se preocupa por
nosotros y Dios nos ama, y ese amor no es un amor pasajero, sino que
forma parte del ser de Dios y está siempre en la mente de Dios amarnos a todos
sus hijos. Por ello no olvidemos esto: no somos seres abandonados a nuestra suerte,
perdidos y a la deriva en un universo sin fin; sino que somos seres amados
de Dios, personas únicas e irrepetibles que Dios conduce con amor a lo largo
del camino de la historia y Dios tiene un proyecto eterno de vida plena, de
fidelidad total, de salvación.
Prepararnos para la
Navidad significa preparar nuestro corazón para acoger a Jesús, para aceptar
sus valores, para comprender su manera de vivir, para adherirse al proyecto de
salvación que, a través de Él, Dios Padre nos propone.
En este domingo que
precede a la Navidad, el evangelio de san Lucas, nos ha presentado la figura de
María. La historia de María muestra cómo fue posible
que Jesús naciera en el mundo: a través de un “sí”
incondicional a los proyectos de Dios. Es necesario que, a través de
nuestros “síes”, a través de nuestra disponibilidad y entrega, Jesús
pueda venir al mundo, y ofrecer a nuestros hermanos, particularmente a los pobres,
a los humildes, a los infelices, a los marginados, la salvación y la vida de
Dios.
Alégrate. Es lo
primero que María escucha de Dios y lo primero que hemos de escuchar también
nosotros. “Alégrate”: ésa es la primera palabra de Dios a toda
criatura. Sin alegría la vida se hace más difícil y dura.
El Señor está contigo. Dios nos
acompaña, nos defiende y quiere siempre nuestro bien. Podemos quejarnos de
muchas cosas, pero nunca podremos decir que estamos solos porque no es
verdad. Dentro de cada uno, en lo más hondo de nuestro ser está Dios nuestro
Salvador.
No temas. Son muchos
los miedos que pueden despertarse en nosotros. Miedo al futuro, a la
enfermedad, a la muerte. Nos da miedo sufrir, sentirnos solos, no ser amados.
Podemos sentir miedo a nuestras contradicciones e incoherencias. El miedo es
malo, hace daño. El miedo ahoga la vida, paraliza las fuerzas, nos impide
caminar. Lo que necesitamos es confianza, seguridad, luz.
Llega la Navidad. Preparémonos
para vivir esta Navidad, purificando nuestro corazón de todo egoísmo, del
consumismo que nos vacía, del odio que nos impide amar o de la indiferencia que
nos imposibilita para actuar. ¡Dios está con nosotros! Esta es nuestra
Buena Noticia. Recibámoslo con un corazón generoso como María lo supo hacer en
la humildad de su persona.
MONICION DE ENTRADA:
Sean
bienvenidos a esta celebración del domingo que nos prepara para la
Navidad. Con todos los hombres y mujeres
que a lo largo de siglos esperaron la llegada del Mesías, con Isaías, con Juan
Bautista y con María, la jovencita de Nazaret que esperaba gozosamente el
nacimiento de su hijo, nosotros también esperamos hoy la gran fiesta que se
acerca. Dios viene a nosotros. Y nos disponemos a recibirlo, y queremos que
su venida transforme nuestras vidas.
MONICION A LA PRIMERA LECTURA:
Los
proyectos devotos son buenos, siempre que los hombres tengan presente que es
Dios quien les propone cómo honrarlos para agradarle. El rey David pretende construir un santuario;
pero Dios se le adelanta prometiéndole una dinastía.
MONICION A LA SEGUNDA LECTURA:
La
revelación de la salvación de Dios ha ocurrido lentamente. No obstante, ahora, en la plenitud de los
tiempos, Dios la ha hecho pública a los seguidores de Jesús como verdad por
asimilar y noticia que comunicar a todos los hombres.
ANTES DEL
ALELUYA:
El Antiguo Testamento puede
resumirse en noticia continua del Mesías que viene. El anuncio del ángel a María resume y explica
todo anuncio anterior: Dios se hace
hombre para que el hombre sea salvado en y desde su realidad humana.
VIGILIA DE
NAVIDAD
Hoy, hermanos y
hermanas, hemos salido de casa y hemos venido aquí, a reunirnos con la
comunidad, a través de la oscuridad. Nos hemos reunido de noche. Y la
noche —esta maravillosa noche de Navidad— por un lado, da un sentido
especial a nuestra celebración; por otro lado, nos sirve de parábola:
es la imagen de otra clase de oscuridad. No podemos olvidar la cara
oscura de la vida: la de las desgracias, las enfermedades o las
privaciones materiales; la del pecado con toda su miseria moral. Estamos
todos, dentro de esta pesada noche. La traemos pegada a la piel. Somos “el
pueblo que caminaba en tinieblas”, como nos decía el profeta Isaías.
Ahora bien, todo esto
es cosa del pasado. La novedad es otra. La buena nueva que hoy nos reúne y pone
en nuestros labios un cántico nuevo es que, desde la primera Navidad, “habitaban
tierra de sombras y una luz les brilló”. “Les traigo una buena noticia”, dice
el ángel a los pastores de Belén: “les ha nacido un Salvador, el Mesías, el
Señor”. Es ésta la gran noticia que en esta asamblea eucarística
actualizamos. La luz de la Navidad es gracia que lo ilumina todo: Genera
en nosotros la alegría cierta de una paz absoluta, incondicionada, porque no
tiene su fundamento en nosotros, sino en un hecho maravilloso que nos
trasciende: el Señor ama a los hombres.
Por ello esta noche
hemos de decir: ¡Felicidades, Jesús! ¡Felicidades, hermanos!
Esta es la noche de las
felicitaciones, porque es la noche de la felicidad, de la dicha más grande
jamás anunciada: Dios se acordó de nosotros, Dios está entre nosotros, Dios
nos quiere, nos ama y nos salva.
¡Felicidades, Jesús! Te has
hecho tan nuestro que eres uno de nosotros, un niño que nace, que comienza a
cumplir años.
Y cuando uno de los
nuestros cumple años le decimos lo que a ti: ¡Felicidades!, ¡Bienvenido!
Te has hecho tan
nuestro que eres uno de nosotros, y cuando uno de los nuestros descubre o
aporta algo importante, lo felicitamos. Y tú nos descubres lo más importante: al
mismo Dios; y tú nos aportas lo jamás soñado: el amor inmenso de Dios
que se hace ternura en la carne de un niño, que se expresa en beso de perdón y
de acogida, que se derrama en esperanza salvadora, que se entrega hasta la
locura de la cruz. ¡Felicidades y gracias, Jesús!
¡Felicidades, hermanos! Estamos de
enhorabuena. De la más completa enhorabuena. Lo increíble ha sucedido. Lo
esperado por los siglos ha llegado. “El pueblo que caminaba en tinieblas ha
visto una luz grande; habitaban tierras de sombras, y una luz les brilló”.
El cielo ha rasgado sus
velos y ha tendido un puente hasta la tierra. Desde hoy cielo y tierra se
han unido. Dios y hombre se han fundido en un abrazo tan estrecho, que será
imposible separarlos: el Hijo será nuestro hermano para siempre y nosotros
para siempre sus hijos.
Cristo asume por
completo nuestra vida humana, para que nosotros asumamos en Él la vida divina.
Cristo nace e inicia su camino de amor hasta la muerte, para que nosotros nos
hagamos compañeros de viaje y caminemos con Él por el amor hasta la vida que
vence a la misma muerte y se abre a la resurrección. Así que felicidades,
hermanos, estamos de enhorabuena.
¡Felicidades, María! ¡Es un niño
lleno de hermosura! ¡De verdad! Nunca podremos decirlo a nadie con más verdad
que a ti. Porque sabes que ese niño, tu hijo, el que acabas de dar a luz y aún
estrechas en tus brazos, es la joya más preciosa, el tesoro más valioso y, por
encontrarlo, merece dejarlo todo y entregarlo todo, hasta la propia vida.
Porque ese "niño
que nos ha nacido, ese hijo que tú nos has dado, lleva al hombro el principado,
y es su nombre: maravilla de consejero, Dios Amigo, Padre perpetuo, príncipe de
la paz". Por eso estás tranquila, a pesar de no poder ofrecerle otra
cosa al Dios hombre de tus entrañas, nacido entre tanta pobreza. Porque sabes
que la riqueza es Él, y que precisamente desde la pobreza de un corazón sin
apego alguno, es desde donde lo podemos presentar lo único que viene a buscar,
nuestro amor.
¡Felicidades, José! No te apenes
por no haber podido contar siquiera con la cuna de madera que, a buen seguro,
estabas preparando en Nazaret con tantísimo cariño. ¿Ves? El pesebre que con tu
buena maña has convertido en una cuna improvisada, es el mejor trono real para
este Príncipe de la Paz.
¡Quédate satisfecho,
José! Dios ha encontrado en ti, el hombre justo para ser el padre de quien trae
la justicia; el creyente fiel que ha merecido cumplir las Escrituras y ponerle
el nombre al Salvador, Jesús; el esposo que cuida en amor del amor virginal de
María y del fruto virginal de su vientre.
En Jesús, María y José,
nos felicitamos todos. Porque -lo decía san Pablo- “ha aparecido
la gracia de Dios que trae la salvación para todos los hombres; enseñándonos a
renunciar a la vida sin fe y a los deseos mundanos, y a llevar ya desde ahora
una vida sobria, honrada y santa”.
Este queremos que sea
nuestro regalo: vivir con fe, sabiéndote descubrir en la carne más débil
y necesitada de nuestros hermanos los hombres; vivir con sobriedad,
aprendiendo tu lección de pobreza para compartir con ellos cuanto somos y
tenemos, como tú; vivir con honradez nuestra religiosidad para
demostrarte que te amamos amando a los demás.
Nuestro regalo eres tú,
Señor. Permítenos frotarnos los ojos para creer lo que está sucediendo.
Permítenos escuchar una
vez más “la Buena Noticia, la gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la
ciudad de David, les ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor. Y aquí tienen
la señal: encontraran un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”.
Aquí, en la Eucaristía,
que es el nuevo Belén, tenemos la señal: es el Mesías, el Señor, renovando
su nacimiento y con Él el misterio todo de nuestra redención.
Aquí y en Él, en
Cristo, Dios nos sale al encuentro con su salvación realizada ya y que
culminará cuando este Príncipe de la Paz reúna todo principado en el cielo y la
tierra y lo presente a Dios en la plenitud de los tiempos. Entonces nuestro
canto será como el de esta noche, aunque con una palabra añadida: “Gloria a
Dios en el cielo, y en la nueva tierra paz a los hombres que ama el Señor”.
VIGILIA DE NAVIDAD
MONICION DE
ENTRADA:
Hermanos, pequeños, jóvenes y mayores:
Hoy se nos ha revelado la bondad de Dios y su amor al hombre. Un niño, el hijo de María, nos muestra el
rostro lleno de ternura de nuestro Dios.
Aquel que es la Luz y la Vida ha
venido para caminar junto a nosotros, para compartir nuestra existencia. Y nosotros como los pastores, estamos aquí
para celebrar esta gran alegría y para abrirnos al gran amor que Dios siembra
en cada hombre y cada mujer.
MONICION A LA
PRIMERA LECTURA:
Isaías, profeta navideño por
excelencia, presenta la salvación como luz, alegría, liberación y, sobre todo,
como don de un niño: “El Príncipe de la paz”. No viene a establecer el gobierno
de David, sino el reinado de Dios en justicia.
MONICION A LA
SEGUNDA LECTURA:
La encarnación de Cristo es el gesto
supremo del amor de Dios por humanidad; enseña a acabar con el mal; muestra
cómo vivir en la bondad y en la esperanza de su manifestación; y se define como
“el Señor que está con nosotros”.
ANTES DEL ALELUYA:
Aunque el nacimiento de Jesús no tuvo
testigos ajenos a la familia, el evangelista Lucas presenta a los primeros
misioneros de su Epifanía. Son pastores
sencillos y no gente importante; están dispuestos a visitarlo; y aceptan la
señal de su visita.
DIA DE
NAVIDAD
Son muchos los que
esperan que la lotería o la suerte les cambie sus vidas. Otros, en cambio,
decepcionados por las esperanzas no realizadas, ya no esperan nada estas
Navidades. Tratan de disfrutar lo mejor posible el presente. Hay, sin
embargo, algunos, los verdaderos creyentes, que no se resignan a una
felicidad basada únicamente en los bienes de consumo. Sueñan con una vida de
mayor calidad, más humana, no sólo para ellos sino también para los demás.
Para todos los que
mantienen viva la esperanza de un futuro mejor, el mensaje de la Navidad
constituye la gran noticia, la buena noticia: hoy nos ha nacido un Salvador.
La Navidad no es, pues, un recuerdo nostálgico de algo que ocurrió una vez en
el pasado y que ahora recordamos sentimentalmente poniendo el belén con el
niño, los pastorcillos y las ovejitas.
La Navidad no puede ser
sólo sentimentalismo de unos días. Tenemos, como creyentes, que
transformarnos por el nacimiento del Señor.
La Encarnación no es algo que ocurrió en el pasado, sino que es una
realidad actual. Hoy, en mí, Jesús tiene que nacer, por obra del Espíritu
Santo, de María Virgen.
¿Cuántos son los que
creen de verdad en la Navidad? ¿Cuántos los que saben celebrarla en lo más
íntimo de su corazón? Estamos tan entretenidos con nuestras compras, regalos y cenas
que resulta difícil acordarse de Dios y acogerlo en medio de tanta confusión.
Nos preocupamos mucho de que estos días no falte nada en nuestros hogares, pero
a muchos no les preocupa si allí falta Dios. Por otra parte, andamos
tan llenos de cosas que no sabemos ya alegrarnos de la “cercanía de
Dios”.
Y una vez más, estas
fiestas pasarán sin que muchos hombres y mujeres hayan podido escuchar
nada nuevo, vivo y gozoso en su corazón. Y quitaran el Belén y el árbol y
las estrellas, sin que nada grande haya renacido en sus vidas.
La Navidad no es una
fiesta fácil. Sólo puede celebrarla desde dentro quien se atreve a creer
que Dios puede volver a nacer entre nosotros, en nuestra vida diaria. Este
nacimiento será pobre, frágil, débil como lo fue el de Belén. Pero puede
ser un acontecimiento real. El verdadero regalo de Navidad.
Dios es infinitamente
mejor de lo que nos creemos. Más cercano, más comprensivo, más tierno,
más valeroso, más amigo, más alegre, más grande de lo que nosotros podemos sospechar.
¡Dios es Dios!
Los hombres
no nos atrevemos a creer del todo en la bondad y ternura de Dios.
Necesitamos detenernos ante lo que significa un Dios que se nos ofrece como
niño débil, frágil, indefenso, sonriente, irradiando sólo paz, gozo y
ternura. Se despertaría en nosotros una alegría diferente, nos inundaría
una confianza desconocida. Nos daríamos cuenta de que no podemos hacer otra
cosa sino dar gracias.
Este Dios es más grande
que todos nuestros pecados y miserias. Más feliz que todas nuestras
imágenes tristes y raquíticas de la divinidad. Este Dios es el regalo mejor
que se nos puede hacer a los hombres.
Nuestra gran equivocación
es pensar que no necesitamos de Dios. Creer que nos basta con
un poco más de bienestar, un poco más de dinero, de salud, de suerte, de
seguridad. Y luchamos por tenerlo todo. Todo menos Dios.
Felices los que tienen
un corazón sencillo, limpio y pobre porque Dios es para ellos. Felices
los que sienten necesidad de Dios porque Dios puede nacer todavía en sus vidas.
Felices los que, en medio del ruido y preocupación de estas fiestas, sepan
acoger con corazón creyente y agradecido el regalo de un Dios Niño. Para
ellos habrá sido Navidad.
Es Navidad, porque Dios
ha visitado nuestra tierra; es más, se ha implicado de lleno en ella, en
nuestra vida para llenarla de luz, de alegría, de esperanza. Dios se hace en
Jesús un hombre entre los hombres. Es la máxima dignificación del ser humano,
de la vida humana, que Dios asuma nuestra débil naturaleza.
Él es el mensajero del
que habla el profeta, del que dice que anuncia la paz, que trae la buena nueva,
que pregona la victoria... Dios no sólo no se desentiende de nuestro mundo,
sino que se instala en él para transformarlo desde dentro. Dios no se muestra
un desinteresado de los hombres, sino que se acerca tanto a ellos que se hace
uno de ellos para mostrar a todos cuán grande es el amor que nos tiene. Porque
la encarnación del Hijo de Dios es una prueba irrefutable y contundente del
gran amor con que Dios nos ama.
El Verbo se hizo carne
y acampó entre nosotros. Con esta bella expresión, el evangelio según San Juan
describe la entrada de Jesucristo en nuestro mundo. Él es el Mesías anunciado
por los profetas y esperado durante siglos, el que iba a traer la liberación
definitiva. El mensaje y la salvación de Jesús no iban a tener una índole
política. Esa liberación esperada iba a ser una liberación interior.
Las verdaderas cadenas
y ataduras del hombre no están fuera, sino en el interior de él mismo. La peor
de todas ellas es el pecado. Jesús nos trae la libertad interior frente al
pecado, frente a la ley esclavizante, frente a la muerte. Nos propondrá el camino
de las bienaventuranzas, camino de felicidad como voluntad irrenunciable de
Dios hacia nosotros; nos trae el perdón de nuestros pecados obrado con su
muerte en la cruz; nos trae la victoria definitiva sobre la muerte, con su
resurrección.
Pero recordemos, en
este día una vez más, que estos acontecimientos no sólo son para recordarlos,
sino para actualizarlos.
Hoy nace Jesús entre
nosotros. Hoy viene también a nuestro mundo, a nuestras familias, a nuestro
corazón. Que no nos pase de largo e inadvertido. Si no nos detenemos ante
Él, no lograremos entenderlo; pero si nos detenemos a contemplarlo, a escuchar
su mensaje, a adorarlo con humildad... si lo acogemos sinceramente y de
corazón, Él iluminará nuestras oscuridades, dará luz a nuestras tinieblas.
Que algo cambie hoy
dentro de cada uno de nosotros. Que la presencia de Jesús hecho niño para
nosotros nos haga más felices, hombres y mujeres más plenos, más hijos de Dios,
más hermanos de todos. Feliz Navidad para todos.
MONICIONES NATIVIDAD DEL SEÑOR
MONICION DE
ENTRADA:
Hermanos, pequeños, jóvenes y mayores:
Hoy se nos ha revelado la bondad de Dios y su amor al hombre. Un niño, el hijo de María, nos muestra el
rostro lleno de ternura de nuestro Dios.
Aquel que es la Luz y la Vida ha
venido para caminar junto a nosotros, para compartir nuestra existencia. Y nosotros como los pastores, estamos aquí
para celebrar esta gran alegría y para abrirnos al gran amor que Dios siembra
en cada hombre y cada mujer.
MONICION A LA
PRIMERA LECTURA:
Todo mensajero de
Dios es bien recibido, sobre todo cuando su noticia es buena y agradable para
quien la escucha. Isaías habla de un enviado
especial de Dios. Su voz es esperada; su
llegada causa alegría; y su mensaje trae presencia de Dios.
MONICION A LA
SEGUNDA LECTURA:
El autor de la carta a los hebreos resume en pocas
líneas todas las palabras de la salvación.
Hubo palabras proféticas en el pasado, pero la definitiva es Cristo
quien vive entre nosotros. Él es reflejo
de la gloria de Dios. ¡Es su Hijo!
ANTES DEL
ALELUYA:
Jesús es la Palabra personal de Dios; es el
Preexistente, la luz que viene a este mundo y el Exegeta del Padre. Recibirlo, escucharlo, atenderlo es el camino
que lleva a la salvación. Se ha hecho
carne y ha venido a quedarse con nosotros.
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