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lunes, 18 de septiembre de 2023

 

XXV DOMINGO ORDINARIO (CICLO A)


La liturgia de este domingo nos invita a descubrir a un Dios cuyos caminos y cuyos pensamientos están por encima de los caminos y de los pensamientos de los hombres.

La 1ª lectura del profeta Isaías nos recuerda que debemos buscar al Señor y seguir sus caminos; hay que dejar que Él sea el que guíe nuestra vida y no seguir los caminos torcidos de los hombres.

Si le preguntamos a la gente si creen en Dios, seguramente la mayoría nos diría que sí, pero ¿creemos en el Dios verdadero?  ¿No tenemos otros dioses a los cuales estamos sometidos y a los que les dedicamos más tiempo y más energías que al Dios verdadero?

Nuestra cultura actual, quiere prescindir de Dios.  Cree que el hombre es el único señor de su destino y que cada persona tiene derecho a construir su felicidad al margen de Dios y sus valores, considera que los antivalores del mundo pueden llegar a ser mejores que los valores de Dios.

Por eso el profeta Isaías nos invita a buscar a Dios, a volvernos a Él.  Es decir, a reorganizar nuestra vida, de modo que Dios sea el centro de nuestra existencia, que Dios ocupe siempre en nuestra vida el primer lugar.

Si volvemos a Dios, Dios tendrá compasión y misericordia de nosotros.  No nos encerremos en nosotros mismos.  Abramos nuestro corazón a Dios, dejemos que Él habite dentro de nosotros.  Dios no viene a destruirnos, ni a quitarnos nuestra libertad, sino que Dios viene a dignificarnos y hacernos felices.  Si buscamos, sinceramente a Dios, nunca quedaremos defraudados.  No demos nuestro corazón a los ídolos de este mundo.

La 2ª lectura de San Pablo a los Filipenses nos muestra el dilema en el que se encuentra san Pablo; no sabe qué elegir si el bien de su muerte para unirse a Cristo para siempre, o seguir viviendo para ejercer su misión de servicio a la comunidad. 

Cada uno de nosotros tenemos una misión en el mundo y no podemos huir, renunciar o abandonar la tarea que Dios nos ha encomendado, hasta que esa tarea la llevemos hasta el final, aunque encontremos dificultades a la hora de cumplir con nuestra misión.  Como cristianos debemos saber que el trabajo que realicemos por y para el Señor no será inútil a pesar de las contrariedades que podamos tener.  Hay que seguir adelante con ánimo, confiando en la ayuda del Señor y la presencia del Espíritu Santo.

El Evangelio de san Mateo nos decía hoy que todos somos invitados a trabajar en la viña del Señor y no hay trabajadores de primera o de segunda clase.  Lo que hay es personas que aceptan la invitación del Señor.

Los planes de Dios no son como los nuestros; ni su justicia es como la nuestra.  Nosotros nos hemos imaginado que Dios actúa a nuestro modo. Que Dios valora a las personas y a los acontecimientos como lo hacemos nosotros. Pero Dios no es así.

Si Dios actuara como actuamos nosotros, ciertamente no tendríamos ni la más mínima esperanza de salvarnos. Ya que la salvación es un don que Dios nos concede gratuitamente y no es algo que nosotros merezcamos por nuestras obras.

E! amor de Dios es infinitamente más grande que la justicia. La justicia humana es entendida por nosotros dar “A cada quien lo que le corresponde”.

De acuerdo a la ley humana: dar menos de lo que a una persona le toca es algo injusto. Y también es injusto, el darle más de lo que le toca. Cuando hablamos de justicia, nos olvidamos de la generosidad. En lo humano, la justicia no tiene nada que ver con el amor.

En Dios la justicia es totalmente distinta. La justicia de Dios está regida por el amor. Dios es justo cuando ama y no cuando castiga. La justicia de Dios está marcada por la gratuidad. Esto significa que Dios no nos da lo que merecemos. Sino que lo que Dios nos da sobrepasa totalmente nuestros merecimientos.

No le impongamos a Dios nuestro modo de pensar y de actuar. No nos olvidemos de que toda justicia humana, todo pensamiento humano, todo camino humano, siempre tiene algo de injusto y por eso es totalmente distinto de la justicia divina.

La parábola nos lleva a preguntarnos: ¿Qué es lo justo? Todo depende de la justicia que se use.  Nosotros pensamos que el que ha trabajado más habrá de recibir más y sin embargo, el amo de la Parábola no actuó así, sino que a todos les dio lo mismo.

Fijémonos bien: a los primeros no los engañó, porque les dio el denario que había prometido darles.  En el fondo, no reclaman por una razón de justicia, sino que en realidad, sienten envidia. 

Esta parábola quiere hacernos comprender cómo actúa Dios. Él no nos da de acuerdo a nuestros méritos, sino conforme a su bondad. Dios no actúa de acuerdo a la justicia humana, sino de acuerdo a la gratuidad. Todo es gratuito; un regalo que Él nos hace.