IV DOMINGO DE CUARESMA (CICLO C)

En la mitad de nuestro camino de Cuaresma, celebramos hoy el IV domingo de Cuaresma, conocido con el nombre de “Laetare” (Alégrense o regocíjense), porque con estas palabras empezaba el canto de entrada que la antigua tradición litúrgica romana asigna a la misa de hoy.
La 1ª lectura del libro de Josué nos presentaba el momento en el que el pueblo de Israel entra en la Tierra Prometida y celebra gozoso la fiesta de la Pascua, la primera Pascua en libertad.
Como el pueblo de Israel, en este tiempo de Cuaresma, estamos invitados a acabar con todo lo que hay en nuestra vida que nos esclaviza, para poder pasar, definitivamente, a una vida nueva, la vida de la libertad y de la paz.
El pueblo de Israel, mientras estuvo por el desierto fue alimentado por Dios con el maná, a partir de la primera fiesta de la Pascua se alimentará de los frutos de la tierra. A veces, también, nosotros queremos alimentar nuestra fe de milagros y de hechos extraordinarios. Sin embargo tenemos que vivir nuestra fe en Dios desde la experiencia de cada día, desde la lucha de cada día, desde el trabajo de cada día. Tener fe y tener confianza en Dios no puede alimentarse de cosas que estén fuera de lo normal, sino que tenemos que vivir nuestra fe y ver la mano de Dios en todos los momentos normales de nuestra vida.
La 2ª lectura de san Pablo a los Corintios nos decía: “En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios.”
Reconciliarse nos llena de paz, pero puede ser duro y difícil. Pide un cambio, y como todo cambio en la vida exige romper esquemas, dejar atrás muchas cosas y abrir nuevos caminos. En definitiva, reconciliarse con Dios, es salir de nuestra comodidad y rutina, y lanzarnos a vivir una aventura con Dios. Reconciliarse con Dios, significa estar dispuesto a mirar el pasado con ojos de arrepentimiento y a dejar atrás ese pasado, por más que nos siga siendo atractivo.
Para reconciliarse de verdad con Dios y con nuestros hermanos, no basta solamente acudir al sacramento de la confesión para recibir el perdón de Dios, hay también que arrancar del alma las causas por las cuales nos alejamos de Dios y llenar nuestro corazón del amor a Dios.
Todo hombre, si es sincero consigo mismo, se da cuenta de que está necesitado, en un mayor o menor grado, de reconciliación. Reconcíliate tú primero, y luego ayuda a los demás a conseguir una auténtica reconciliación.
El evangelio de San Lucas, nos ha relatado hoy la parábola del hijo pródigo, o mejor dicho la parábola del padre bueno y misericordioso. Porque es el padre el verdadero protagonista de esta historia.
Todos nosotros tenemos mucho del hijo pródigo y del hijo mayor.
Nos parecemos al hijo pródigo: cuando nos apartamos de Dios; cuando nos olvidamos de Dios; cuando le damos la espalda a Dios; cuando cerramos nuestros oídos, nuestro corazón, nuestra conciencia a la palabra de Dios; cuando buscamos la felicidad lejos de Dios, fuera de la casa del Padre; cuando ponemos nuestra meta y nuestra aspiración solamente en las cosas materiales.
Pero nos parecemos también al hijo pródigo cuando, habiéndonos apartado de Dios, reconocemos nuestros errores, nos arrepentimos de ellos y le pedimos perdón a Dios.
Nos parecemos al hijo mayor: cuando ponemos la legalidad y el orden por encima del amor; cuando no sabemos perdonar; cuando tenemos fe, pero no tenemos amor; cuando no nos alegramos con el arrepentimiento de otras personas; cuando nos consideramos perfectos y cumplidores y juzgamos y condenamos a todos los que no son como nosotros.
Desde luego, el hijo mayor, aun estando en casa con el padre, era el que estaba más lejos del padre.
El padre es el personaje central de la parábola: un padre que nunca deja de querer y de esperar a su hijo, aunque éste se haya alejado y olvidado del padre; un padre que sale contento y feliz al encuentro del hijo, cuando éste regresa; un padre que ama, disculpa y perdona a su hijo; un padre que organiza una fiesta, porque su hijo ha regresado. Así es Dios.
Dios es un Padre que no puede ser feliz viendo a sus hijos arruinados e infelices.
Dios es Padre y nos quiere y se llena de alegría cuando hacemos el bien y, porque nos quiere, se entristece cuando hacemos mal.
Por muy perdidos que nos encontremos, por muy fracasados que nos sintamos, por muy culpables que nos veamos, siempre hay salida. Siempre está abierta la puerta del corazón de Dios.