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lunes, 13 de junio de 2022

 

CORPUS CHRISTI (CICLO C)


Celebramos hoy la fiesta del “Corpus Christi”, la fiesta del Cuerpo y la Sangre del Señor.  Hoy celebramos de un modo especial, la presencia verdadera, real y substancial de Cristo en la Eucaristía.

El Corpus Christi nos invita a manifestar nuestra fe y devoción a este sacramento, que es el “sacramento de piedad, signo de unidad, vinculo de caridad, banquete pascual en el cual se come a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria futura”.

Celebrar el “día del Corpus” es honrar a Jesucristo presente en la Eucaristía y presente también en nuestras vidas. Es dar gracias a Dios por el don de su Palabra y de su Cuerpo, entregado por nosotros, y su Sangre, derramada por nosotros.

El pan y el vino de la eucaristía son, en primer lugar, un alimento. Jesús quiso dejarnos como signo de su presencia, como memorial de su muerte y resurrección, o sea de su entrega por nosotros, de su sacrificio redentor, un alimento. La comida, el alimento, no sólo es una necesidad básica de la naturaleza humana, sino que es también signo de fiesta, de celebración, con un fuerte valor sacramental. Cuando queremos celebrar algún acontecimiento importante nos reunimos en una comida.

Jesús también quiso que la celebración principal de la fe de los cristianos fuese un encuentro festivo alrededor de una mesa. Yen esa mesa compartimos un alimento que es Él mismo. El pan y el vino de la eucaristía no son un símbolo, sino una presencia real de Jesús en medio de nosotros, que se nos da como alimento: “Esto es mi Cuerpo… esta es mi Sangre”.   Estas palabras significan que, después de la consagración eucarística, Cristo entero, Dios y hombre, se hace presente y permanece con nosotros. Cristo en persona está en la hostia después de pronunciar estas  palabras el sacerdote.

Es tan real la presencia de Jesucristo, Dios y Hombre verdadero en la Eucaristía, que cuando recibimos la hostia consagrada no recibimos un simple símbolo, o un simple trozo de pan bendito, o nada más la hostia consagrada  –como podría parecer– sino que es Jesucristo mismo penetrando todo nuestro ser: Su Humanidad y Su Divinidad entran a nuestra humanidad –cuerpo, alma y espíritu– para dar a nuestra vida, Su Vida, para dar a nuestra oscuridad, Su Luz.

Y nosotros necesitamos de ese alimento espiritual que es el Cuerpo y la Sangre de  Cristo. Así como necesitamos del alimento material para nutrir nuestra vida corporal, así nuestra vida espiritual requiere de la Sagrada Comunión para renovar, conservar y hacer crecer la Gracia que recibimos en el Bautismo, gracia que es la semilla de nuestra vida espiritual.  “Quien come Mi Carne y bebe Mi Sangre permanece en Mí y Yo en él”, nos dice el Señor.  Es así como, recibiendo a Jesucristo en la Eucaristía, dice el Señor a Santa Catalina de Siena, “… el alma está en Mí y Yo en ella. Como el pez que está en el mar y el mar en el pez, así estoy Yo en el alma y ella en Mí…”

Este alimento nos une a Jesús (eso es comulgar: entrar en comunión con Él), y nos da fuerzas para el camino cristiano. Y, aún más, la eucaristía nos lleva a la vida nueva de Jesús resucitado, que vamos ya viviendo ahora, pero que nos abre también a la vida para siempre.

Hoy es un día especial para que valoremos la Eucaristía.  Tenemos que venir a misa alegres porque somos llamados y reunidos por el Señor alrededor de la mesa del altar y hemos de esforzarnos siempre por comulgar en la Eucaristía ya que Comulgar es mucho más que introducir el pan consagrado en nuestra boca. Comulgamos acogiendo a Cristo en nuestra vida. Por eso es tan importante retirarnos en silencio para abrir nuestro corazón al Señor: “Yo te acojo, limpia mi corazón, transforma mi vida. Quiero vivir de tu verdad y de tu espíritu. Quiero ser como eras tú, vivir y amar como vivías y amabas tú”. En ese silencio profundo vamos comulgando con Cristo.

Ahora bien, es una contradicción grave comulgar con Cristo todos los domingos en la más recogida intimidad, y no preocuparnos durante la semana de comulgar con los hermanos; compartir el pan eucarístico, e ignorar el hambre de millones de seres humanos privados de pan, justicia y paz; celebrar el “sacramento del amor”, y no revisar nuestros egoísmos individuales y colectivos o nuestra apatía ante situaciones de injusticia y olvido de los más desvalidos; escuchar la Palabra de Dios en las Escrituras, y no oír los gritos de sus hijos más necesitados; darnos todos los domingos el abrazo de paz, y no trabajar por hacerla realidad entre nosotros es una contradicción.

Porque el pan y el vino consagrados son realmente el Cuerpo y la Sangre de Jesús, es lógico que adoremos este sacramento incluso fuera de la comida concreta de la Eucaristía. Es lo que da sentido a los actos de devoción personal o comunitaria como son el sagrario, la capilla del santísimo, la oración personal, la comunión a los enfermos.

La Eucaristía es el Regalo más grande que Jesús nos ha dejado, pues es el Regalo de su Presencia viva entre los hombres.