III DOMINGO DE ADVIENTO (CICLO A)

El tercer domingo de Adviento se llama el domingo “Gaudete” (Alegraos). Las lecturas nos invitan a llenarnos de alegría por la salvación que Dios nos trae. Por eso en este tiempo de Adviento decimos: “Ven, Señor Jesús, y sálvanos”.
La 1ª lectura del profeta Isaías nos presenta una situación de desesperanza y desencanto que vive el pueblo de Israel. El profeta invita al pueblo a poner la mirada en Dios y a ver cómo hay razones para la esperanza porque Dios mismo intervendrá a favor de su pueblo.
En medio de las dificultades, en medio de las tinieblas que envuelven nuestra vida y la vida del mundo, también, el profeta Isaías, nos invita hoy, a nosotros, a la alegría, a dejar de lado nuestro miedos, a llenar nuestra alma de paz.
Nuestra vida, puede ser una vida vacía y estéril, una vida árida como el desierto. Podemos sentirnos inútiles, podemos sentir que no tenemos nada que presentarle a Dios. Podemos tener la sensación de no haber hecho nada que tenga realmente valor para Dios. Podemos sentirnos como esa tierra seca y estéril.
Hoy nos dice Dios, que si nosotros dejamos que Él actúe en nuestra vida, esa vida seca y estéril la puede transformar como transforma el desierto en un vergel para que no vivamos una vida sin pena ni gloria.
A veces, el miedo, la timidez, el creernos poca cosa, ahogan la grandeza de nuestro corazón, ahogan nuestras más grandes aspiraciones hasta hacernos caer en una vida sin sentido, sin esperanza. Siempre vamos de prisa, y esto hace que aumenten las enfermedades, los infartos, los complejos, la angustia. No tengamos miedo, ahí tenemos a nuestro Dios que viene a salvarnos. No nos angustiemos, tengamos confianza en el amor y en el poder de Dios. Podemos estar seguros que el Señor viene a salvarnos y a ofrecernos una vida mejor.
La 2ª lectura del apóstol Santiago nos invita a no desesperarnos y a tener paciencia.
Hay muchas personas que diariamente sufren la injusticia, el miedo y se les priva de su dignidad. El apóstol Santiago nos dice que a pesar del sufrimiento, Dios no nos abandona ni nos olvida, sino que viene a liberarnos. Hay que esperar en Dios, y hay que esperarlo, no con el corazón lleno de deseos de venganza sino con esperanza y confianza.
Esto no significa que nos quedemos de brazos cruzados, sin hacer nada. Lo que Dios nos pide es que no dejemos que los sentimientos agresivos y destructivos tomen posesión de nosotros, porque Dios no puede salvar a una persona que su corazón esté dominado por el odio, por el rencor o por el deseo de venganza. Cultivemos la virtud de la paciencia, como el agricultor o como la mujer que tiene que esperar 9 meses hasta que da a luz.
Seamos pacientes porque Dios nos dice que la situación de injusticia y de pecado no tendrá la última palabra.
El Evangelio de San Mateo nos presenta a Juan Bautista, encarcelado por Herodes, por ser fiel al mensaje de Dios, que envía a sus discípulos para preguntarle a Jesús: “Tú, quién eres”. ¿Eres tú nuestro Salvador?
Cuando el hombre para superar sus angustias, sus preocupaciones ve que no puede hacerlo por sí mismo busca a alguien que lo ayude a liberarse de sus problemas, necesita de alguien que sea capaz de resolver lo que él no puede.
En esta situación de impotencia el hombre busca uno o varios “salvadores” y en ellos pone sus esperanzas, sus ilusiones; estos salvadores se presentan como la solución definitiva a nuestros problemas. Además la sociedad nos crea necesidades falsas que todavía nos hacen sentirnos más preocupados y necesitados de salvadores.
Tenemos, pues, una serie de necesidades y una serie de salvadores en quienes depositamos, en muchas ocasiones, nuestras esperanzas porque nos han prometido resolver nuestras necesidades, angustias y problemas: nos encontramos con los políticos que prometen resolverlo todo; con los adivinos y lectores de cartas que tienen recetas para todo; con los predicadores protestantes que nos van a curar de todas nuestras enfermedades y vicios. En otras ocasiones ponemos nuestras ilusiones en cantantes, futbolistas, actores y los convertimos en nuestros ídolos.
Pero todos estos “salvadores” ¿son el verdadero salvador que necesitamos? El Evangelio de hoy nos da la clave para saber si estos salvadores son el verdadero salvador: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?” ¿Qué respuesta darán los supuestos salvadores de nuestro mundo a esta pregunta? ¿Acaso pueden responder con la misma firmeza con que respondió Jesús?
Nuestros falsos y pequeños salvadores actuales no pueden salvar al hombre, podrán, quizás, resolver algún problema, pero son incapaces del salvar al hombre. Sólo Jesús nos puede salvar.
Preparémonos para recibir en la Navidad ya cercana al único que nos salva y que nos llena de alegría, al único que puede romper todas nuestras ataduras que nos impiden realizarnos como auténticas personas: Cristo Jesús.