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lunes, 10 de enero de 2022

 

II DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (CICLO C)

Después del ciclo litúrgico de la Navidad comenzamos el Tiempo Ordinario, que se verá interrumpido para celebrar la Cuaresma.  Con el Tiempo Ordinario comenzamos a recorrer la vida pública de Jesús, sus milagros y sus enseñanzas.

La 1ª lectura del profeta Isaías nos presenta el amor de Dios como un amor inquebrantable y eterno.  El amor de Dios por nosotros es un amor que nada ni nadie lo puede romper.

¿Por qué Dios nos quiere tanto?  ¿Tan importantes somos?  ¿Tanto valemos?

Hay muchas personas que no se quieren a ellas mismas, no se valoran y se desprecian y además nos alejamos de Dios con los pecados.  Hay que preguntarse: ¿Qué ve en mi persona Dios que yo no soy capaz de ver?  Y el profeta Isaías nos dice lo que Dios ve en nosotros y lo mucho que nos ama, que hasta olvida y perdona todos nuestros pecados, todas nuestras traiciones, todas nuestras infidelidades.

Nosotros que vamos tantas veces mendigando amor y que experimentamos tantos fracasos: la novia que se siente abandonada de su novio ¡Cuántas traiciones y cuantos dolores entre novios!  El marido o la esposa que se encuentran burlados y humillados en sus personas por la infidelidad del otro.  Los padres, dolidos por el abandono y el alejamiento de los hijos.  Los falsos amigos que dejan herido nuestro corazón.  Nosotros que vamos mendigando amor y sin embargo no nos damos cuenta de cuanto nos ama Dios.

Es importante hoy que nos demos cuenta que Dios nos da su amor fiel, sincero y verdadero y para siempre, aunque no lo merezcamos.  Dios, a pesar de nuestras infidelidades, pecados y traiciones, siempre nos ama.

La 2ª lectura de san Pablo a los Corintios nos habla de los dones, de los carismas que Dios nos da a cada uno y a través de los cuales Dios manifiesta su amor por nosotros.

Esos dones y gracias que recibimos de Dios son para ponerlos al servicio del bien común, al servicio de todos.  Los dones que Dios nos da no son privados.  Dios nos los da para el servicio de la comunidad.

“Hay diferentes dones, pero el Espíritu es el mismo”, –nos decía San Pablo–  Cada persona tiene su propio modo de ser, sus propias cualidades y sus propios defectos.  Y todos hemos recibido esos dones de un solo Señor.  Si queremos que haya paz y armonía entre todos nosotros, debemos respetar y reconocer las cualidades que cada uno tiene.

Si lo bueno que hay en nosotros proviene de Dios, hemos de ser respetuosos con los demás.  Si queremos que nos respeten, es necesario que nosotros respetemos a los demás.  Por lo tanto evitemos cualquier desprecio o envidia por las cualidades de los demás.

El Evangelio de san Juan nos presenta a Jesús comenzando su vida pública y realizando su primer milagro en una boda, en Caná.

Como en la boda de Caná, ocurre que muchas veces, en nuestra vida nos puede faltar el vino.  Nuestra vida, en muchas ocasiones, se vuelve monótona, carente de ilusión, de sentido y de esperanza.  Muchas veces, o quizás demasiadas veces, nos falta la alegría, y nos vemos ante las dificultades como los novios de Caná.  Y aunque tengamos de todo, si nos falta el vino de la salvación que nos trae Jesús se nos acaba la fiesta.  Muchas veces nos falta también el deseo de compartir el amor y la amistad.

Hay también muchas familias que les falta el vino.  Han pasado los años y la rutina la hemos dejado entrar en el hogar.  Falta la fantasía, la imaginación, la atención, el regalo de aniversario, acordarse de las fechas importantes, atender los gustos.  Hay familias que les falta el vino porque ya no esperan nada nuevo, ni se hace nada nuevo. 

Y como en las bodas de Caná, María, la madre, siempre atenta a las necesidades de todos, presenta también nuestras necesidades ante su Hijo: “no tienen vino, no tienen ilusión, no tienen esperanza” y luego aquellas palabras suyas dirigidas también a todos nosotros “haced lo que Él os diga”. 

El Señor sigue presente en medio de nosotros, su Espíritu y su Palabra, pueden transformar esas situaciones de desesperanza por las que pasamos, si hacemos lo que Jesús nos pide.

No olvidemos que ninguno de nosotros estamos abandonado de Dios.  Dios nos ama y nos invita a la fiesta de su amor.  Y cuando, por cualquier motivo, se nos acabe el vino, si hacemos lo que Jesús nos dice, si ponemos a su disposición el agua pobre y sencilla de nuestra vida, el Señor la convertirá en el vino nuevo de la alegría salvadora.