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martes, 19 de agosto de 2025

 


Las lecturas de este domingo nos hablan del tema, siempre difícil, de la salvación.

La 1ª lectura del profeta Isaías, nos habla de cómo el pueblo de Israel no se encontraba en una situación ideal.  Dentro del pueblo existe una situación de fracaso, de desánimo y desesperanza.

El profeta trata de levantar el ánimo del pueblo.  Este pueblo una vez que ha superado sus sufrimientos, se ha olvidado de que Dios los ha salvado, como salvó y dio la libertad a sus padres.  Siempre ocurre la misma historia.  Cuando estamos en problemas invocamos a Dios, recurrimos a Dios, pero cuando nos llega la calma y el bienestar, muchas veces también nos llega el olvido de Dios y el vivir alejado de su doctrina y de los ideales cristianos. 

Dios nunca nos ha abandonado pero nosotros sí y esto es fruto de que no estamos unidos verdaderamente a Dios.  A pesar de todo esto Dios nos reúne, como lo hace en esto momentos para celebrar la Eucaristía, Él nos convoca para: compartir y proclamar en alto nuestra fe, escuchar y acoger la Palabra de Dios con generosidad, revisar nuestro compromiso cristiano y reafirmar nuestro propósito de fidelidad a Dios.Dios nunca nos abandona, que no lo hagamos nosotros cuando todo nos va bien.

La 2ª lectura de  la carta a los Hebreos nos alienta a que cuando recibamos una corrección debemos asumirla con paciencia, porque a pesar de que nos molestemos por la corrección, el final siempre es positivo.

A veces nos comportamos incorrectamente ante las correcciones de Dios. Cuando nos cae una desgracia o sufrimos un accidente o una enfermedad, enseguida pensamos “¿por qué a mi?”. Y creemos que Dios nos está castigando. En realidad lo que denominamos “castigos” de Dios es más bien llamadas suyas para seguirlo en medio de las circunstancias que Él tenga dispuestas para cada uno de nosotros.  Lo que llamamos “castigos” de Dios, son correcciones de un Padre que nos ama. Son advertencias que Él nos hace para que tomemos el camino correcto, para que nos volvamos hacia Él, para que busquemos nuestra salvación y no la condenación.

En el evangelio de san Lucas hemos escuchado que una persona se acerca a Jesús y le pregunta: “Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?” 

En primer lugar, es necesario tomar conciencia de que el “Reino” no está condicionado a ninguna lógica de sangre, de etnia, de clase, de ideología política, de estatuto económico: es una realidad que Dios ofrece gratuitamente a todos; basta que se acoja esa oferta de salvación, se adhiera a Jesús y se acepte entrar por la “puerta estrecha”.

“Entrar por la puerta estrecha” significa, en la lógica de Jesús, hacerse pequeño, sencillo, humilde, servidor, capaz de amar a los otros hasta el extremo y hacer de la vida don, entrega. En otras palabras: significa seguir a Jesús en su ejemplo de amor y de entrega. Cuando Santiago y Juan pretendieron reivindicar lugares privilegiados en el “Reino”, Jesús se apresuró a decirles que era necesario primero compartir el destino de Jesús y hacer de la vida un don (“beber el cáliz”) y un servicio (“el Hijo del Hombre no ha venido para ser servido, sino para servir y dar la vida”). Jesús es, por tanto, el modelo de todos los que quieren “entrar por la puerta estrecha”.

Todos constatamos que esta “puerta estrecha” no es, hoy, muy popular. Los hombres de hoy tienen perspectivas muy distintas de las de Jesús. La felicidad, la vida plena se encuentran, para muchos de nuestros contemporáneos, en el poder, en el éxito, en el escaparate social, en el dinero (el nuevo dios que mueve el mundo, que manipula las conciencias y que define quien tiene o no éxito, quién es o no es feliz).

Es necesario ser conscientes de que el acceso al “Reino” no es, nunca, una conquista definitiva, sino algo que Dios nos ofrece cada día y que, cada día, aceptamos o rechazamos. Nadie tiene automáticamente garantizado, por decreto, el acceso al “Reino”, de forma que pueda, a partir de un cierto momento, tener comportamientos no conformes con los valores del “Reino”. El acceso a la salvación es algo a lo que se responde, positiva o negativamente, todos los días.

Jesús decía que, en el banquete del “Reino”, muchos aparecerán y dirán: “Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas”; pero recibirán como respuesta: “No sé quiénes sois. Alejaos de mí, malvados”. Este aviso toca de forma especial a aquellos que conocieron bien a Jesús, que se sentaron con Él a la mesa (de la eucaristía), que escucharon sus palabras, que formaron parte del consejo pastoral de la parroquia, que fueron fieles guardianes de las llaves de la iglesia; pero que nunca se preocuparon por entrar por la “puerta estrecha” del servicio, de la sencillez, del amor, de la entrega de la vida. Esos, Jesús es muy claro, no tendrán un lugar en el “Reino”.