VI DOMINGO DE PASCUA (CICLO B)
Las lecturas de hoy nos revelan el rostro de Dios y su identidad más profunda: Dios es Amor. No se dice: Dios es Poder, Dios es Misterio, Dios es Grandeza, sino Dios es Amor.
En la 1ª lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles nos presenta a Cornelio. La comunidad primera, por medio de Pedro, primero, y luego de todos, aceptan en la fe a una familia pagana, romana por más señas, la familia del centurión Cornelio. Iluminados por el Espíritu, se dan cuenta de que Dios no hace “distinción de personas”, que no distingue entre naciones y lenguas y procedencias.
Dios ha venido para todas las personas, no para unos pocos. El amor de Dios no es “nacionalista”, “exclusivista”, sino que es católico, universal. Dios es Señor de todos. Dios acepta a todo el que lo acoge, sea de la nación que fuere. Y su amor no conoce ninguna frontera: ni de naciones, ni las del color, ni de la situación social, ni tantas otras fronteras que establecemos los hombres entre nosotros. La fe es universal y el mensaje evangélico del amor está dirigido a todos los hombres de buena voluntad. La Iglesia no puede convertirse en monopolio de nadie: ni de partidos, ni de ideologías, ni de territorios o pueblos.
Nosotros, a veces, nos encerramos, en mi grupo, mi familia, mi partido, mi parroquia, porque creemos ser los mejores. En nuestra religión hay una llamada importante a amar a todos, a estar abiertos a todos. Pertenecer a algún grupo no puede ser excluyente de los demás.
Dios quiere a todos, Cristo se entregó por todos, por tanto nosotros debemos amar también con corazón universal.
La 2ª lectura de la primera carta de san Juan nos decía: “amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor”.
Amar quiere decir tener el corazón y el alma dispuestos siempre a darse a todo aquel que necesite de nosotros, aunque no nos caiga bien o aunque pensemos que no tenemos la culpa de sus problemas.
Amar quiere decir ser capaz de conmoverse ante los dolores y las debilidades, y sentirlos como propios, sentirse responsable de ellos. Amar quiere decir estar en contra de la guerra y de los que hacen negocios a costa de ella.
Amar quiere decir querer un mundo diferente, en el que todos los hombres vivan con dignidad, la dignidad de amados de Dios. Amar quiere decir crear relaciones de confianza con los demás, no murmurar, ayudar, entender lo que les pasa a los demás en lugar de criticarlos.
Nuestra vida, tanto en la familia como en la sociedad, nos ofrece muchas ocasiones para ejercitar el mandato del amor. “Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor”.
En el Evangelio de san Juan, Jesús nos dejaba el mandamiento del amor: “que os améis unos a otros como yo os he amado”.
El verdadero amor es valoración de la persona amada, interés por el bien de ella, disposición para ayudarla, respeto por su manera de ser, donación personal al otro, atención a sus necesidades y voluntad inquebrantable de hacerla feliz. Cuando uno ama verdaderamente, el otro es el importante.
Hoy en día nos encontramos con muchas situaciones que se resolverían con mucha más tranquilidad si comprendiéramos y creyéramos en las palabras de Cristo.
Es triste contemplar como un matrimonio se ve destrozado porque uno de los dos, o los dos no han comprendido que por encima del dinero, la fama o el placer está el amor, y que ese amor no se podrá vivir si no se reconoce su fuente: Dios. A todos esos matrimonios que hoy tienen tantas dificultades hoy Jesús les dice: “que os améis unos a otros como yo os he amado”. Pero, ¿cómo han de cumplir ese mandato si permanecen al margen de Dios?
A todos los jóvenes que no encuentran su felicidad y que buscan evasiones en la música, la moda, el alcohol, la droga, el dinero o el poder; hoy Jesús les reclama su amistad y les dice: “Ya no os llamo siervos… a vosotros os llamo amigos”, y “no sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca”.
¡No tengamos miedo a dejarnos llamar y amar por Jesús! Él es la fuente de nuestra felicidad, Él es quien ha dado la vida por nosotros; todos aquellos que nos quieren llevar por el camino de la evasión y el placer nunca han estado dispuestos a dar la vida por nosotros.
Acerquémonos a Jesús, vivamos amados por Él, cumpliendo sus mandamientos, llenos de alegría porque nos sabemos infinitamente amados por aquel que quiso dar la vida por nosotros.