XXXII DOMINGO ORDINARIO (CICLO A)
La liturgia de este domingo es
una fuerte llamada a la esperanza. Sin
embargo, esa esperanza la hemos de vivir desde la responsabilidad y la
vigilancia, pues Dios no duerme y está viniendo a nuestro encuentro, sin avisar
ni el día ni la hora de su llegada.
La 1ª lectura, del libro de la Sabiduría, hacía un
elogio de la sabiduría y nos invitaba a buscar la sabiduría que ilumina
nuestra vida y que nunca se apaga.
La “sabiduría”
de la que nos habla la primera lectura es distinta a lo que nosotros llamamos
cultura o capacidad para conocer muchas cosas.
La “sabiduría” de la que nos habla la
Palabra de Dios es la capacidad de descubrir
a Dios en el mundo y en sus acontecimientos; es la “luz” que nos lleva a caminar hacia el Señor en medio de las
oscuridades y desconciertos de la vida. Por eso es importante “buscarla” porque nos hace amigos de
Dios y nos conduce al Reino.
Es sabio quien
encuentra el camino que lleva a Dios y lo recorre sin confusión, aunque carezca
de cultura humana. Esa sabiduría se alcanza abriendo el corazón a Dios y
practicando sus mandatos, aunque no se tengan grandes estudios. Hay grandes
sabios para las ciencias, pero perfectos ignorantes para Dios. Sin embargo, hay
muchísimas gentes que carecen de conocimientos científicos y son los sabios
para Dios.
La
2ª lectura, de san Pablo a los Tesalonicenses, nos habla de la esperanza y la confianza
en el Señor.
La certeza de la
resurrección nos garantiza que Dios tiene
un proyecto de salvación y de vida para cada hombre; y que ese proyecto se
hará realidad cuando nos encontremos definitivamente con Dios.
Nuestra vida presente no
es, una vida sin sentido y sin finalidad; es
un camino, aunque a veces, con sufrimiento y dolor, hacia la vida total con Dios.
Esto no quiere decir que ignoremos las cosas buenas de este mundo,
viviendo solamente a la espera de alcanzar el cielo; nuestra vida presente debe
ser, ya en este mundo, una búsqueda de
la felicidad, por ello, no podemos conformarnos con todo aquello que nos
roba la vida y nos impide alcanzar la felicidad completa.
El evangelio de
san Mateo, nos presentaba
la parábola de las 10 jóvenes que van a la boda. Con esta parábola el Señor nos
está llamando a la responsabilidad.
Hay cristianos que
piensan que pueden vivir su fe al margen de la Iglesia y de los sacramentos. No
participan de la Eucaristía, no celebran el sacramento de la confesión. No
tienen un encuentro real con Cristo a través de los sacramentos; no viven según
los valores de Dios. Por ello el Señor nos dice que si somos cristianos hemos
de ser responsables al vivir nuestra fe.
Y la verdad es que esta llamada a la
responsabilidad no es fácil hacerla en un mundo como el nuestro. Vivimos
desencantados de tantas y tantas promesas que no se han cumplido.
Y mientras tanto nuestra fe se debilita poco a
poco. Hay personas que ya no saben lo
que es pecado. Algunos piensan que no tienen pecado porque no han hecho mal a
nadie o no han matado. Y no nos damos cuenta de los tres grandes pecados
capitales de nuestro tiempo que todos cometemos: la insolidaridad, la
intolerancia y la falta de compromiso tanto a nivel social como en la Iglesia.
El Señor nos llama hoy al compromiso, a
revitalizar nuestra fe, a redescubrir el sentido de la vida que quizás habíamos
perdido, a responsabilizarnos todos de nuestra Iglesia.
Nuestra fe nos habla de que tenemos que estar
preparados para el encuentro con el Señor porque no sabemos ni el día ni la
hora, pero el Señor viene ya a nuestro encuentro aquí y ahora, invitándonos a
mantener viva nuestra fe, a seguir en pie ante las dificultades, a
comprometernos en la lucha por un mundo mejor, cada uno desde su lugar, con sus
muchas o pocas posibilidades, pero con el corazón puesto en ese día feliz en
que descansaremos en los brazos del Señor.
Que el Señor nos encuentre a todos vigilantes y
preparados para entrar con Él en su Reino.