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martes, 7 de noviembre de 2017

 
XXXII DOMINGO ORDINARIO (CICLO A)
 
La liturgia de este domingo es una fuerte llamada a la esperanza.  Sin embargo, esa esperanza la hemos de vivir desde la responsabilidad y la vigilancia, pues Dios no duerme y está viniendo a nuestro encuentro, sin avisar ni el día ni la hora de su llegada.
La 1ª lectura, del libro de la Sabiduría, hacía un elogio de la sabiduría y nos invitaba a buscar la sabiduría que ilumina nuestra vida y que nunca se apaga.
 
La “sabiduría” de la que nos habla la primera lectura es distinta a lo que nosotros llamamos cultura o capacidad para conocer muchas cosas.
La “sabiduría” de la que nos habla la Palabra de Dios es la capacidad de descubrir a Dios en el mundo y en sus acontecimientos; es la “luz” que nos lleva a caminar hacia el Señor en medio de las oscuridades y desconciertos de la vida. Por eso es importante “buscarla” porque nos hace amigos de Dios y nos conduce al Reino.
Es sabio quien encuentra el camino que lleva a Dios y lo recorre sin confusión, aunque carezca de cultura humana. Esa sabiduría se alcanza abriendo el corazón a Dios y practicando sus mandatos, aunque no se tengan grandes estudios. Hay grandes sabios para las ciencias, pero perfectos ignorantes para Dios. Sin embargo, hay muchísimas gentes que carecen de conocimientos científicos y son los sabios para Dios.
La 2ª lectura, de san Pablo a los Tesalonicenses, nos habla de la esperanza y la confianza en el Señor.
La certeza de la resurrección nos garantiza que Dios tiene un proyecto de salvación y de vida para cada hombre; y que ese proyecto se hará realidad cuando nos encontremos definitivamente con Dios.
Nuestra vida presente no es, una vida sin sentido y sin finalidad; es un camino, aunque a veces, con sufrimiento y dolor, hacia la vida total con Dios.  Esto no quiere decir que ignoremos las cosas buenas de este mundo, viviendo solamente a la espera de alcanzar el cielo; nuestra vida presente debe ser, ya en este mundo, una búsqueda de la felicidad, por ello, no podemos conformarnos con todo aquello que nos roba la vida y nos impide alcanzar la felicidad completa.
 No podemos vivir con miedo: tenemos que comprometernos en la lucha por la justicia y por la paz, sabiendo que la injusticia y la opresión no pueden poner fin a nuestra vida inmortal.  En la medida que nos comprometamos a hacer el bien y vayamos construyendo un mundo nuevo, estamos anunciando la resurrección de todos nosotros.
El evangelio de san Mateo, nos presentaba la parábola de las 10 jóvenes que van a la boda. Con esta parábola el Señor nos está llamando a la responsabilidad.
Hay cristianos que piensan que pueden vivir su fe al margen de la Iglesia y de los sacramentos. No participan de la Eucaristía, no celebran el sacramento de la confesión. No tienen un encuentro real con Cristo a través de los sacramentos; no viven según los valores de Dios. Por ello el Señor nos dice que si somos cristianos hemos de ser responsables al vivir nuestra fe.
Y la verdad es que esta llamada a la responsabilidad no es fácil hacerla en un mundo como el nuestro. Vivimos desencantados de tantas y tantas promesas que no se han cumplido.
Y mientras tanto nuestra fe se debilita poco a poco.  Hay personas que ya no saben lo que es pecado. Algunos piensan que no tienen pecado porque no han hecho mal a nadie o no han matado. Y no nos damos cuenta de los tres grandes pecados capitales de nuestro tiempo que todos cometemos: la insolidaridad, la intolerancia y la falta de compromiso tanto a nivel social como en la Iglesia.
 Hay hambre en el mundo porque somos insolidarios; hay guerras porque somos intolerantes en las ideas; no hay un verdadero desarrollo sustentable porque no nos comprometemos con nada ni con nadie.
El Señor nos llama hoy al compromiso, a revitalizar nuestra fe, a redescubrir el sentido de la vida que quizás habíamos perdido, a responsabilizarnos todos de nuestra Iglesia.
Nuestra fe nos habla de que tenemos que estar preparados para el encuentro con el Señor porque no sabemos ni el día ni la hora, pero el Señor viene ya a nuestro encuentro aquí y ahora, invitándonos a mantener viva nuestra fe, a seguir en pie ante las dificultades, a comprometernos en la lucha por un mundo mejor, cada uno desde su lugar, con sus muchas o pocas posibilidades, pero con el corazón puesto en ese día feliz en que descansaremos en los brazos del Señor. 
Que el Señor nos encuentre a todos vigilantes y preparados para entrar con Él en su Reino.