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lunes, 10 de junio de 2024

 

XI DOMINGO ORDINARIO (CICLO B)

La liturgia de este domingo es una invitación a tener confianza en Dios, a poner en Él nuestras esperanzas, porque Dios, a diferencia de los hombres, nunca nos defrauda.

En la 1ª lectura del profeta Ezequiel, se nos recordaba cómo Dios se vale de las cosas pequeñas para actuar en el mundo.

Muchas veces, las personas ponen su confianza en la gente poderosa.  Sin embargo, los poderosos de este mundo son personas como nosotros y por lo tanto pueden defraudarnos y no solamente eso, sino que pueden volverse en contra nuestra para destruirnos.

Hoy el Señor nos dice que quien pone en Él su confianza jamás se verá defraudado, ni oprimido, ni destruido, sino que encontrará la paz y la seguridad que sólo procede de Dios, de ese Dios que nos ama fiel y eternamente.

Los cristianos, los que pertenecemos a la Iglesia no podemos estar de acuerdo con la violencia ni podemos cometer injusticias, ni explotar o aprovecharnos de nadie para lograr nuestros intereses personales, ni podemos creernos que somos más que los demás.  No pongamos, pues, nuestras esperanzas en los poderosos de este mundo, porque Dios ha escogido a los humildes, a los que aparentemente no valen, para salvar a este mundo.

La 2ª lectura de san Pablo a los Corintios, nos invitaba a tener confianza en Dios.  Por eso, debemos esforzarnos en agradar al Señor no sólo con nuestras palabras, sino con nuestras obras y con nuestra misma vida.

Nuestra fe se tiene que traducir en obras de amor y de esta manera estaremos manifestando que ya desde ahora poseemos la Vida eterna, porque estaremos con Dios y Dios en nosotros.

El Evangelio de san Marcos nos presentaba dos parábolas para decirnos cómo es el Reino de Dios.  

En la parábola de la semilla que germina y crece sin que el sembrador sepa cómo, se nos dice que el Reino de Dios es ante todo un don, un regalo. La segunda parábola, la de la semilla de mostaza nos habla de que el Reino no nace de la fuerza, ni del poder, ni de la apariencia, sino de lo pequeño, de lo humilde, de lo pobre, como la semilla de mostaza que siendo la más pequeña de las semillas se convierte en la más alta y grande de los arbustos.

Indudablemente que es más agradable cosechar y recibir los frutos, pero para que un árbol dé frutos se requiere la siembra confiada y silenciosa, el sudor y la paciencia, la fertilidad de la tierra, los abonos necesarios y un buen temporal.

El trabajo de todos los días, la educación continua en los valores del Reino, la constante relación en la familia, en la pequeña comunidad, la unidad y atención de los pequeños, son semillas del Reino que debemos sembrar siempre. Pero el ritmo de nuestros tiempos nos lleva por otros caminos. Se abandonan las cosas pequeñas como el diálogo en familia, la comunicación entre los cercanos, la oración, la escucha atenta del Evangelio, la relación con los amigos y la construcción de la pequeña comunidad… preferimos los grandes eventos, los clamorosos sucesos, la ropa y los modernos y costosos “juguetes” que nos entretienen y esclavizan.

Se rescatan los grandes grupos financieros y se olvidan las inmensas masas que a duras penas sobreviven. Y lo más triste, es que muchos han perdido la esperanza y luchan entre las dudas y el desaliento.

¿Qué podemos hacer para mejorar esta sociedad? Más de uno piensa que son los grandes y poderosos, los que tienen el poder político o económico, los que, por sí solos, han de operar el cambio que necesita esta humanidad para ser mejor y más feliz. No es así. Hay en el evangelio una llamada dirigida a todos, y que consiste en sembrar pequeñas semillas de una nueva humanidad.

Jesús no habla de cosas grandes. El reino de Dios es algo muy humilde y modesto en sus orígenes. Algo que puede pasar tan desapercibido como la semilla más pequeña. Pero algo que está llamado a crecer y fructificar de manera insospechada. Quizás necesitamos todos aprender de nuevo a valorar los pequeños gestos. Probablemente no estamos llamados a ser héroes ni mártires cada día, pero a todos se nos invita a vivir poniendo un poco más de felicidad en cada rincón de nuestro pequeño mundo diario.

Un gesto amigable al hombre que vive perturbado, una sonrisa acogedora a quien está solo, una señal de cercanía a quien comienza a desesperar, un rayo de pequeña alegría en un corazón agobiado… no son cosas grandes. Son pequeñas semillas del reino de Dios que todos podemos sembrar en una sociedad complicada y triste, que ha olvidado el encanto de las cosas sencillas y buenas.