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lunes, 17 de junio de 2024

 

XII DOMINGO ORDINARIO (CICLO B)

La liturgia de este domingo, nos asegura que, a lo largo de nuestra vida, el hombre no se encuentra perdido, solo, abandonado a su suerte; sino que Dios camina a nuestro lado cuidando de nosotros con amor de Padre y ofreciéndonos en todo momento la vida y la salvación.

La 1ª lectura del libro de Job, nos habla de un Dios majestuoso y omnipotente, que domina la naturaleza y que tiene un plan perfecto para el mundo.  Nosotros, a veces, no entendemos los planes de Dios, pero aun así, debemos siempre ponernos en las manos de Dios.

En nuestra vida diaria hay “luces y sombras”.  Normalmente las “sombras” nos preocupan y nos inquietan: terrorismo, violencia, nuevas enfermedades, catástrofes naturales, injusticias, etc., nos causan inseguridad, miedo y preocupación.

A veces, criticamos a Dios por las tragedias del mundo; otras veces, sentimos la tentación de mostrarle, de forma clara y lógica, cómo debería actuar Él para que el mundo fuese mejor. La lectura del Libro de Job nos invita, sobre todo, a no creernos nosotros mejores que Dios y a no exigir a Dios que actúe según nuestra manera de pensar.

Dios se ha manifestado muchísimas veces en la historia con amor y con bondad y Él no ignora los problemas de los hombres.  Dios tiene un proyecto para el mundo y para la humanidad.  El problema es que no vivimos ni hacemos realidad ese proyecto de Dios y por ello nos puede parecer que el mal está ganando terreno, pero no es así.  No olvidemos que Dios es más poderoso que el mal. 

El verdadero creyente es aquel que, aunque sin entender totalmente los proyectos de Dios, aprende a fiarse de Él, a obedecerle incondicionalmente, a verlo como la razón última de su vida y de su esperanza.

La 2ª lectura de san Pablo a los Corintios, nos exhorta a no valorar a nadie por criterios humanos.  En nuestra sociedad valoramos a las personas por lo que tienen, o por sus ideas políticas, o por su religión.  Toda persona tiene el mismo valor, un valor sagrado, el máximo. No es que unas personas valgan menos que otras o que unas vidas tengan más valor que otras. No, para Dios todos somos sus hijos igualmente queridos y amados.

Esto habría que explicárselo bien a los que organizan las guerras, a los que desprecian a otros porque son extranjeros o porque no son de su misma tierra, o de su misma raza o religión, o de ideas políticas diferentes, a los que abusan de los demás porque se creen superiores. Esas actitudes son intolerables en un cristiano y Dios nos pedirá responsabilidades de cómo hemos valorado y tratado a sus hijos, nuestros hermanos.

El Evangelio de San Marcos, nos asegura que nunca estamos solos en las tempestades de nuestra vida.  Nada debemos temer, porque Cristo está con nosotros, ayudándonos a vencer todos los obstáculos.

En nuestra vida, tanto personal como religiosa, muchas veces experimentamos dificultades, situaciones personales difíciles: enfermedades, dolor, falta de trabajo o de dinero, problemas con los hijos o con los padres, calumnias, injusticias, rechazos, marginación, odio, etc.

¿Cuál es nuestra reacción? ¿Miedo, angustia, temor, excesiva preocupación?  Sabes ¿por qué? porque no contamos con el Señor, porque no tenemos suficiente fe y nos apoyamos solamente en nosotros mismos, en nuestras fuerzas humanas y casi siempre el problema es mucho más grande que nosotros.

Nos olvidamos de algo muy importante: Dios está siempre con nosotros, Él todo lo puede en todo momento. Él es nuestro auxilio y seguridad. En momentos difíciles, Dios nunca se olvida de nosotros. 

A nosotros nos corresponde confiar, confiar una y otra vez.  Y dejar el miedo y lanzarnos sin temor a trabajar por un mundo mejor, porque Él está siempre con nosotros.  Y cuando nos parezca que nos hundimos, llamar al Señor, invocarlo con confianza, sabiendo que en Él nos movemos y existimos, que todo, por muy malo que sea redunda en bien para el que sabe confiar en el Señor.

Que el Señor aumente nuestra fe y nos permita renovar siempre la confianza en Él.