III DOMINGO DE ADVIENTO (CICLO B)
El tercer domingo de Adviento se llama “Gaudete”, es decir domingo de la alegría. La alegría es el gran signo de Dios. La alegría es parte de una Iglesia que confía en Dios, que mira compasiva a los necesitados, que celebra la vida y que apuesta por ser signo de un Niño que seguirá transformando corazones y renovando la humanidad.
El profeta Isaías, en la 1ª lectura, nos recuerda su vocación y la misión que Dios le ha encomendado. Ha sido “ungido”, es decir consagrado para una extraordinaria aventura: llevar el gozo, la alegría a quienes carecen de ella.
Dios cumple sus promesas y esta es la señal: los pobres reciben la Buena Noticia. Esto quiere decir que Dios cura los corazones rotos: ¡hay tanto desamor en nuestro mundo!; proclama el perdón a los cautivos, la libertad a los prisioneros: ¡cuántas esclavitudes nos domina! Dios viene a dignificar a todos los seres humanos: ¡no basta con ayudar al pobre, sino que debemos hacer de él un hombre digno!
Dios pregona el año de gracia del Señor: ¡Sólo es posible que la gracia llegue a todos si eliminamos la pobreza y sus causas injustas! Es decir tenemos que trabajar por un nuevo orden internacional donde el hombre deje de ser explotado por el propio hombre.
Hoy seguimos, como en épocas pasadas, excluyendo a una parte importante de la población mundial del derecho a una vida digna. La falta de justicia se manifiesta como una constante a lo largo de la historia y hoy se justifica esa falta de justicia mediante una sutil manipulación de las fuentes de información. La exclusión, la pobreza, no sólo no disminuyen sino que van adoptado nuevas formas y se propagan con mayor velocidad.
Por eso el hombre necesita urgentemente un Salvador, pero un salvador que sea hombre entero y verdadero, pero que sea también un Dios. Necesita un Salvador que aporte luz a sus pasos inciertos, que lo cure de muchas enfermedades, que le dé razones para vivir, que le enseñe lo que es la vida, que entone el himno de la libertad y de la alegría. Un Salvador que nos diga dónde está la verdad del hombre y de Dios. Este Salvador es Jesús.
San Pablo, en su carta a los Tesalonicenses, nos habla de la alegría.
No parece fácil mantener un ritmo de alegría y gozo en estos tiempos nuestros marcados por el desencanto, el desengaño y el pesimismo.
Podríamos preguntarnos: ¿Podemos hoy vivir alegres? ¿Tenemos derecho a estar alegres? Cuando pensamos en los problemas que nos rodean, cuando experimentamos la crisis económica y la inseguridad, cuando ha muerto una persona querida… ¿podemos estar alegres? Cuando muchas personas mueren de hambre, cuando muchos pueblos están en guerra, cuando es pisoteada la dignidad de tantas personas… ¿podemos estar alegres? Con todo, san Pablo nos ha dicho hoy: “Estad siempre alegres”. Esto significa que la alegría es posible. Los cristianos debemos reivindicar la alegría, porque creemos y tenemos esperanza. Los problemas que he dicho al principio son reales, existen de veras. Pero no nos podemos resignar a quedarnos sin hacer nada. Debemos aportar una solución.
En medio de los problemas podemos experimentar la alegría, porque el mundo puede cambiar. Armados con la fe, la esperanza y la alegría, podemos hacer mucho más de lo que podemos imaginar.
El Evangelio de san Juan nos presenta la figura humilde y sincera de Juan el Bautista.
Juan es obligado a decir quién es y él responde: “Yo soy la voz que grita en el desierto: “Allanad el camino del Señor”.
Hoy en día hay muchas voces que gritan por todas partes: en los mercados, en las plazas, en las calles, en los periódicos, en la televisión, etc. Son voces que nos obligan a comprar, a protestar, a aceptar ciertas mentiras, a hacernos más egoístas e insolidarios. Son voces que nos hablan de guerras, violencia, placer, etc. Sin embargo, la voz de Juan es única: “Allanad el camino del Señor”. Con esto nos dice Juan que por otros caminos no encontraremos a Dios.
Nuestro testimonio como cristianos es ser en medio de este mundo una voz diversa. Una voz que denuncia aquellos caminos que no conducen a Dios, esos caminos que son el egoísmo, el engaño, la mentira, la injusticia, esos caminos no nos llevan a Dios.
Juan, una vez que se ha definido como la voz, también aclara los equívocos sobre su persona, él no es el Mesías, el Mesías es otro que viene detrás de él. Juan es simplemente un testigo.
Juan es el testigo que Jesús ha querido enviar, y Jesús quiere seguir enviando testigos a nuestro mundo. Dispongámonos para serlo también nosotros, para ser su voz y su luz, y como hemos oído al Bautista, “allanemos el camino” para que nos resulte más fácil recibir internamente el Espíritu que Jesús nos quiere comunicar y llegar a sentir la experiencia gozosa de su presencia.
Alegrémonos en este domingo en el Señor, porque Él está en medio de nosotros y nos invita a ser más humanos, más fraternos, más solidarios, para así poder celebrar una Navidad más cristiana.