DÍA DE NAVIDAD (CICLO C)

Hoy, hace 2024 años, en Belén de Judá, en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada, de María Virgen, esposa de José el Carpintero, de la casa y familia de David, nació Jesús, Dios verdadero y hombre verdadero. Él es el Salvador que los hombres esperaban.
Aquí tienen la señal: encontrarán un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. No lo busquéis disfrazado con otros ropajes, ni en otros sitios que no lo vais a encontrar. Envuelto en pañales y en un pesebre, esa es la señal que dieron los ángeles. Un Dios pobre y que vive cercano a los pobres.
Hace 2024 el mundo vivió la primera Navidad. El Mesías, anunciado por miles de años, había llegado por fin al mundo pero no mostrando su majestad y su poderío como se esperaba. En vez de eso, llegó revestido de pobreza en un pesebre. En ese momento de su nacimiento, ni siquiera las autoridades locales sabían que había llegado al mundo el Rey de Reyes.
Desde entonces Dios vino a nuestra tierra, a caminar por nuestros caminos, a compartir el pan y las penas, las alegrías y tristezas, a contarnos historias que ayudan a vivir con sentido y a morir con esperanza, a pedirnos que seamos dichosos y felices, a decirnos que no somos esclavos, somos hijos del Padre Dios que nos quiere con locura.
Desde entonces, el amor de Dios sigue presente en el mundo entero, para cada hombre y cada mujer, cada anciano, cada niño, cada joven, que quiera aceptarlo.
Desde entonces, nosotros, cada uno de nosotros, somos llamados a dar testimonio de su amor en la familia y en el trabajo, en barrio y en el pueblo, en los grupos y asociaciones, y en la labor al servicio a los que sufren cerca de nosotros o en cualquier lugar del mundo.
Desde entonces, hace hoy 2024 años, el perdón, la misericordia, la salvación de Dios se sigue derramando inagotablemente sobre cada uno de nosotros y sobre toda persona.
Nosotros, que hemos experimentado la cercanía de Jesús en nuestra vida: hemos de ser mensajeros y testigos del amor nacido en Belén. Hemos de anunciar por los caminos de la vida esta Buena Noticia, para que el mensaje de la Navidad sea luz y salvación para todos.
Alegrémonos. Celebramos la Buena Noticia, la mejor noticia de toda la historia de la humanidad: el Nacimiento de Jesús de Nazaret. Que suene la fiesta, que nazca la paz y la alegría en el corazón de todos los hombres y mujeres de Buena voluntad, que canten los oprimidos, que se alegren los tristes, que se llenen de gozo los que andan perdidos en la noche de las penas y la angustia. Porque Dios está con nosotros, es un Dios cercano que ama y que nos salva y quiere que todos tengamos en Él vida plena.
Es cierto que las fiestas de Navidad son días de alegría para disfrutarlos y celebrarlos. Pero también es cierto que siempre debemos recordar a quien debemos esta gran festividad, quien debe estar en el centro de esta fiesta. Navidad es primeramente la celebración del nacimiento del Verbo Encarnado, el Príncipe de la Paz. Y durante estas fechas tan señaladas, debemos tratar que en nuestras casas, entre nuestros familiares y entre nuestros amigos, reine la paz mucho más que la opulencia.
En muchas casas, esta Navidad no estará Dios. Para las personas que no celebran la Navidad con Dios, estos días pueden parecer vacíos y ruidosos. No experimentarán la plenitud del amor y la paz que el nacimiento de Nuestro Señor entre nosotros debe traernos. En una palabra, para esas personas son fiestas tristes y aburridas. Pero para nosotros, los cristianos, deben ser fiestas de oración y de unidad. Nosotros sabemos que esas dos cosas son las que nos traen la verdadera felicidad y la paz duradera.
Solamente recordar que en un día como hoy, hace 2024 años nació nuestro Salvador, es suficiente motivo para alegrarnos. La venida del Mesías constituye, en sí, el hecho central de las fiestas navideñas. Cristo vino a traernos el regalo más precioso de la vida, la salvación.
Hoy, lo irrelevante para el mundo (lo casi invisible), cobra importancia. El Dios de los cielos se deja tocar, acariciar, besar, adorar por todos nosotros. Para nosotros, este acontecimiento de la Navidad, no es algo del pasado. No ha quedado olvidado en un pesebre con telarañas de más de 2024 años. ¡Dios ha nacido! ¡Dios nace en cada persona que lo busca! ¡En las personas que, como los pastores, saben dejar algo de sí mismas y buscar al Dios escondido en la humilde figura de un niño recién nacido!
¿Dónde tienes tú a Dios? ¿Cómo lo vives? ¿Has hecho de tu corazón un pesebre para que Dios nazca?
Dios, que es amor, quiere un lugar donde vivir. Un rincón donde ese amor se pueda cuidar, crecer y prolongarse a través de nosotros en los demás. Esa habitación, ese pesebre es el corazón de los creyentes.
¡Sí, hermanos! ¡Feliz Navidad! Porque Dios se ha puesto a nuestra altura, a nuestro alcance para que comprendamos la gran vida que nos espera en el cielo.
Día de Navidad. Día de felicitar a Dios por el alumbramiento de su Hijo. Día de felicitar a María por darnos a Jesucristo, camino y garantía de salvación. Día de felicitarnos mutuamente porque un Niño se nos ha dado, porque contamos con un hermano que compartirá nuestros gozos y nuestras miserias, nuestros dolores y nuestros éxitos, nuestros sufrimientos y nuestras alegrías. ¡Feliz Navidad! ¡Feliz Nacimiento de Cristo!
SAGRADA FAMILIA (CICLO C)

Hoy, en un mundo en el que los hombres y las mujeres trabajan fuera de casa, en el que la empresa sólo mide la productividad, en el que a la gente se la valora por lo que tiene, se añora más que nunca una familia en la que te escuchen, te quieran por lo que eres y te amen desde la gratuidad.
Y, por supuesto, la familia donde esto se vivió por excelencia es la familia de Nazaret.
Hoy se nos invita a contemplar el hogar de Nazaret, el primer hogar cristiano. Como nosotros, Jesús ha querido nacer y vivir en una familia. Pensamos que, no sólo para nosotros, seguidores de Jesús, sino para toda persona de buena voluntad, Jesús, María y José, viviendo en familia, son como un espejo donde podemos admirar las cualidades humanas más auténticas y las virtudes cristianas más elevadas.
No nos engañemos, pase lo que pase y se diga lo que se diga: la familia es insustituible.El consejo del padre, el cariño de la madre, la observación del hermano, las angustias y las alegrías compartidas en común, todo esto viene a definir el carácter y a preparar moralmente al hombre y a la mujer para lo que va a ser el día de mañana. Sin duda, el futuro de la Iglesia depende también, en gran medida, del grado de salud de la familia.
La tarea pastoral, de evangelización y catequesis, sobre todo a nivel de niños y de jóvenes, sin el protagonismo educativo de la familia, es construir sobre arena. Así se suele decir: que “Catequesis sin familia es catequesis sin futuro”.
La fe depende, en buena parte, de que la persona haya tenido desde la infancia una experiencia religiosa positiva.
La persona vuelve, casi siempre, a aquello que ha vivido en sus primeros años con satisfacción, seguridad y sentido gratificante. Por el contrario, si falta esta experiencia religiosa en el hogar, será difícil despertarla más adelante en otros ámbitos como la parroquia o la catequesis.
Por eso, es una gracia para el hijo poder ver a sus padres rezando. Si los ve orar de verdad, quedarse en silencio, cerrar los ojos, desgranar las cuentas del rosario o leer despacio el evangelio, el niño capta la importancia de esos momentos, percibe “la presencia” de Dios como algo bueno, aprende un lenguaje religioso y unos signos que quedan grabados en él, interioriza unas actitudes y se va despertando en su conciencia el sentido de Dios. Nada puede sustituir esa experiencia primera.
Para que la familia sea fiel a sí misma y cumpla su misión, ante todo ha de realizarse como comunidad de amor.Y para lograr esa comunidad es imprescindible poner en práctica algunos medios: La convivencia.La casa, no puede ser sólo un hotel. La “convivencia” no consiste sólo en “estar en casa”, sino en compartir la vida. No es cuestión de estar sólo de “cuerpo presente” sino también con toda el alma.
El diálogo. Sigue siendo una asignatura pendiente. Especialmente en las parejas y entre padres e hijos, sobre todo cuando éstos se han hecho jóvenes.
Es don inestimable que los hijos tengan unos padres abiertos a sus ideas y modos de vida, dispuestos al dialogo con ellos, el diálogo será educativo para hijos y para padres.
Si nuestras familias quieren ser comunidad de amor es necesario, que en ella se den: Expresiones de afecto.Es decisivo el lenguaje de los signos, de los gestos, de los pequeños detalles. El verdadero amor, se expresa con pequeños detalles. Por eso es preocupante cuando una mujer dice que su marido no tiene nunca un detalle.Esto es signo de que ese matrimonio está siendo invadido por el aburrimiento, carcoma del amor. En cambio, un detalle inteligente puede llenar más el corazón que el más espléndido de los regalos.
Es indiscutible hoy el papel de la familia como educadora, transmisora de valores, necesario para consolidar la personalidad de las personas y la moral en una sociedad.
No existe grupo, ni ámbito social mejor dotado que la familia para trasmitir los criterios, las ideas, los valores fundamentales en los que apoyar la vida personal y social de los hijos. Si los que la integran la familia aciertan a convivir con afecto, con un conocimiento profundo de realidades humanas, puede ser la mejor escuela del vivir para apoyar sus vidas. La familia, con seguridad, seguirá siendo el grupo más entrañable y querido. El trato en intimidad amorosa seguirá propiciando el mejor ámbito para el conocimiento, la ayuda de quienes las integran.
Podemos hacer una mejor sociedad, haciendo mejores a nuestras familias, librando a nuestras familias del mal, alejando a nuestras familias de la tentación, enseñando desde el hogar la importancia de la rectitud frente a la corrupción, la importancia de la autenticidad frente a la hipocresía, la importancia de los valores del espíritu frente al consumismo y al ansia por tener más cosas.
Quien mantiene los valores familiares, será capaz de infundir valores en la generación posterior y la relación entre los seres humanos será una relación de alegría, una relación que llena de gozo el corazón.