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lunes, 23 de diciembre de 2024

 

DÍA DE NAVIDAD (CICLO C)


Hoy, hace 2024 años, en Belén de Judá, en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada, de María Virgen, esposa de José el Carpintero, de la casa y familia de David, nació Jesús, Dios verdadero y hombre verdadero. Él es el Salvador que los hombres esperaban.

Aquí tienen la señal: encontrarán un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. No lo busquéis disfrazado con otros ropajes, ni en otros sitios que no lo vais a encontrar. Envuelto en pañales y en un pesebre, esa es la señal que dieron los ángeles. Un Dios pobre y que vive cercano a los pobres.

Hace 2024 el mundo vivió la primera Navidad.  El Mesías, anunciado por miles de años, había llegado por fin al mundo pero no mostrando su majestad y su poderío como se esperaba.  En vez de eso, llegó revestido de pobreza en un pesebre.  En ese momento de su nacimiento, ni siquiera las autoridades locales sabían que había llegado al mundo el Rey de Reyes.  

Desde entonces Dios vino a nuestra tierra, a caminar por nuestros caminos, a compartir el pan y las penas, las alegrías y tristezas, a contarnos historias que ayudan a vivir con sentido y a morir con esperanza, a pedirnos que seamos dichosos y felices, a decirnos que no somos esclavos, somos hijos del Padre Dios que nos quiere con locura.

Desde entonces, el amor de Dios sigue presente en el mundo entero, para cada hombre y cada mujer, cada anciano, cada niño, cada joven, que quiera aceptarlo.

Desde entonces, nosotros, cada uno de nosotros, somos llamados a dar testimonio de su amor en la familia y en el trabajo, en barrio y en el pueblo, en los grupos y asociaciones, y en la labor al servicio a los que sufren cerca de nosotros o en cualquier lugar del mundo.

Desde entonces, hace hoy 2024 años, el perdón, la misericordia, la salvación de Dios se sigue derramando inagotablemente sobre cada uno de nosotros y sobre toda persona.

Nosotros, que hemos experimentado la cercanía de Jesús en nuestra vida: hemos de ser mensajeros y testigos del amor nacido en Belén. Hemos de anunciar por los caminos de la vida esta Buena Noticia, para que el mensaje de la Navidad sea luz y salvación para todos.

Alegrémonos. Celebramos la Buena Noticia, la mejor noticia de toda la historia de la humanidad: el Nacimiento de Jesús de Nazaret. Que suene la fiesta, que nazca la paz y la alegría en el corazón de todos los hombres y mujeres de Buena voluntad, que canten los oprimidos, que se alegren los tristes, que se llenen de gozo los que andan perdidos en la noche de las penas y la angustia. Porque Dios está con nosotros, es un Dios cercano que ama y que nos salva y quiere que todos tengamos en Él vida plena.

Es cierto que las fiestas de Navidad son días de alegría para disfrutarlos y celebrarlos.  Pero también es cierto que siempre debemos recordar a quien debemos esta gran festividad, quien debe estar en el centro de esta fiesta.  Navidad es primeramente la celebración del nacimiento del Verbo Encarnado, el Príncipe de la Paz.  Y durante estas fechas tan señaladas, debemos tratar que en nuestras casas, entre nuestros familiares y entre nuestros amigos, reine la paz mucho más que la opulencia. 

En muchas casas, esta Navidad no estará Dios.  Para las personas que no celebran la Navidad con Dios, estos días pueden parecer vacíos y ruidosos.  No experimentarán la plenitud del amor y la paz que el nacimiento de Nuestro Señor entre nosotros debe traernos.  En una palabra, para esas personas  son fiestas tristes y aburridas.  Pero para nosotros, los cristianos, deben ser fiestas de oración y de unidad.  Nosotros sabemos que esas dos cosas son las que nos traen la verdadera felicidad y la paz duradera.

Solamente recordar que en un día como hoy, hace 2024 años nació nuestro Salvador, es suficiente motivo para alegrarnos.  La venida del Mesías constituye, en sí, el hecho central de las fiestas navideñas.  Cristo vino a traernos el regalo más precioso de la vida, la salvación. 

Hoy, lo irrelevante para el mundo (lo casi invisible), cobra importancia. El Dios de los cielos se deja tocar, acariciar, besar, adorar por todos nosotros. Para nosotros, este acontecimiento de la Navidad, no es algo del pasado. No ha quedado olvidado en un pesebre con telarañas de más de 2024 años. ¡Dios ha nacido! ¡Dios nace en cada persona que lo busca! ¡En las personas que, como los pastores, saben dejar algo de sí mismas y buscar al Dios escondido en la humilde figura de un niño recién nacido!

¿Dónde tienes tú a Dios? ¿Cómo lo vives? ¿Has hecho de tu corazón un pesebre para que Dios nazca?

Dios, que es amor, quiere un lugar donde vivir. Un rincón donde ese amor se pueda cuidar, crecer y prolongarse a través de nosotros en los demás. Esa habitación, ese pesebre es el corazón de los creyentes.

¡Sí, hermanos! ¡Feliz Navidad! Porque Dios se ha puesto a nuestra altura, a nuestro alcance para que comprendamos la gran vida que nos espera en el cielo.

Día de Navidad. Día de felicitar a Dios por el alumbramiento de su Hijo. Día de felicitar a María por darnos a Jesucristo, camino y garantía de salvación. Día de felicitarnos mutuamente porque un Niño se nos ha dado, porque contamos con un hermano que compartirá nuestros gozos y nuestras miserias, nuestros dolores y nuestros éxitos, nuestros sufrimientos y nuestras alegrías. ¡Feliz Navidad! ¡Feliz Nacimiento de Cristo!


Hoy, en un mundo en el que los hombres y las mujeres trabajan fuera de casa, en el que la empresa sólo mide la productividad, en el que a la gente se la valora por lo que tiene, se añora más que nunca una familia en la que te escuchen, te quieran por lo que eres y te amen desde la gratuidad.

Y, por supuesto, la familia donde esto se vivió por excelencia es la familia de Nazaret.

Hoy se nos invita a contemplar el hogar de Nazaret, el primer hogar cristiano. Como nosotros, Jesús ha querido nacer y vivir en una familia. Pensamos que, no sólo para nosotros, seguidores de Jesús, sino para toda persona de buena voluntad, Jesús, María y José, viviendo en familia, son como un espejo donde podemos admirar las cualidades humanas más auténticas y las virtudes cristianas más elevadas.

No nos engañemos, pase lo que pase y se diga lo que se diga: la familia es insustituible.El consejo del padre, el cariño de la madre, la observación del hermano, las angustias y las alegrías compartidas en común, todo esto viene a definir el carácter y a preparar moralmente al hombre y a la mujer para lo que va a ser el día de mañana. Sin duda, el futuro de la Iglesia depende también, en gran medida, del grado de salud de la familia.

La tarea pastoral, de evangelización y catequesis, sobre todo a nivel de niños y de jóvenes, sin el protagonismo educativo de la familia, es construir sobre arena. Así se suele decir: que “Catequesis sin familia es catequesis sin futuro”.

La fe depende, en buena parte, de que la persona haya tenido desde la infancia una experiencia religiosa positiva.

La persona vuelve, casi siempre, a aquello que ha vivido en sus primeros años con satisfacción, seguridad y sentido gratificante. Por el contrario, si falta esta experiencia religiosa en el hogar, será difícil despertarla más adelante en otros ámbitos como la parroquia o la catequesis.

Por eso, es una gracia para el hijo poder ver a sus padres rezando. Si los ve orar de verdad, quedarse en silencio, cerrar los ojos, desgranar las cuentas del rosario o leer despacio el evangelio, el niño capta la importancia de esos momentos, percibe “la presencia” de Dios como algo bueno, aprende un lenguaje religioso y unos signos que quedan grabados en él, interioriza unas actitudes y se va despertando en su conciencia el sentido de Dios. Nada puede sustituir esa experiencia primera.

Para que la familia sea fiel a sí misma y cumpla su misión, ante todo ha de realizarse como comunidad de amor.Y para lograr esa comunidad es imprescindible poner en práctica algunos medios: La convivencia.La casa, no puede ser sólo un hotel. La “convivencia” no consiste sólo en “estar en casa”, sino en compartir la vida. No es cuestión de estar sólo de “cuerpo presente” sino también con toda el alma.

El diálogo. Sigue siendo una asignatura pendiente. Especialmente en las parejas y entre padres e hijos, sobre todo cuando éstos se han hecho jóvenes.

Es don inestimable que los hijos tengan unos padres abiertos a sus ideas y modos de vida, dispuestos al dialogo con ellos, el diálogo será educativo para hijos y para padres.

Si nuestras familias quieren ser comunidad de amor  es necesario, que en ella se den: Expresiones de afecto.Es decisivo el lenguaje de los signos, de los gestos, de los pequeños detalles. El verdadero amor, se expresa con pequeños detallesPor eso es preocupante cuando una mujer dice que su marido no tiene nunca un detalle.Esto es signo de que ese matrimonio está siendo invadido por el aburrimiento, carcoma del amor. En cambio, un detalle inteligente puede llenar más el corazón que el más espléndido de los regalos.

Es indiscutible hoy el papel de la familia como educadora, transmisora de valores, necesario para consolidar la personalidad de las personas y la moral en una sociedad.

No existe grupo, ni ámbito social mejor dotado que la familia para trasmitir los criterios, las ideas, los valores fundamentales en los que apoyar la vida personal y social de los hijos. Si los que la integran la familia aciertan a convivir con afecto, con un conocimiento profundo de realidades humanas, puede ser la mejor escuela del vivir para apoyar sus vidas. La familia, con seguridad, seguirá siendo el grupo más entrañable y querido. El trato en intimidad amorosa seguirá propiciando el mejor ámbito para el conocimiento, la ayuda de quienes las integran.

Podemos hacer una mejor sociedad, haciendo mejores a nuestras familias, librando a nuestras familias del mal, alejando a nuestras familias de la tentación, enseñando desde el hogar la importancia de la rectitud frente a la corrupción, la importancia de la autenticidad frente a la hipocresía, la importancia de los valores del espíritu frente al consumismo y al ansia por tener más cosas.

Quien mantiene los valores familiares, será capaz de infundir valores en la generación posterior y la relación entre los seres humanos será una relación de alegría, una relación que llena de gozo el corazón.

lunes, 16 de diciembre de 2024

 

IV DOMINGO DE ADVIENTO (CICLO C)


Estamos ya finalizando el Adviento, a las puertas de la Navidad, y las lecturas de hoy nos hablan de que los deseos del hombre deben ser abrirnos a Cristo que llega para darse a nosotros.

La 1ª lectura del profeta Miqueas nos anuncia el origen humilde de Belén, donde nacerá el Mesías.  En un humilde pueblo, y no en la grandiosa ciudad de Jerusalén, nacerá el Mesías que nos trae paz y liberación.

Dios elige para salvar a su pueblo a la persona y el lugar más inesperados y desecha aquellos que humanamente parecían tener mayores garantías de éxito. Nosotros solemos quedar muy satisfechos si decimos que “hemos nacido en tal ciudad”, que “tenemos una casa de muchos metros”, que disponemos de un “coche de tal marca y modelo”. ¡Siempre a lo grande!

El Señor va por otros rumbos. Piensa en la gente sencilla y humilde, en los lugares poco importantes. El profeta Miqueas, a las puertas de la Navidad, nos lo recuerda hoy.

La 2ª lectura de la carta a los Hebreos nos propone algo esencial en la fe: Dios no quiere ni holocaustos, ni víctimas expiatorias, ni sacrificios, ni ofrendas. Dios no quiere tus cosas, Dios te quiere a ti, quiere que le digas: “Aquí estoy para hacer tu voluntad”.

“Aquí estoy para hacer tu voluntad” quiere ser el intento de la humanidad de corresponder al amor de Dios. Significa la disponibilidad y las ganas de colaborar con Dios, de dejarnos vencer por Dios para que en nuestra vida y en nuestro mundo puedan crecer el amor, la justicia, la libertad y la paz. Significa que en cualquier circunstancia, agradable o dolorosa, nos atrevemos a fiarnos de Dios.

El evangelio de san Lucas nos ha relatado el episodio de la Visita de María a su prima Isabel. 

Uno de los rasgos más característicos del amor cristiano es saber asistir a quien puede estar necesitando nuestra presencia.

Ese es el primer gesto de María después de acoger con fe la misión de ser madre del Salvador. Ponerse en camino e ir aprisa junto a otra mujer que necesita en estos momentos su cercanía.

Hay una manera de amar que debemos recuperar en nuestros días y que consiste en “acompañar a vivir” a quien se encuentra hundido en la soledad, bloqueado por la depresión, atrapado por la enfermedad o sencillamente vacío de toda alegría y esperanza de vida.

Estamos haciendo entre todos, una sociedad hecha sólo para los fuertes, los agraciados, los jóvenes, los sanos y los que son capaces de gozar y disfrutar de la vida.

Estamos fomentando lo que hoy llaman “el segregarismo social”. Reunimos a los niños en las guarderías, ponemos a los enfermos en los hospitales, guardamos a nuestros ancianos en asilos y encerramos a los delincuentes en las cárceles y ponemos a los drogadictos bajo vigilancia…

Así, todo nos parece que está en orden. Cada uno recibirá allí la atención que necesita, y los demás nos podremos dedicar con más tranquilidad a trabajar y disfrutar de la vida sin ser molestados. Entonces procuramos rodearnos de personas cariñosas y sin problemas que no pongan en peligro nuestro bienestar, convertimos la amistad y el amor en un intercambio mutuo de favores, y logramos vivir “bastante satisfechos”.

Sólo que así no es posible experimentar la alegría de contagiar y dar vida. Muchas personas, aun habiendo logrado un nivel elevado de bienestar y tranquilidad, tienen la impresión de que viven sin vivir y que la vida se les escapa monótonamente de entre las manos.

El que cree en la Encarnación de un Dios que ha querido compartir nuestra vida y acompañarnos en nuestra pobreza, se siente llamado a vivir de otra manera.

No se trata de hacer “cosas grandes”. Quizás sencillamente ofrecer nuestra amistad a ese vecino hundido en la soledad y la desconfianza, estar cerca de ese joven que sufre depresión, tener paciencia con ese anciano que busca ser escuchado por alguien, estar junto a esos padres que tienen a su hijo en la cárcel, alegrar el rostro de ese niño solitario marcado por la separación de sus padres.

Este amor que nos hace tomar parte en las cargas y el peso que tiene que soportar el hermano es un amor “salvador”.

Ahora que se acerca la Navidad, hemos de preparar nuestro corazón para celebrar con gozo y profundidad la venida del Salvador. Para ello, mientras mucha gente se preocupa únicamente de comprar, regalar, felicitar, arreglar su casa y adornarla, hacer comidas y viajar, nosotros, sin despreciar nada de todo eso, preparémonos nosotros mismos por dentro para recibir a nuestro Salvador.

lunes, 9 de diciembre de 2024

 

III DOMINGO DE ADVIENTO (CICLO C)


Cada año, este tercer domingo de Adviento nos invita a la alegría.  Por eso, en la tradición litúrgica de la Iglesia se ha conocido este domingo como el Domingo “Gaudete”.  En este domingo, ya no solamente se nos invita a prepararnos a la Navidad mediante un cambio de vida y de mentalidad; sino que se nos invita a prepararnos con “alegría” porque el Salvador está cerca.

La 1ª lectura del profeta Sofonías, nos invita a la alegría.  La causa de esa alegría es que el Señor ha cancelado tu condena, ha expulsado a tus enemigos.

Cuando nos pesan los problemas, las preocupaciones o los sufrimientos no es fácil tener serenidad, tranquilidad, paz y mucho menos alegría.  Sin embargo, la palabra de Dios, a medida que nos vamos acercando a la Navidad insiste en que vivamos en alegría.  Alegría fundada en el nacimiento de Jesucristo y en la certeza que Dios nos ama y está cercano a nosotros.

Hemos de sentir alegría porque Dios ha perdonado nuestras culpas y nuestras penas; porque “ha expulsado a tus enemigos.  Los enemigos que tenemos dentro de nosotros mismos y los de fuera: pasiones, seducciones, vicios, complejos y miedos.

Pareciera que el futuro no nos invita mucho al optimismo.  No tenemos garantía de que las cosas vayan a ir mejor.  Pero sí tenemos garantía de que Dios quiere salvar a este mundo y esta garantía hace que no perdamos la confianza y que nos pongamos en las manos de Dios para superar nuestros miedos, nuestros temores. 

Quizás nos preguntamos, en muchas ocasiones, ¿qué será de mí? ¿Qué será de mis hijos, de este mundo?  A nosotros nos corresponde confiar en Dios porque Dios se ha enamorado apasionadamente de ti.  Y aunque no seamos dignos de su amor, no importa.  Dios te ama.  Puedes olvidarte de Él, pero Él no se olvida de ti.  Dios te ama.  Por eso hay que estar alegres.

La 2ª lectura de san Pablo a los Filipenses, insiste en que debemos estar alegres y nos invita una y otra vez: Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres”.

Las razones profundas de esa alegría es la presencia del Señor Jesús, y la alegría es fruto de la fe; es reconocer cada día su presencia de amistad, es volver a poner nuestra confianza en Él, es crecer en su conocimiento y en su amor. Es descubrir cómo actúa Dios en nuestras vidas, oculto en la profundidad de los acontecimientos de cada día. Es tener la certeza que aunque todo falle, Él siempre permanece fiel a su amor. Es saber que jamás nos abandonará y dirigir nuestra mirada hacia Él.

Se hace uno de nosotros porque nos ama, se entrega en la cruz porque nos ama, resucita por amor. La contemplación de un amor tan grande da a nuestros corazones una esperanza y una alegría que nada puede destruir. El cristiano jamás debería estar triste porque ha encontrado la razón de su vida, el tesoro escondido, la perla preciosa: El Señor Jesús que nos ama infinitamente hasta dar la vida por nosotros, y cuyo amor nunca nos faltará.

El Evangelio de san Lucas nos presentaba a las multitudes sedientas de felicidad que se acercan a Juan el bautista a preguntarle: ¿Qué debemos hacer  para alcanzar la felicidad? ¿Qué debemos hacer para encontrar en lo profundo de nuestro corazón el amor de Jesús?  Las respuestas de Juan son claras y contundentes, no coinciden nada con las propuestas comerciales que nos llegan en esta Navidad.

Primeramente es la donación, la generosidad, el amor: encontrar la felicidad en el dar, en el darse al hermano, en el compartir. Así terminaríamos con toda esta cadena de corrupción y de ambiciones que tanto nos está destrozando. Dar como Jesús dio, dar con alegría, dar con prontitud. La alegría está íntimamente unida al amor, al amor constante, al amor fiel, al amor desinteresado.

Su segunda respuesta nos lleva por el camino de la justicia: “No cobrar de más”, y no se refiere solamente a los comerciantes, sino a todas las actitudes de nuestra vida que se rigen por la ley de la selva: cobrar más, exigir más, tener más. La ambición destruye la hermandad. La justicia construye la paz y la alegría. Sólo con la justicia crece la fraternidad y hay un vínculo muy estrecho entre fraternidad y alegría.

La respuesta final que nos ofrece San Juan en este pasaje está conectada con la verdad: no engañar, no extorsionar. La mentira nos corroe el corazón y nos hace infelices y desgraciados. No se puede vivir con una careta y encontrar la felicidad, pues tarde o temprano acaba por destruirnos la mentira.

Cada una de las respuestas que da San Juan a sus oyentes, son también respuestas que debemos escuchar, asumir y aplicar cada uno de nosotros. Son indicadores muy concretos del camino de la alegría, de nuestra conversión y de nuestro acercamiento al Señor. Son la mejor forma de encontrar al Señor: retomar la fraternidad, buscar la verdad y la justicia, construir un mundo de paz.

¿Dónde buscamos nuestra felicidad? ¿Estaremos alegres en esta Navidad? ¿Cómo podemos hacer nuestros los caminos que propone san Juan?

lunes, 2 de diciembre de 2024

 

INMACULADA CONCEPCIÓN (CICLO C)


La fiesta que estamos celebrando hoy es para que todos nos llenemos de alegría y esperanza.  No sólo es la fiesta de una mujer, María de Nazaret, concebida por sus padres ya sin mancha alguna de pecado porque iba a ser la Madre del Mesías.

Hoy es la fiesta también de todos los que nos sentimos, de alguna manera, representados por ella.

La Virgen, es el inicio de la Iglesia.  Ya desde la primera página de la historia humana, como escuchamos en la primera lectura, cuando los hombres cometieron el primer pecado, Dios tomó la iniciativa y anunció la llegada del Salvador que llevaría a término la victoria sobre el mal.  Y junto a Él ya desde el libro del Génesis aparece «la Mujer», su Madre, asociada de algún modo a esta victoria.

Hoy celebramos con gozo que María fue la primera salvada, la que participó de modo privilegiado de ese nuevo orden de cosas que su Hijo vino a traer a este mundo.  En la primera oración de la misa decíamos: «Preparaste una digna morada a tu Hijo» y en previsión de su muerte, «preservaste a María de toda mancha de pecado».

Pero si estamos celebrando el «Sí» que Dios ha dado a la raza humana en la persona de María, también nos gozamos hoy de cómo Ella, María de Nazaret, cuando le llegó la llamada de Dios, le respondió con un «Sí» decidido.  El «sí» de María, podemos decir que es el «Sí»  de tanto y tantos millones de personas que a lo largo de los siglos han tenido fe en Dios, personas que tal vez no veían claro, que pasaban por dificultades, pero se fiaron de Dios y dijeron como María: «Cúmplase en mí lo que me has dicho».

María, la mujer creyente, la mejor discípula de Jesús, la primera cristiana.  Ella no era una persona importante de su tiempo.  Era una mujer sencilla de pueblo, una muchacha pobre, novia y luego esposa de un humilde trabajador.  Pero Dios se complace en los humildes, y la eligió a Ella como Madre del Mesías.  Y Ella desde su sencillez, supo decir «Sí» a Dios.

Pero a la vez, se puede decir que esta fiesta es también nuestra.   

La Virgen María, en el momento de su elección y de su «Sí» a Dios, fue «imagen y comienzo de la Iglesia».   Cuando Ella aceptó el anuncio del ángel, de parte de Dios, se puede decir que empezó la Iglesia: la humanidad empezó a decir sí a la salvación que Dios ofrecía con la llegada del Mesías.

En María quedó bendecida toda la humanidad: la podemos mirar como modelo de fe y motivo de esperanza y alegría.

Tenemos en María una buena maestra para este Adviento y para la Navidad.  Nosotros queremos prepararnos a acoger bien en nuestras vidas la venida del Salvador.  Ella, María, la Madre, fue la que mejor vivió en sí misma el Adviento y la Navidad y la manifestación de Jesús como el Salvador.

Que nuestras Eucaristía de hoy, sea una entrañable acción de gracia a Dios, porque ha tomado la iniciativa para salvarnos y porque ya lo ha empezado a realizar en la Virgen María.

lunes, 25 de noviembre de 2024

 

I DOMINGO DE ADVIENTO (CICLO C)


Hoy es un día importante: ¡comienza el año cristiano!  Empezamos hoy el Adviento: Tiempo de preparación a la Navidad.  El tiempo de Adviento, es un tiempo para prepararnos a recibir a Jesucristo, que viene a nuestra vida. El Adviento es una llamada a la esperanzaesperar en el Salvador que nos va a nacer.  El Adviento es una invitación a la vigilanciavigilar para no caer en las trampas de este mundo. El Adviento es una llamada a la perseverancia: perseverar en la fe en Jesús.

La 1ª lectura de profeta Jeremías nos dice que Dios cumple sus promesas.

El Adviento es un tiempo para recuperar la esperanza.  Y si algo necesitamos los seres humanos y los cristianos en particular es recuperar la esperanza.  Porque vivimos en un mundo que ha perdido los grandes ideales, un mundo en el que los proyectos que se emprenden tienen que ver más con el ganar dinero que con el procurar el bien de toda la humanidad.

Desencanto, apatía, indiferencia, son palabras que expresan nuestra forma de vivir o nuestra manera de malvivir.   Porque el único objetivo de nuestra vida está en pasarlo lo mejor posible, en que no nos falte de nada y en vivir lo más cómodamente posible.  Esto es al menos lo que nos vende la publicidad, y lo que los gobiernos nos proponen con sus planes.  

Sentimos una indiferencia cada vez mayor por todo lo que signifique la formación humana, el compromiso social, el progreso verdaderamente humano. 

Por eso, tiene mucha importancia celebrar el Adviento, recuperar al menos nosotros los cristianos la esperanza.  Una esperanza que nos dice que el mundo, a pesar de todo, se encamina hacia el encuentro con su creador.  Una esperanza que nos dice que a pesar de todo, todavía es tiempo de mejorar las condiciones de vida humanas, de luchar para que se reconozca la dignidad humana por encima de los intereses económicos, de partido o de grupo.  Una esperanza social y personal, que nos dice que nuestra aportación en el proyecto del Reino de Dios, por pequeña que sea es importante.   

La 2ª lectura de la primera carta de San Pablo a los Tesalonicenses, nos decía: Que el Señor os colme y os haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos…”

El amor es una dimensión fundamental para encontrarnos con Jesús. La persona que es egoísta se pone él como el centro de todo y se relaciona con las personas como si fuesen objetos, no como personas que tienen sus propias iniciativas, sino como instrumentos para conseguir lo que uno se propone.  La persona egoísta nunca podrá tener un encuentro personal con otros seres humanos porque no reconoce a los demás como personas, como iguales. Si no se puede encontrar con los demás, tampoco con Jesús.

Sin embargo, la persona que ama está viendo al otro como una persona distinta de uno mismo y distinta de los demás objetos, la está reconociendo como un igual con el que se puede relacionar de tú a tú. Sólo se puede encontrar uno personalmente con una persona a la que se ama, sin amor no hay encuentro personal.

El Evangelio de san Lucas nos decía: “poned atención… estad alerta…velad”

El Señor utiliza muchas imágenes para hacernos entender cuál es la verdadera actitud del cristiano: “poned atención, levantad la cabeza, estad alerta”.  No nos dice que no habrá dificultades, no nos dice que es fácil el camino, pero nos invita a que levantemos la cabeza. 

Cuando la violencia y la inseguridad nos envuelven, cuando hay gritos de dolor y angustia, una de las tentaciones mayores es la de huir, correr, hacernos los desentendidos y esconder la cabeza. Cristo nos propone otro camino: enfrentar las situaciones difíciles con la cabeza en alto, pero con vigilancia y estando alerta. Siempre será una mejor solución enfrentar las dificultades que no hacer nada. Quedarse de brazos cruzados es la peor de las soluciones.

No podemos sucumbir al miedo pero: “Estad alerta, para que los vicios, con el libertinaje, la embriaguez y las preocupaciones de esta vida no entorpezcan vuestra mente”.  Hay quienes, aún en esta difícil situación, optan por el camino fácil del olvido en los vicios y la embriaguez. Hay quienes quieren hacer olvidar al pueblo su dolor con pan y circo, pero que no ofrecen soluciones integrales y verdaderas. Es preciso tener cuidado con lo que embota el corazón y apaga la esperanza.

El mensaje de Jesús no nos evita los problemas y la inseguridad, pero nos enseña cómo afrontarlos. Tenemos la seguridad que las estructuras injustas sólo podrán ser removidas del corazón del hombre por el paso del amor de Dios y su justicia. Así que ¡no embotemos el corazón! ¡Llenémoslo de esperanza!

El Adviento es un tiempo  de aliento para todos los que luchan y ponen su esperanza en el Señor.  El adviento es un camino que debemos iniciar sin miedos, que debemos andar con precauciones para no caer en las trampas del mal y que debemos proseguir fortalecidos con la oración, la vigilancia y el amor.

Que el Señor nos ayude a aprovechar el tiempo, a vivir responsablemente, a comprometernos con las necesidades de nuestro mundo, a no esperar pasivamente la salvación, sino a esperarla vigilantes, de pie, soñando con el día en que nos presentaremos ante Jesucristo el Señor.

lunes, 18 de noviembre de 2024

 

JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO (CICLO B)


Con esta fiesta de Jesucristo Rey del Universo terminamos el presente Año Litúrgico, para comenzar el próximo domingo con el Adviento, en preparación para la Navidad, un nuevo año litúrgico. La fiesta de hoy es como un resumen del año, un resumen de todo lo que hemos celebrado y vivido los cristianos durante todo el año.

Pilato le pregunta a Jesús: “¿Eres tú el rey de los judíos?”  Efectivamente Jesús es rey, pero no como los reyes de este mundo. La realeza de Jesús es de otra forma, al tal grado que aunque es condenado y golpeado, sigue siendo el verdadero rey frente al poder de Pilato.

Pero, ¿Qué ha hecho el rey llamado Jesús, para ser condenado?  Jesús no ha hecho nada malo.  Pero, para nosotros los hombres, existe una persona todavía más intolerable que la que hace el mal, y esa persona es la que quiere enseñarnos a hacer el bien.   No terminamos de aceptar plenamente a una persona que quiere enseñarnos los defectos de lo que nosotros llamamos bien.

¿Cómo es la realeza de Jesús?  Al contrario de los gobernantes y reyes de la tierra, Jesús no ejerce su soberanía sobre ningún territorio concreto.  El reino de Dios no es de la tierra, sino de carne y espíritu: el reino de Dios es el corazón de los hombres que se dejan guiar por la fuerza viva del Espíritu de Dios; está en los hombres que como Jesús luchan porque en este mundo reine la verdad y la vida, la justicia, el amor y la paz.  Todo el mundo, es el territorio de Jesús el Rey.

La relación de Cristo Rey y sus gobernados nada tiene que ver tampoco con lo que sucede con los gobernantes de la tierra.  La relación de Cristo Rey con nosotros se establece por el amor: “Nadie tiene amor más grande por los amigos que aquel que da su vida por ellos…  Ya no os llamo siervos… a vosotros os llamo amigos”

Para ser amigo de Jesús hay que cumplir con sus exigencias: “Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando”  Pero lo que nos manda Jesús es cumplir con el mandamiento del amor: “Que os améis los unos a los otros como yo os he amado”

Jesús le dice a Pilato: “Mi reino no es de este mundo”.  Algunas personas, erróneamente han pensado como si Jesús estuviera diciendo que a Él no le interesa el bienestar de los necesitados y solamente le preocupara lo espiritual. Pero Jesús mismo continúa con su aclaración: “Si mi Reino fuera de este mundo, mis servidores habrían luchado para que no cayera yo en manos de los judíos. Pero mi Reino no es de aquí”. Es decir, no actuará al estilo de este mundo que se rige por la fuerza y la violencia.

Jesús no ha venido a dominar ni a infundir terror, sino a servir a la verdad y a la justicia.  Jesús no se desentiende de lo que le pasa a este mundo o nos pase a nosotros.  Muy al contrario, Jesús se empeña apasionadamente por la justicia y quiso cambiar el mundo.

Jesús, se declara también testigo de la verdad.  Queremos que Cristo reine y libere a este mundo nuestro de tantos enemigos que se empeñan en destruir la verdad y la vida, la santidad y la gracia, la justicia, el amor y la paz. Queremos que todos los pueblos y naciones respeten la verdad, esa verdad de la que Cristo se declara rey y testigo.

Los cristianos debemos ser seguidores de Cristo, continuadores de su mensaje, por eso debemos defender la verdad por encima de todas las conveniencias y mentiras, de las apariencias y las medias verdades. No queremos una verdad chapucera y acomodaticia, hecha a la medida de nuestros intereses políticos y económicos; queremos la verdad de Cristo, la verdad que Cristo predicó en su evangelio, la verdad del amor y del servicio, de la vida, de la justicia y de la paz.

Quizás quienes nos decimos sus discípulos en este día mientras aclamamos y proclamamos: “Viva, Cristo Rey” tendremos que mirar a nuestro interior para ver si estamos buscando los valores del reino y vivimos en coherencia con lo que proclama y vive Jesús.

No podremos decirnos sus seguidores mientras exista en medio de nosotros las desigualdades, la mentira, la corrupción, el servilismo y la prepotencia. La miseria, el hambre, las desigualdades, las discriminaciones, contradicen el Reino de Jesús. El verdadero discípulo, al igual que Jesús, dejará enternecer su corazón, se unirá al que vive en el dolor y se comprometerá en serio en la construcción de un “reino mejor”. La oración, la mirada atenta a las necesidades y el servicio fraternal, serán las señales de un discípulo de este Rey que quiere construir su reinado de justicia y de paz. ¿Qué estamos haciendo? ¿A qué nos compromete nuestro seguimiento de Cristo Rey?

Hoy es un día especial para que renovemos nuestra adhesión al Señor, diciéndole que lo aceptamos como Rey y Señor de nuestras vidas, que queremos caminar un año más con Él, de su mano, con confianza de que Él nos protege, nos cuida y nos guía por el camino que conduce al Padre.

lunes, 11 de noviembre de 2024

 

XXXIII DOMINGO ORDINARIO (CICLO B)

Las lecturas de este domingo nos hablan del final de los tiempos.  Este es un tema que siempre ha preocupado mucho a las personas de todos los tiempos y las sectas se han atrevido a dar fechas del fin del mundo con resultados de falsas alarmas una y otra vez.

La 1ª lectura del profeta Daniel nos decía: “serán tiempos difíciles como no los ha habido desde que hubo naciones hasta ahora”.  El profeta Daniel nos abre la puerta a la esperanza de un más allá. La muerte no es el final fatal, no es el fracaso total.

En su tiempo, el pueblo de Israel, sufría persecución, muerte y derrota por la persecución de los reyes de Persia. Hoy, nosotros, sufrimos también desgracias y desesperanzas en esta sociedad moderna, donde a veces perdemos las ilusiones y hasta las mismas esperanzas, y nos dan ganas de echarlo todo a rodar, cuando vemos cómo la inmoralidad y la falta de honestidad nos las imponen en los mismos hogares, a través de la televisión, jugando con nuestros instintos y pasiones y  destruyendo la moral de nuestros hijos, niños y jóvenes; cuando vemos que grupos fuertes de narcotraficantes imponen su ley de muerte con la venta de drogas, enfrentándose y amordazando a los mismos gobiernos, que nosotros hemos elegido para que nos administren con honestidad y justicia y para que nos defiendan; cuando vemos también y sufrimos tantas injusticias, sintiéndonos impotentes y derrotados, como aquel pueblo de Israel ante la persecución a muerte de sus reyes.

Pero de la misma manera que a los israelitas el profeta Daniel les abrió a la esperanza del triunfo, con la promesa de una nueva vida, de la resurrección, que la vida, pues, no termina con el desastre de la persecución y de la muerte. Hoy también corren tiempos difíciles. Pero también hoy, se hace patente la luz de la esperanza.

La 2ª lectura de la carta a los Hebreos, nos recuerda que Jesús vino al mundo para liberar al hombre del pecado, para hacernos hombres justos.

Cuando en nuestra vida tomamos decisiones equivocadas, que incluso nos puede apartar de Dios, Él no nos abandona.  Todo el mal que, a veces, hay en nuestra vida, en nuestro interior, no tiene la última palabra.  La última palabra es siempre el amor misericordioso de Dios, un amor que siempre está buscando nuestra salvación.

Que no seamos nosotros quienes hagamos inútil o estéril la muerte de Jesús, sino que avivemos nuestra fe en el Señor y la esperanza en su perdón. Porque Jesucristo vino al mundo para cumplir una única misión: salvar y liberar a los hombres de su pecado.

El Evangelio de san Marcos, nos exhorta a estar atentos a aquellos acontecimientos de nuestra historia, o de nuestra vida, inclusive en las catástrofes y calamidades, en los que podemos apreciar de alguna manera la proximidad del Reino de Dios: “Aprended de esta parábola de la higuera: cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, deducís que el verano está cerca; pues cuando veáis vosotros que esto sucede, sabed que él está cerca, a la puerta”.

No todo lo que sucede a nuestro alrededor es bueno. La violencia, la adicción a las drogas y la explotación del sexo son, por desgracia, características de nuestro tiempo, y no podemos darlas por buenas.

Pero hay también una serie de valores por ejemplo: libertad, igualdad, fraternidad, progreso, libertad de conciencia, instrucción popular, derechos de la mujer, etc. que nos preparan para el Reino de Dios.

Que no nos asusten, por tanto, las palabras severas del evangelio del fin del mundo y que no nos hagan caer en el pesimismo o el fatalismo. El evangelio de hoy nos debe impulsar a discernir, entre tantas cosas perecederas y entre tantas ideas o modas de pensamiento pasajeras, aquellas otras que, por ser conformes con el plan de Dios, pueden conducir a la humanidad a aquella plenitud y felicidad eternas para las que ha sido creada.

¡Miremos hacia adelante! Si estamos inscritos en el libro de la vida, este cambio va a ser positivo para nosotros.

No temamos. Del mismo modo que un año termina y otro empieza, que viene la noche pero renace el día, la hermana muerte temporal nos conducirá a la vida para siempre.

Nuestro futuro ya está aquí, en nosotros, en lo que vivimos cada día. No nos tendría que preocupar mucho qué sucederá el último día, sino lo que está pasando hoy y aquí, que es cuando estamos construyendo o no un futuro de salvación y de victoria, unidos a Cristo.

Las de hoy no son palabras para asustarnos, sino al contrario, para animarnos a ser constantes en el camino de fe que el Señor nos ha concedido emprender.  Que no sea, por tanto, el miedo lo que nos mueva a ser fieles a Dios. Que sea el amor.

lunes, 4 de noviembre de 2024

 

XXXII DOMINGO ORDINARIO (CICLO B)


Las lecturas de este domingo son una invitación a que seamos generosos.  La generosidad significa compartir nuestro tiempo y nuestras cosas aunque las necesitemos.

La 1ª lectura del primer libro de los Reyes nos ofrece el ejemplo de una viuda pobre, sin recursos, sin lo indispensable para comer, pero con una inmensa confianza en Dios.

La historia de esta viuda que reparte con el profeta Elías el poco alimento que tiene, nos dice y nos garantiza que la generosidad, el compartir y el ser solidarios no empobrece, sino que nos da vida y vida en abundancia.

No podemos vivir una vida de egoísmo, de estar acumulando y guardando y olvidarnos de tantas veces que Dios nos llama a compartir y a ser solidarios con nuestros hermanos más necesitados.

Cuando compartimos, con generosidad y amor, aquello que Dios puso a nuestra disposición, no nos hacemos más pobres.  Hay un dicho que ha sido probado un millón de veces: “el dar jamás ha empobrecido a nadie”.  Los bienes compartidos se convierten en fuente de vida y de bendición para nosotros y para todos aquellos que de esos bienes se benefician.

Hoy en día, se oye decir que “no me fío de esta o aquella persona”.  No confiamos en las personas porque muchas veces nos han defraudado.  Y esta manera de pensar pareciera que también se la aplicamos a Dios porque confiamos más en las cosas o en nuestras fuerzas que en el mismo Dios.  Solemos decir que con dinero, con influencias, se arreglan todas las cosas y se abren todas las puertas.  Sin embargo, Dios no piensa así.  Dios nos pide lo que tenemos, sea poco o mucho y Él nos da esperanza y plenitud de vida. Si hacemos como esta viuda y confiamos en Dios, Dios nos recompensará con el pan y el aceite que necesitamos para vivir y que jamás se nos acabarán.

La 2ª lectura de la carta a los Hebreos nos ofrece el ejemplo de Cristo que entregó su vida, lo máximo que uno puede dar, a favor de los hombres.

Dios quiere y espera de cada uno de nosotros, más que dinero u otros bienes materiales, que nos pongamos a su servicio, que trabajemos para que todos los hombres se salven, para mejora este mundo.

Tenemos que ser uno con Cristo, y esto significa, vivir día a día como Jesús: haciendo de nuestra vida una entrega de amor a los hermanos; luchando contra todas las estructuras que generan injusticias y pecado; participando y colaborando con Cristo para eliminar el pecado del mundo.

¡Dios mismo murió por nosotros! ¡Dios mismo lo dio todo por cada uno de nosotros! Si Dios mismo lo dio todo por nosotros, ya no debemos tener miedo de darlo todo por Dios y su Hijo.

El Evangelio de san Marcos nos pone el ejemplo de la generosidad humilde de una pobre viuda que echó en las alcancías del Templo 2 moneditas de poco valor.

Esta viuda lo pone todo en manos del Señor.  Y ahí comienza la fe: confiar plenamente en Dios.   La fe comienza cuando nos encontramos con nuestras manos vacías y nos ponemos en las manos de Dios.

La generosidad de esta viuda es la base de la solidaridad.  La solidaridad no es dar de lo que nos sobra o ya no necesitamos; no es deshacernos de la basura que nos estorba en nuestra casa; no se trata de una ayuda que humille, sino de un compromiso que promueva la hermandad.

La solidaridad implica una donación de nuestro tiempo y de todo lo que somos nosotros, es entregarnos al servicio de los demás.  Uno es generoso cuando da aquello que también a él le hace falta. 

El modelo de sociedad y de convivencia que tenemos a nuestro alrededor, no está basado en lo que cada personaes, sino en lo que cada unotiene.  El que posee cosas y dinero, puede dar limosnas cuantiosas, puede comprar y puede triunfar en la vida. El que no puede lograr esto, está descalificado, no vale, no sirve para nada en esta sociedad.

Así, la sociedad nos acostumbra a valorar todo, a valorarnos por lo que poseemos, o por las cosas materiales que damos.

En nuestro mundo, la generosidad se mira por la cantidad y no por la calidad. Se valora más al que da mil Euros que al que da diez, y al que da diez más que al que da uno. La prensa, las revistas alaban al que da una gran cantidad. Y en la valoración del trabajo ocurre lo mismo. El trabajo del pobre, del humilde, no cuenta, pasa desapercibido, mientras que el trabajo de los grandes, de los poderosos es muy nombrado y recompensado.

Dios, sin embargo, tiene otra forma de valorar. No se fija tanto en la cantidad de la limosna sino en la calidad, porque no es lo mismo dar mil Euros cuando se tienen doscientos mil y quedan todavía ciento noventa y nueve mil, que dar cien Euros cuando sólo se tienen doscientos o nada más que los cien que se dan.

Lo importante no es la cantidad, sino el cariño, el amor con el que se da.