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lunes, 19 de marzo de 2018


VIERNES SANTO (CICLO B)
 

“Jesús, inclinando la cabeza, entregó su espíritu”.  Así nos comunicaba la lectura de la Pasión el final de la existencia humana de Jesús.  Ha muerto el Justo.  Lo han asesinado de un modo cruento.
 

En esta tarde de Viernes Santo lo central es la Cruz de Cristo. El color litúrgico es rojo: color de sangre, color de amor y entrega.  Cristo ha querido cargar sobre sí mismo nuestros pecados.  Y desde esa Cruz se ha sellado de una vez para siempre la Nueva Alianza del hombre con Dios.
 

En este día, el mundo queda en ausencia de Jesús, en ausencia de Dios.  Sin embargo, es el día del amor, del amor entregado, del amor sin límite, del amor perfecto.  Es el día que queda demostrado que el amor que se da es más fuerte que el egoísmo, que el bien de todos, vale más que el bien de uno solo, que la muerte es semilla de eternidad y de gloria.  En una palabra que es posible el amor.
 

Ese “Siervo” del que nos hablaba el profeta Isaías, y que se refiere a Jesús, ha cargado con los pecados de la humanidad y nos ha obtenido la salvación.  Él ha pagado por todos nosotros la deuda que la humanidad tenía con Dios Padre, deuda que habíamos contraído por el pecado.
 

La Cruz se ha vuelto para nosotros en símbolo de nuestra salvación, lugar de entrega y de amor.  La Cruz es el signo del amor más grande: el que da la vida por el amigo.
 

Jesús muere en la Cruz por causa de la violencia y de la injusticia de los hombres. Son los hombres quienes descargan todo su odio sobre Jesús por su forma de predicar y por su manera de actuar; por su crítica hacia las autoridades civiles y religiosas.  Jesús podía haber evadido la muerte, pero no lo hace, podía haberse defendido pero tampoco lo hace, sino que acepta que hagan con Él lo que quieren: llevarlo a la cruz y a la muerte.  En Él no hay odio ni rencor, ni una sola palabra de condena hacia sus verdugos.
 

Hoy seguimos crucificando a Cristo y lo hacemos en tantas personas que llevan una cruz injusta, una cruz que otros las han impuesto a la fuerza con violencia e injusticia.
 

Hoy llevan la Cruz de Cristo todos aquellos a los que no les reconocemos su dignidad de persona, provocando dolor y muerte.  Y Cristo sigue hoy muriendo en todas estas personas.
 

El desamor de nuestra sociedad ocupa cada día las primeras páginas de los periódicos y las portadas de las noticias en radio y televisión. Son hombres y mujeres torturados, muertos, asesinados, ultrajados, maltratados. Los vergonzantes abusos a personas en las cárceles, la anulación de los derechos humanos, la violación de la libertad y de la dignidad humana, las persecuciones religiosas en tantos países de África y Asia, el terrorismo, los atentados de los grupos radicales islamistas, los asesinatos selectivos en Oriente Próximo, la violencia doméstica y el maltrato a mujeres, la prostitución infantil y el turismo sexual, los abusos sexuales a niños, las redes de tráfico con seres humanos, los que mueren víctimas de sus atracadores, los muertos de las guerras.  El llanto y el dolor de cualquier hombre o mujer que es herido, abandonado, maltratado, olvidado, reducido, abusado por otro ser humano.  En todos ellos sigue hoy sufriendo y muriendo Jesucristo.
 

Y Dios espera que todos estos seres humanos que causan dolor y muerte se arrepientan y se conviertan.  Si queremos transformar este mundo hay que empezar por transformar el corazón del hombre.
 

Que el ejemplo de la entrega generosa de Jesús lleve a todas las personas a hacer una opción por la vida, una opción por el hombre, una opción por el amor. Entonces la cruz de Cristo habrá sido causa de salvación. Entonces habrá, en verdad, un mundo mejor.

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