XXXIII DOMINGO ORDINARIO (CICLO C)
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XXXIII DOMINGO ORDINARIO (CICLO C)
Estamos en la penúltima semana del año litúrgico y las lecturas de hoy
nos hacen reflexionar sobre el sentido
de la salvación y nos dicen que la meta final hacia la que Dios nos conduce
es el nuevo cielo y la nueva tierra de felicidad plena y de vida definitiva.
La 1ª lectura del
profeta Malaquías nos hace ver que Dios va a intervenir en el mundo, va a
derrotar al que oprime y roba la vida y va a hacer que nazca un “sol de justicia” que traiga la
salvación.
Muchas veces tenemos la
sensación de que nuestro mundo camina
hacia la perdición y que nada lo puede detener. Vemos tantas guerras y
vemos tanta sangre derramada en el presente y en el futuro de tantos pueblos;
contemplamos la naturaleza y la vemos devorada por los intereses de las
multinacionales de la industria; vemos a tantas personas cerradas en su mundo,
desinteresadas de los grandes problemas que existen.
Existen también en
nuestro mundo el deseo de justicia. El hombre, ante la adversidad siempre ha
dirigido sus ojos al cielo pidiendo justicia.
Justicia para los que lo pasan mal, justicia para los explotados de esta
tierra, justicia para los pobres y enfermos, justicia ante la muerte injusta de
los buenos.
Hoy nos dice la primera
lectura, que llegará el día del Señor en
que finalmente habrá justicia, esa justicia que premiará a los buenos y
castigara a los malos. Mientras llega
ese día, a nosotros nos toca unirnos a
Jesús para luchar y trabajar por la justicia ya aquí y ahora. Porque Dios no quiere salvarnos sin nuestra
colaboración.
Los cristianos debemos
saber que Dios cuenta con nosotros para
construir un mundo nuevo y debemos saber que todo lo que hagamos aquí, por
muy poco que sea: perdonar, compartir,
denunciar la opresión, defender al pobre y al oprimido, todo esto está ya
preparando la venida del Reino de Dios y su justicia.
La 2ª lectura de San Pablo a los Tesalonicenses insiste en la idea de
que mientras esperamos la vida definitiva, no
tenemos derecho a ser perezosos y vivir en la comodidad de no hacer nada,
sin preocuparnos de los problemas del mundo y sin aportar nuestra colaboración
a la construcción del Reino de Dios.
No podemos vivir
esperando que todo nos caiga del cielo y
olvidándonos de luchar por los demás.
Tenemos que, como cristianos, comprometernos por la construcción de un
mundo más justo y fraternos, todos los días y las 24 horas del día.
Hay personas que hablan
mucho y hacen poco
y muchas veces se aprovechan del trabajo de los demás para quedar bien ante los
otros. Hay también personas que son parásitos de la sociedad y que lo único
que hacen es consumir lo que produce la sociedad y no se esfuerzan lo más
mínimo en colaborar con ningún tipo de trabajo.
No olvidemos las palabras de San Pablo: “si alguno no quiere trabajar, que no coma”, tenemos que saber
combinar trabajo y oración.
El Evangelio de San Lucas nos ofrece una reflexión sobre el
camino que debemos recorrer hasta la segunda venida del Señor.
Jesús nos recuerda hoy
que un día llegará el día del juicio sobre la humanidad entera y ante este día
no podremos permanecer indiferentes.
Los discípulos del
Señor le preguntan: “¿cuándo va a ser
eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?” Jesús no
contesta a la primera pregunta, pero sí contesta a las señales que sucederán: habrá guerras, revoluciones, terremotos,
epidemia y hambre. Como veis, son
señales que se dan en nuestro mundo actual; por ello, algunos pueden pensar que
el final del mundo está cerca.
Sin
embargo, Jesús nos advierte: “Mirad que
nadie os engañe. Porque muchos vendrán en mi nombre diciendo: “Yo soy”, o bien:
“Está llegando el tiempo”; no vayáis tras ellos”.
En el mundo de hoy se
levantan voces engañosas que ofrecen falsas respuestas a los problemas del
mundo y nos proponen caminos extraños para alcanzar la felicidad. Hay grupos que nos venden libros esotéricos
que carecen de todo fundamento filosófico, teológico y científico y que ofrecen
recetas de espiritualidad y de realización personal. Hay todo un mercado de amuletos, inciensos,
cristales de cuarzo, bebidas, etc., que pretenden darnos paz y felicidad. Hay quienes aprovechando el dolor de la muerte
de un familiar se ofrecen como “médium” para
que nos comuniquemos con nuestro ser muerto.
Jesús nos pone en guardia frente a las ofertas de estos mentirosos.
No pongamos nuestra
mirada ni nuestra esperanza en falsos mesías que nos prometen la felicidad aquí
y ahora, haciéndonos olvidar la vida que nos espera junto a Jesús.
Jesús no quiere que hagamos de adivinos,
quiere que abramos nuestro corazón a su venida, con esperanza y con un profundo
deseo de estar preparados, aunque no sepamos ni el día ni la hora.
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