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martes, 24 de marzo de 2020

V DOMINGO DE CUARESMA (CICLO A)

Iniciamos con este quinto domingo de Cuaresma la preparación final para la celebración de la Semana Santa.  La liturgia de hoy gira en torno a la última de las catequesis bautismales que nos ha ido presentando el evangelista San Juan.  Este domingo vemos como Cristo es la vida.

En la 1ª lectura, del profeta Ezequiel, Dios ofrece a su pueblo exiliado, desesperado y sin futuro una vida nueva. 

En nuestra vida personal, muchas veces pasamos por situaciones de desesperanza, en las que parece que nada tiene sentido y nos sentimos vacío, y nos sumergimos en una situación en la que parece que no hay salida.

La Palabra de Dios nos garantiza: no estamos perdidos y abandonados a nuestra suerte y a la muerte.  Dios camina a nuestro lado; Dios está sacando vida de la muerte, dándonos fuerzas para salir de estas situaciones y avanzar al encuentro de la vida plena.

La 2ª lectura de San Pablo a los Romanos nos dice que estar en pecado es permanecer en la muerte y estar en gracia de Dios es gozar de la vida.

Desde el día que fuimos bautizados nos convertimos en Hijos de Dios.  Nosotros como hijos de Dios no podemos dejarnos dominar por las cosas de este mundo, por las cosas pasajeras. Nosotros estamos llamados a dar testimonio de una vida nueva, una vida mejor que la que nos ofrece el mundo y para ello tenemos que dejarnos guiar por Cristo y no por lo criterios o modas de este mundo. Por eso no podemos continuar dominados por el pecado sino que hemos de vivir como lo que somos: hijos de Dios y con nuestras buenas obras, dar testimonio de nuestra fe.

El Evangelio de san Juan nos ofrece la tercera y última catequesis bautismal que recibían los catecúmenos que iban a recibir el bautismo la Vigilia Pascual: la resurrección de Lázaro.

El evangelio de hoy nos sitúa ante una lucha esperanzadora por la vida y ante una fe que es capaz de esperar la resurrección de quien ya tiene 4 días muerto.  Las dos hermanas de Lázaro le mandan decir a Jesús: Señor, el que tú amas está enfermo”.  Nuestro país también hoy está enfermo.  Todos los males que estamos sufriendo, toda la violencia que estamos padeciendo, la degradación que estamos viviendo sólo la podemos entender porque hemos expulsado a Dios de nuestras familias, de nuestras calles, de nuestros negocios. 

Queremos recluir a Dios a la sacristía, o algún evento social o para alguna fiesta folclórica.  Por ello hoy nosotros también podemos decir: “Señor, éste país está enfermo”.  Pero a la vez que debemos aceptar que estamos enfermos, hay también que aceptar la curación y las prescripciones que nos pueden llevar a la salvación.

Mucho se ha hablado de los muertos que se acumulan día tras día en los ámbitos del narcotráfico. Se han mencionado también las personas inocentes que como daños colaterales han perecido. Se ha hablado mucho de las incontables extorsiones, de los secuestros y de las drogas que proliferan por dondequiera, pero se ha tomado menos en cuenta la corrupción que a diario invade todos los ámbitos de nuestra vida, que ha penetrado en las familias, en las instituciones y en las estructuras que rigen nuestro país. Es una corrupción y hedor penetrante al que parece que nos hemos acostumbrado y del que solamente en ocasiones excepcionales somos conscientes.

Hemos alejado a Dios de nuestras vidas y hemos optado por otros valores: el placer, el dinero, la ambición, el poder. Pero cuando descubrimos que se han metido como una grave enfermedad en todo el cuerpo, nos asustamos y quisiéramos echar marcha atrás pero sin dejar de vivir en corrupción. El llanto de María y sus desesperación bien pudiera representar el llanto de tantas madres y hermanas que lloran por el ser asesinado o desaparecido, por el hijo o la hija sumida en las drogas, por quien ha perdido el camino. Pero ese mismo llanto podría también hacernos vislumbrar un rayo de esperanza: junto a nosotros, en la misma lucha, con mucho mayor amor y con mucho más poder, camina Jesús. Para Él Lázaro es el amigo a quien tanto ama; para Él todos los que sufren y están atormentados son también su “amigo amado”.

Jesús hoy nos ordena quitar la losa que tapa la vida y que confina a la oscuridad.  Quizás también nosotros estemos tentados a decirle y a expresar nuestro pesimismo porque sentimos que ya nada puede hacerse, que no encontramos salidas. Que nuestro país huele a corrupción, huele a miedo, a muerte y droga, que nuestras familias no perciben el aroma de la armonía y del cariño, que todo, todo huele mal. Pero cuando todo huele mal, Jesús está ahí cerca y nos dice: “¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?”.

También a nosotros nos dice Jesús: “Sal de ahí”. Podremos salir de la muerte y corrupción no basados en nuestras propias fuerzas, sino basados en su amor. Confiados en su palabra asumimos el compromiso de desatar, de quitar losas, de acrecentar la fe. “Desatadlo, para que pueda andar”. Es la tarea que debemos asumir todos. La fe es el motor que nos moverá para, desde nuestra fe, comprometernos a crear un país mejor. Hay que desatar tantas cadenas de injusticia, hay que quitar tantas losas que oprimen, pero sobre todo necesitamos experimentar una fe viva en Cristo que es “la resurrección y la vida”.

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