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lunes, 13 de julio de 2020


XVI DOMINGO ORDINARIO (CICLO A)

La liturgia de este domingo nos invita a descubrir al Dios paciente y lleno de misericordia.

La 1ª lectura, del libro de la Sabiduría, nos habla de un Dios que a pesar de ser omnipotente, es indulgente y misericordioso para con todos y que nos invita a ser “humanos”, es decir a tener un corazón misericordioso como el corazón de Dios.

Esta lectura, manifiesta el modo tan distinto de actuar Dios al de los hombres.  Dios es creador de todo y no quiere destruir lo que ha creado por amor.  Ni siquiera quiere destruir al hombre injusto y malvado.  Dios espera la conversión de las personas.

El modo de demostrar Dios su poder, al contrario de la mayoría de los poderosos, es el perdón.  La tiranía y el dominio sobre los demás no caben en los creyentes.  Nosotros tenemos que actuar como lo hace Dios: confiando y creyendo en la capacidad de los seres humanos para cambiar.

Dios no considera el pecado como algo definitivo, nuestro alejamiento de Él como algo definitivo.  Dios mantiene su confianza en que cambiemos, en nuestra conversión.  Dios nos invita a confiar y a creer en el hombre.

La gran diferencia entre Dios y nosotros es que Dios ejerce su poder y su fuerza para perdonar y salvar, y nosotros solemos utilizar el poder para condenar y castigar.

La 2ª lectura de san Pablo a los Romanos nos dice que como consecuencia de nuestras limitaciones, a veces, no sabemos lo que nos conviene, no sabemos qué opción elegir, por eso nos recuerda san Pablo que contamos con la ayuda del Espíritu Santo.

Cuantas veces decimos: “no sé rezar”, o “no sé qué decir”, o “me pongo a rezar y no me sale nada”.  Como seres humanos, ante Dios, siempre hemos de sentirnos necesitados de su ayuda.  Y es precisamente el Espíritu Santo el que viene en ayuda de cada uno de nosotros y reza en nosotros y por medio de nosotros.

La oración cristiana, la espiritualidad cristiana, no es un trabajo que realicemos por nosotros mismos o por nuestros propios medios, sino que es obra del Espíritu Santo al cual debemos dejarlo actuar en nuestra vida.

El evangelio de san Mateo nos decía que, al lado del buen trigo, apareció la cizaña.  En nuestras vidas hay esta mezcla: de trigo y cizaña. 

Cuando amamos a una persona, tendemos a verle sólo cosas buenas.  Cuando alguien no nos cae bien, sólo le vemos cosas malas.  Jesús quiere ayudarnos a descubrir el bien y el mal que hay en todos, en los grupos, en la Iglesia, en nosotros mismos, en cada uno de nosotros.

A veces, si nos fijamos bien, veremos que hay mucho más de bueno que de malo.  Claro que lo malo se siente mucho más, es noticia, sale en los diarios, nos hace daño.  Lo que hay de bueno es normal, se cuenta con ello, no hace falta hablar de ello.  Quizás ya es hora de revisar esta actitud y aprender a ver las cosas buenas que hay en los demás: promover el sentido de la admiración en contra del ya gastado sentido de la crítica.

La tentación que tenemos es querer arrancarlo todo y en seguida. 

La pena de muerte, el terrorismo, la tortura, la violencia, son cosas antievangélicas.  ¡Cuántos ejecutados que después se ha descubierto que eran inocentes!  Además, personas que han tenido un pasado malo, pueden cambiar, pueden convertirse en personas dignas y servir a la humanidad. 

El mensaje del evangelio es que Dios tiene tiempo.  Dios da tiempo para el arrepentimiento.  El mensaje cristiano proclama la tolerancia: “Dejad que crezcan juntos hasta el tiempo de la cosecha”.  La hora de la siega no está en las manos de los hombres, sino en manos de Dios.  El hombre no tiene derecho a anticipar el juicio final.  Eso toca a Dios exclusivamente.

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