Vistas de página en total

lunes, 23 de noviembre de 2020

I DOMINGO DE ADVIENTO (CICLO B)

Hoy estamos comenzando un nuevo año litúrgico.  Comenzamos el tiempo de Adviento.  Adviento significa “el que viene”, o “el que ha de venir”, y con esto la Liturgia nos quiere ayudar para prepararnos a recibir al que “ha de venir”, es decir a Cristo. 

El tiempo de Adviento tiene un doble significado: es tiempo de preparación para las solemnidades de Navidad, en las que se conmemora la primera venida de Dios a los hombres, y a la vez es un tiempo de prepararnos hacia la llegada de la segunda venida de Cristo, al fin de los tiempos. Por este doble motivo, el tiempo de Adviento aparece como un tiempo de devota y gozosa espera. 

La 1ª lectura del profeta Isaías, es un clamor, un grito, una sentida oración que nace de lo más profundo del corazón: ¡Ojalá rasgases el cielo y descendieses!
En tu presencia se estremecerían las montañas.
 El pueblo de Israel se sentía huérfano y perdido y clama a Dios como padre, por un Salvador.

Quizás, en más de una ocasión nos hemos preguntado: ¿por qué permite Dios que nos desviemos de sus caminos? ¿Por qué permite Dios tanta injusticia? ¿Por qué no arregla Dios este mundo de una vez para siempre? 

La respuesta a estas preguntas es que muchas personas prescinden de Dios en sus vidas y no viven los mandamientos. 

Como cristianos hemos de reconocer que sólo Dios puede salvar y redimir a este mundo.  Nosotros, por nosotros mismos, somos incapaces de superar la indiferencia, el egoísmo, la violencia, la mentira, la injusticia que tantas veces están presentes en nuestra vida. Cuando uno contempla los males del mundo: hambre, guerra, violencia, injusticia, terrorismo, etc., y comprobamos la impotencia de la humanidad para salir de esta situación, nos damos cuenta que esto ocurre porque nos olvidamos de Dios, el mundo se olvida de Dios y hemos de tomar conciencia de que Dios es nuestro Padre y nuestro Salvador y Él está siempre dispuesto a ofrecernos, gratuita e incondicionalmente, la salvación.  ¿Estamos dispuestos en este Adviento que estamos comenzando a acoger a Dios en nuestra vida? 

La 2ª lectura de San Pablo a los Corintios, nos recuerda que Dios nos ha llenado de dones, nos ha comunicado su Espíritu. 

A través de los dones que Dios nos da, Dios viene a nuestro encuentro y nos manifiesta su amor.  Y a pesar de esos dones que Dios nos da nos cansamos, nos fatigamos y corremos el peligro de abandonarlo todo. Por eso, debemos reavivar la esperanza.  No hay por qué desanimarse.  Los dones que Dios nos da son para que seamos fieles a Él y seamos felices.  Por ello hemos de estar vigilantes y preparados para acoger a Dios que viene a nuestro encuentro y nos muestra su amor a través de sus dones que nos da y hay que estar vigilantes para que esos dones no sean utilizados para fines egoístas. 

El Evangelio de san Marco, nos invita a esperar en el Señor. Pero esperar y confiar en Dios, no significa descuido y no hacer nada.  No nos olvidemos que el tiempo y sobre todo nuestro tiempo se acaba. 

La tarea que tenemos entre manos, que Dios nos ha encomendado es inmensa y no podemos echarnos para atrás y encomendársela a otros.  Cada uno de nosotros, como cristianos, nos hemos comprometido a seguir a Jesús, nos hemos responsabilizado de construir, junto con Jesús, un mundo más justo y más fraterno.  Dios ha creado este mundo con todo lo bello y bueno que hay para que nosotros, responsablemente lo gobernemos y lo cuidemos. 

Por eso, Dios quiere que seamos una humanidad de verdaderos hermanos, porque Dios nos quiere a todos como hijos y espera que nos encontremos con Él al final de los tiempos. 

Mientras llega ese final de los tiempos, el evangelio de hoy nos invitaba a estar vigilantes.  A estar siempre preparados.  No podemos jugar con Dios y dejar de lado lo que debemos hacer hoy para mañana.  No podemos esperar a que la tarea que Dios nos ha encomendado, la realicen otros.  A todos nos toca trabajar y estar vigilantes.  La venida del Señor será cuando menos lo pensemos y Él quiere encontrarnos dispuestos para abrirnos la puerta y entrar con Él al Reino de los Cielos. 

Por eso el Adviento, más que un tiempo limitado a estas cuatro semanas, ha de ser una actitud permanente, para vivir siempre comprometidos con Dios, con los hermanos en la construcción de un mundo mejor.  Todos podemos responder a la llamada de Dios: aliviando sufrimientos, tratando de hacer felices a los demás, cada uno según sus posibilidades, pero todos tenemos capacidad para ayudar. 

No olvidemos de pensar en estos días cómo llevar a cabo nuestro compromiso con Dios.  Compromiso que puede empezar por nuestra familia, nuestros amigos, nuestro trabajo.  No olvidemos que allí donde haya alguien que trabaje por la paz, por la justicia, por ayudar a quienes sufren allí está presente, allí nace Jesús, no le demos la espalda. 

Por eso la mejor actitud que podemos tener para este Adviento es vigilar: ¡Velemos porque nos sabemos ni el día ni la hora! 

Vigilar porque estamos malgastado nuestra vida, nuestra realización como personas.  Hay que despertar de nuestra indiferencia e involucrarnos en la promoción del ser humano.  Que este Adviento sea tiempo de esperanza, hagámosla realidad con Jesús nuestro hermano.

No hay comentarios:

Publicar un comentario