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lunes, 14 de diciembre de 2020

IV DOMINGO DE ADVIENTO (CICLO B) 

Llegamos al final del Adviento. Hemos completado la iluminación del altar con la cuarta vela de nuestra corona.  A lo largo de tres semanas, la Iglesia ha querido prepararnos para la venida de Jesús en la Navidad y para su venida definitiva al final de los tiempos. 


La Navidad no se improvisa, hay que prepararla. La Navidad no puede reducirse a preparativos ambientales de nacimientos, árboles, villancicos, luces, comidas, etc. Es también necesaria una preparación interior este es el sentido y la finalidad del Adviento que estamos concluyendo.


La 1ª lectura del segundo libro de Samuel nos ha relatado cómo el rey David, que sabe que todo lo que es y todo lo que tiene se lo debe a Dios, quiere construir un templo para Dios. El rey David decía: “yo habito en una casa de cedro, mientras el Arca de Dios habita en una tienda”. 


El profeta Natán le hace ver a David que esa no es la voluntad de Dios, que eso no es lo que Dios quiere.  Dios no quiere templos ostentosos, sino que para Él la mejor morada es la persona humana misma.  Dios quiere habitar con su pueblo, ser Dios con nosotros.  Cada cristiano, en la medida que acoge a Dios en su interior, se convierte en templo de Dios.  


¿Qué acogida encuentra Cristo en nuestro corazón y en nuestra vida?


La 2ª lectura, de San Pablo a los romanos, nos dice que Dios tiene un plan de salvación que ofrecer a los hombres.


Dios se preocupa por nosotros y Dios nos ama, y ese amor no es un amor pasajero, sino que forma parte del ser de Dios y está siempre en la mente de Dios amarnos a todos sus hijos.  Por ello no olvidemos esto: no  somos seres abandonados a nuestra suerte, perdidos y a la deriva en un universo sin fin; sino que somos seres amados de Dios, personas únicas e irrepetibles que Dios conduce con amor a lo largo del camino de la historia y Dios tiene un proyecto eterno de vida plena, de fidelidad total, de salvación. 


Prepararnos para la Navidad significa preparar nuestro corazón para acoger a Jesús, para aceptar sus valores, para comprender su manera de vivir, para adherirse al proyecto de salvación que, a través de Él, Dios Padre nos propone.


El Evangelio de san Lucas nos ha narrado la Anunciación a María.


De María debemos aprender las actitudes básicas que tenemos que tener para poder encontrarnos con el Señor.  La primera actitud es la fe.  Fe, es decir, confianza en Dios, confianza en que Dios cumplirá sus promesas de salvarnos, aunque nosotros no comprendamos, a veces, los caminos y los métodos de Dios.


La segunda actitud a imitar de María es la esperanza.  Esperanza de que el mundo y nosotros mismos a pesar de nuestras debilidades y errores, nos dirigimos hacia el encuentro definitivo con Dios.  Y en tercer lugar, hemos de aprender de María la disponibilidad.  La disponibilidad que se desprende de esas palabras de María: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”.  Hemos de estar disponibles para que Dios haga de nosotros lo que quiera, para aceptar sus indicaciones para nuestra vida.  En una palabra disponibilidad para tomar a Dios en serio, y dejar que Él sea el centro de nuestra vida.


Hemos de aprender también de María a aceptar los planes de Dios.  Gracias a María, el Hijo de Dios se hizo hombre y vino a cambiar el sentido de nuestro mundo.  Vino a construir el Reino de Dios entre los hombres, a decirnos que la humanidad puede y debe vivir en convivencia de paz, de justicia, de libertad, que podemos formar una humanidad de verdaderos hermanos.  Este es el proyecto que Dios quiere para nuestro mundo, para nuestra sociedad.


María nos enseña también a vivir la vida, la vida de cada día optando por hacer el bien, porque a esto nos llama Dios, a vivir comprometidos cada día haciendo todo el bien que podamos.


Gracias a María, Jesús entró en nuestra historia, se hizo el Dios con nosotros, y esto no es un cuento.  Esta es la gran verdad que nos recuerda la Navidad, a pesar de que muchas personas se olvidan de esta gran verdad de la Navidad.  Dios se hace hombre, para acompañarnos en la vida y para que vayamos realizando en nuestra vida la construcción del Reino de Dios, un reino de justicia, paz y libertad.  Para esto se hace hombre.


La gran noticia para la Navidad es que Jesús nos da la oportunidad a todos de poder ser y vivir como verdaderos hermanos entre nosotros, ser los hijos de Dios.  Esta es la gran noticia, la gran alegría que se le comunica hoy a María, porque nos nace el Salvador.


Alegrémonos hoy con María y con todos los hombres y mujeres de buena voluntad que a lo largo de los siglos han dejado que Dios naciese en su corazón.  


Que María nos ayude a todos a vivir estas fiestas de Navidad con alegría porque, como ella, preparamos nuestro corazón para que pueda nacer en nosotros nuestro Mesías, nuestro Salvador.


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