PENTECOSTÉS (CICLO B)
Hoy, al cumplirse las siete semanas de la Pascua, estamos celebrando con gozo la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles y sobre la Iglesia. Celebramos pues, la fiesta de Pentecostés y con esta fiesta, celebramos el nacimiento de la Iglesia.
La 1ª lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles nos presenta la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles y como éstos pasan del miedo a la valentía para dar testimonio de Jesús.
El Espíritu Santo transformó a los acobardado, discípulos que estaban encerrados por miedo a los judíos, en personas capaces de expresarse en diferentes idiomas y hacerse entender por todos.
El día de Pentecostés fue enviado el Espíritu Santo, en nombre de Dios Padre, para hacer posible el entendimiento entre las personas, a hacer realidad la fraternidad. El orgullo, la soberbia, crean división entre las personas; el Espíritu crea comunión, cercanía, diálogo, fraternidad.
El lenguaje por el cual se hicieron entender los apóstoles fue el lenguaje del amor, lenguaje que todos entienden y que todos deberíamos de practicar y hablar.
La 2ª lectura de la primera carta de san Pablo a los Corintios nos dice que en cada uno de nosotros se manifiesta el Espíritu para el bien común; esa es la finalidad primera del Espíritu, el Bien Común; por eso dice que hay diversidad de dones, de servicios, de funciones, pero un mismo Espíritu.
Los cristianos formamos el Cuerpo de Cristo; en cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común: todos somos necesarios para la comunión. Cuando entre nosotros no hay fraternidad, cuando entre nosotros hay división es señal de que no estamos dejando actuar al Espíritu, es señal de que estamos actuando por nuestra cuenta sin tener presente a Dios.
Por eso, no debemos de olvidarnos que “todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo”.
El Evangelio de San Juan nos decía: “Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos”. Es la descripción de una comunidad que no ha experimentado el Espíritu de Jesús resucitado. Por eso cuando lo experimentan y creen en Jesús resucitado “se llenaron de alegría”. Alegría, gozo, paz, son dones del Espíritu Santo.
Hoy nosotros podríamos preguntarnos por nuestros miedos. Miedo, porque quizá somos pocos; miedo, porque parece que en nuestra sociedad vamos perdiendo influencia; miedo porque no vemos el camino claro; miedo porque tenemos pocas vocaciones. ¡Cómo si no tuviéramos la fuerza del Espíritu!
“Entonces aparecieron lenguas de fuego, que se distribuyeron y se posaron sobre ellos”. Este es el fuego del Espíritu, la llama del amor viviente. Fuego que significa amor, amor fiel y exclusivo. Fuego que es indomable e incontrolable. El Espíritu Santo es “fuego que procede del fuego”. El Espíritu Santo es el “Amor que procede del Amor”.
Pero pensemos: ¿Quién es el Espíritu Santo? El Espíritu Santo es nada menos que el Espíritu de Dios; es decir, el Espíritu de Jesús y el Espíritu del Padre. Él es la presencia de Dios en medio de nosotros los hombres. Es el regalo que recibimos de Jesús para hacernos partícipes de su vida. Nosotros sabemos que el mejor regalo que podemos dar y recibir es el amor, el afecto.
¿Y dónde está el Espíritu Santo?
Allí donde hay un corazón inocente, incapaz de engaño o maldad, allí está el Espíritu Santo. Allí donde nace un amor sincero, sin trampa, limpio y alegre, allí está el Espíritu Santo. Allí donde la venganza se convierte en brisa suave y en perdón, allí está el Espíritu Santo. Allí donde la indiferencia egoísta hacia el hermano se transforma en cálida acogida, allí está el Espíritu Santo.
Allí donde se toma una decisión heroica en la honda paz del corazón, allí está el Espíritu Santo. Allí donde una frase de la Escritura cien veces oída de repente adquiere un nuevo sentido, allí está el Espíritu Santo. Allí donde ni razas ni lenguas crean fronteras entre los hombres, allí está el Espíritu Santo.
¿Cuándo recibimos el Espíritu Santo?
Recibimos el Espíritu Santo en los sacramentos y también en otros muchos momentos en los que Cristo se hace presente en nuestra vida: en un rato de oración, en momentos alegres, momentos de enfermedad, de sufrimiento.
Esta fiesta de Pentecostés de hoy es una llamada a vivir más atentos a la presencia del Espíritu en nosotros. Todos necesitamos el Espíritu. Sin el Espíritu, Cristo queda lejos, como un personaje de la historia, del pasado; sin el Espíritu el evangelio puede ser un libro maravilloso de literatura, pero letra muerta y nuestra misión evangelizadora queda reducida a simple propaganda, a palabras vacías, a organización sin vida.
Necesitamos el Espíritu de Dios que nos enseñe a dialogar como hermanos. Que nos enseñe a entender el lenguaje del adversario. Necesitamos el Espíritu que nos ayude a saber que nadie puede dar un paso hacia la paz si no comprendemos que nuestro adversario es nuestro hermano.
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