XXI DOMINGO ORDINARIO (CICLO B)
La liturgia de este domingo nos habla de que como personas estamos obligados a tomar decisiones en nuestra vida. Vivir es tener que decidir. Podemos decidir bien, pero también podemos decidir mal. Hemos de aprender a tomar siempre buenas decisiones en nuestra vida.
La 1ª lectura nos muestra a Josué invitando a las tribus de Israel, que estaban reunidas en Siquem, a escoger entre “servir al Señor” o a los falsos dioses o ídolos.
Desde niños nos vemos en la necesidad de escoger: “quieres una naranja o un plátano” le dice la mamá a su hijo y el niño tiene que elegir; pero a medida que vamos creciendo, saber elegir se hace más complicado y difícil. Cuando llega la adolescencia hay que elegir: seguir estudiando o no; entrar a un grupo de la parroquia o a una pandilla.
Más adelante debemos elegir una profesión que nos guste y que nos permita desarrollarnos como personas. Hay que elegir también entre esta o aquella muchacha para que sea nuestra novia; que tipo de coche comprar. Es decir, nos pasamos la mayor parte de nuestra vida teniendo que elegir, teniendo que tomar decisiones, porque “la felicidad está en escoger la mejor de mis posibilidades y realizarla”.
Hoy también se nos pregunta a nosotros: “¿a quién quieres servir?”
Dios no quiere compartir nuestro corazón con los ídolos, por ello, hoy tenemos que preguntarnos: ¿servimos al Señor porque es nuestro Dios o servimos, al mismo tiempo, a los ídolos?
La 2ª lectura de San Pablo a los Efesios, nos habla de la elección que hacen el marido y la mujer, uno del otro, cuando contraen matrimonio.
Al escoger esposo o esposa, la mujer y el hombre tienen que renunciar a todos los demás candidatos y todas las demás candidatas posibles y a todas las personas que por más maravillosas que pudieran ser se encuentre uno en el futuro.
El matrimonio cristiano no puede convertirse en una competición para ver quien tiene más derechos o más obligaciones sino en una comunión de vida de personas que, a ejemplo de Cristo hacen de su vida un compartir y un servicio a todos los hermanos que caminan a su lado.
Lo importante es que ambos, marido y mujer, vivan unidos por un amor mutuo a ejemplo del amor de Cristo a la Iglesia.
En el Evangelio de san Juan, Jesús le pregunta a sus discípulos y nos pregunta también hoy a nosotros: “¿También vosotros queréis marcharos?”
Jesús como hombre debió sentir una cierta angustia por el abandono de sus discípulos.
Nosotros debemos seguir a Jesús, y seguirlo a Él significa optar por Él en cada circunstancia de nuestra vida. No basta elegirlo una sola vez y después irnos desviando poco a poco: nuestra elección tiene que ser renovada, constante y permanente.
Por otro lado, separase de Jesús puede también ser en forma progresiva. Dice el Evangelio: “Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar.”.
Todos nosotros que formamos su Iglesia de hoy, inicialmente elegimos a Dios, pero no basta elegir a Dios una sola vez en la vida: esa elección hay que renovarla constantemente, en especial ante ciertos conflictos.
En nuestra vida de creyentes, hay momentos en que nos encontramos ante una situación y pregunta semejantes a la que nos plantea el evangelio: ¿continuamos con Jesús?, ¿lo abandonamos?
Cuando nos cansamos de seguir haciendo el bien y buscando la verdad, de promover el amor y la justicia, cuando dejamos de ir a misa o nos resulta insoportable tal o cual persona, cuando nos pesa la fidelidad matrimonial o la familia, cuando confrontamos la enseñanza del evangelio con nuestra manera de pensar y descubrimos que tenemos miedo a comprometernos y a seguir a Cristo incondicionalmente, estamos dejando de lado al Señor.
Y Cristo podría preguntarnos también: “¿También vosotros queréis marcharos?”. Y nuestra respuesta no puede ser otra que la de Pedro: “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna”.
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