Vistas de página en total

lunes, 6 de septiembre de 2021

 

XXIV DOMINGO ORDINARIO (CICLO B)

¿Qué buscamos en la vida?  Seguramente tener buena salud, que haya felicidad en nuestra familia, tener trabajo, buenas relaciones con la gente y con Dios.  Sin embargo, las lecturas de hoy nos van a hablar del misterio del dolor humano –tan difícil de aceptar y de comprender– y así ayudarnos a entenderlo un poco más.

En la 1ª lectura, el profeta Isaías nos habla de su confianza en la protección del Señor.

Muchas veces sentimos miedo.  Tenemos miedo porque somos humanos y por lo tanto no tenemos por qué avergonzarnos de ello.  Pero no podemos vivir bajo la autoridad del miedo.  No podemos vivir escondiéndonos y ocultándonos toda la vida.  Hay que proclamar, donde sea, que somos cristianos, porque quien confía en Dios y vive en fidelidad a los planes de Dios, no quedará defraudado.

No podemos pasarnos la vida, inmersos en la cultura de la facilidad y de la comodidad.  No podemos vivir encerrados en nosotros mismos.   Es necesario adherirnos al proyecto de vida que Dios nos confía, incluso cuando lo que Dios nos pide vaya en contra de lo que dice el mundo; es necesario que asumamos el papel que Dios nos llama a desempeñar en esta vida y a comprometernos en la transformación del mundo. Hay que confiar en Dios.

La 2ª lectura del apóstol Santiago nos dice que la fe sin obras es una fe muerta.

La fe tiene que ser acompañada por las obras. Lo que pide Santiago es coherencia entre la fe y el estilo de vida.

Santiago denuncia la tendencia que todos tenemos a contentarnos con las palabras – palabras bonitas, solemnes – pero sin pasar a cumplirlas en la vida.

¿Cómo es nuestra conducta con los que no tienen que comer ni vestir?  No basta con decirles palabras de ánimo y no ayudarles.

Mirando a países más pobres, o mirando sencillamente a nuestro alrededor, referido a lo económico, o también a lo humano: ¡cuántos necesitan de nuestro interés, de nuestro tiempo, de nuestra acogida, de nuestra esperanza! Y podemos quedarnos en palabras muy bien sonantes – comunidad, solidaridad, justicia, democracia, amor fraterno – y no pasar a lo concreto, a una actuación coherente. También lo dice san Juan en su primera carta: “Hijos, no amemos de palabra ni de lengua, sino con obras y de verdad”

En Evangelio de San Marcos, Jesús decía: “quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará”.

El seguimiento de Jesús no consiste en un camino de rosas. Para seguir sus pasos es necesario negarse uno a sí mismo, tomar nuestra propia cruz y acompañarlo. Pero no estamos solos. Podemos vivir el sufrimiento acompañados por Jesús.

El que gane su vida la perderá, el que no piense más que en todo eso que tantas veces constituye nuestra vidael dinero, la posición social, la diversión, la salud. El que no viva más que para triunfar a toda costa en la vida humana se perderá a sí mismo.

El hombre vale, no lo que valen sus posesiones. El hombre vale lo que vale su corazón, en su tendencia hacia fuera. El hombre comienza a ser hombre de verdad cuando empieza a amar y llega al sumo de ser hombre, cuando se da del todo y da su vida por el amigo.  “el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará”.

Pero… ¿qué significa querer salvar nuestra vida? Significa querer aferrarnos a todo lo que consideramos que es “vida” sin realmente serlo.  Es aferrarnos a lo material, a lo perecedero, a lo temporal, a lo que nos da placer, a lo que nos da poder, a lo ilícito, etc. Si pretendemos salvar todo esto, lo perderemos y, como si fuera poco, perderemos la verdadera “Vida”. Pero si nos desprendemos de todas estas cosas, salvaremos nuestra Vida, la verdadera, porque obtendremos, como Cristo, el triunfo final: la resurrección y la Vida Eterna.

Que esta Eucaristía que ahora celebramos nos dé la fuerza que necesitamos para vivir con mayor intensidad la enseñanza de Jesús.

No hay comentarios:

Publicar un comentario