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lunes, 14 de marzo de 2022

 

III DOMINGO DE CUARESMA (CICLO C)

Las lecturas que acabamos de proclamar en este tercer domingo de Cuaresma son una invitación a corregir nuestra mentalidad.  No se trata de hacer más cosas sino de hacerlas con el espíritu de Dios.  Hay que dejar que Dios nos libere para que nos transformemos en hombres nuevos, libres de la esclavitud del egoísmo y del pecado, para que en nosotros se manifieste la vida en plenitud, la vida de Dios.

La 1ª lectura del libro del Éxodo nos recuerda cómo Dios elige a Moisés para ser el líder que libere a su pueblo de la esclavitud.

La humanidad exige hoy una liberación política, cultura y económica: los pueblos luchan por su libertad, no queremos hoy dictaduras, aunque sean disfrazadas de democracias; los pobres luchan para liberarse de la miseria, de la ignorancia, de la enfermedad; los obreros luchan por el derecho a un trabajo digno; las mujeres luchan por la defensa de su dignidad; los estudiantes luchan por un sistema educativo que los prepare bien para desempeñar un papel útil en la sociedad.

Tenemos que ser conscientes que donde haya una persona que trabaje por un mundo más justo y más humano, allí está Dios, ese Dios que no está de brazos cruzados ante las injusticias.

Dios actúa en nuestra vida y en nuestra historia a través de hombres y mujeres de buena voluntad que aceptan, como Moisés, ser instrumentos de Dios para mejorar este mundo.

Ante los sufrimientos e injusticias hay que preguntarse: ¿qué estoy haciendo?  ¿Vivimos con la pasividad de quien cree que ya ha hecho lo suficiente y que ahora les toca a los demás? O ¿Somos como Moisés que colaboramos con Dios en la construcción de un mundo más justo y más humano?

La 2ª lectura de San Pablo a los Corintios nos advierte que cumplir ritos externos y vacíos no es lo importante; lo importante es estar en comunión con Dios, hacer la voluntad de Dios y vivir de acuerdo a los planes de Dios.

San Pablo nos dice que en el éxodo, todos cruzaron el mar rojo y todos se alimentaron de la misma comida y bebida, pero no todos llegaron a la tierra prometida.  El que todos los cristianos hayan recibido el mismo bautismo y participen de la misma Eucaristía, puede que tampoco sea suficiente para alcanzar la salvación. 

Los sacramentos no son ritos mágicos que produzcan su efecto mecánicamente; exigen nuestra colaboración de fe y de vida.  El pertenecer a la Iglesia “no es un seguro de vida”.  Lo importante es como dice Jesús: “escuchar y practicar la Palabra de Dios”.

Hay que dejar de aparentar ser cristiano y optar por ser cristiano de verdad.

El Evangelio de San Lucas es una llamada a la conversión y una invitación a examinar nuestra vida para ver el paralelismo entre estos acontecimientos: la muerte de unos galileos y los 18 que murieron aplastados, y las situaciones que vivimos nosotros: problemas políticos, malestar social y económico, enfrentamientos personales, accidentes de tráfico y de trabajo… ¿Cómo intervenimos en ellos: con despreocupación, positiva o negativamente?…

Los acontecimientos de la historia no pueden dejamos indiferentes, puesto que Dios nos ha colocado como protagonistas de ella.

Debemos cambiar todo lo que no sea según la palabra de Dios, todo lo que no busque la igualdad entre todos los hombres. Lo sucedido en ambos casos es un aviso y un llamamiento para todos a la conversión, a vivir verdaderamente; nos invitan a avanzar por el camino de la justicia que Jesús anuncia y promueve, o todos acabaremos mal. Porque Dios y la injusticia humana son incompatibles. Y lo que es opuesto a Dios es desastre absoluto y definitivo.

Todas las catástrofes que se producen nos anuncian la necesidad que tenemos todos de volvernos a Dios. En definitiva, estos acontecimientos nos vienen a decir: ¿Cómo te gustaría haber empleado el tiempo de tu vida cuando te llegue el momento de dejarla? La respuesta a esta pregunta y el ser consecuente con esa respuesta es lo más importante para la vida de cada ser humano.

El otro signo de llamada a la conversión es el relato de la higuera estéril.  No podemos vivir cruzados de brazos.  Con la parábola de la higuera, Jesús quiere enseñarnos la necesidad que tenemos los hombres de dar una respuesta, unos frutos en la vida. Frutos de justicia, de amor, de libertad, de paz… No podemos vivir con los brazos cruzados, sin hacer nada, sin ningún esfuerzo. Debemos colaborar con nuestro trabajo a la obra de Dios, debemos realizarnos plenamente como personas haciendo el bien que Dios espera de nosotros.

Para Jesús todos somos como aquella higuera plantada en la viña, que con frecuencia no damos el fruto que cabría esperar. Pero, al mismo tiempo, se nos ofrece la posibilidad de darlo en adelante. No tenemos excusa para no dar frutos.  ¿Estamos dando los frutos que Dios espera de cada uno de nosotros? Es triste que una persona que recibe de Dios la vida, el regalo más lleno de posibilidades, vaya pasando los días malgastándola inútilmente.

Ojalá que esta Cuaresma, todos, demos frutos y el mayor fruto sea nuestra conversión.

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