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lunes, 8 de agosto de 2022

 

XX DOMINGO ORDINARIO (CICLO C)

Las lecturas de este domingo nos invitan a no sucumbir en la fe y nos recomienda que permanezcamos fieles en la lu­cha contra el pecado con los ojos fijos en Dios.

La 1ª lectura del profeta Jeremías nos presenta cómo la vida de Jeremías es toda una tragedia: ama a su pueblo y desea para todos lo mejor, pero tiene que anunciarles lo peor.  Sin embargo Jeremías cumple su misión y anuncia a todos la amarga verdad que le ha sido revelada.  Esto le acarrea la persecución de sus paisanos.

El auténtico mensajero de Dios debe siempre anunciar la verdad aunque le cueste la cárcel y la muerte. La «verdad» siempre es algo duro de pelar, acarrea más momentos de tristeza que de gozo y de alegría.  Jeremías es odiado por los ministros del rey e incluso por el mismo pueblo por quien tanto trabajó durante cuarenta años para obtener su conversión.

La 2ª lectura de la carta a los Hebreos se dirige a una comunidad cansada y vacilante en la fe. Los peligros a que se refiere son los de la segunda generación. Ha desaparecido el primer entusiasmo, la novedad del mensaje se ha convertido en costumbre, se dejan sentir las dificultades internas y externas y el camino de la cruz y de la resurrección se presenta como una carga pesada. La comunidad es muy distinta de lo que cabía esperar.

Hoy son muchos los cristianos y las comunidades inseguros en su fe. Son cristianos comprometidos, quieren instruirse, se plantean los problemas actuales, pero no saben qué camino tomar. Es el momento de aceptar la sabiduría de la cruz. Estar bajo la ley de la cruz significa, para la comunidad, soportar las tensiones y contradicciones en el interior de la comunidad, de la Iglesia, y perseverar a la espera del que da razón de nuestra fe: Cristo Jesús.

El Evangelio de san Lucas  nos dice hoy que la Buena Nueva es una noticia inquietante, que puede engendrar la división hasta en la propia familia.

Seguir a Cristo requiere una opción personal consciente. En el evangelio de hoy nos lo dice el mismo Cristo con imágenes muy expresivas. No ha venido a traer paz, sino guerra. El mismo que luego diría: “mi paz os dejo, mi paz os doy”, nos asegura que esa paz suya debe ser distinta de la que ofrece el mundo.

Nos asegura que ha venido a prender fuego en el mundo: quiere transformar, cambiar, remover. Y nos avisa que esto va a dividir a la humanidad: unos lo van a seguir, y otros, no. Y eso dentro de una misma familia. Cristo -ya lo anunció al anciano Simeón a María- se convierte en signo de contradicción. Si sólo buscamos en el evangelio, y en el seguimiento de Cristo, un consuelo y un bálsamo para nuestros males, o la garantía de obtener unas gracias de Dios, no hemos entendido su intención más profunda. El evangelio, la fe, es algo revolucionario, dinámico, hasta inquietante.

El ser fieles al evangelio de Jesús muchas veces también a nosotros nos produce conflictos. Estamos en medio de un mundo que tiene otra longitud de onda, que aprecia otros valores, que razona con una mentalidad que no es necesariamente la de Cristo. Y muchas veces reacciona con indiferencia, hostilidad, burla o incluso con una persecución más o menos solapada ante nuestra fe. Tener fe hoy, y vivir de acuerdo con ella, es una opción seria. No se puede compaginar alegremente el mensaje de Cristo con el de este mundo. No se puede «servir a dos señores»

Siempre resulta incómodo luchar contra el sentir ambiental, sobre todo si es más atrayente, al menos superficialmente, y menos exigente en sus demandas. La visión del mundo que Jesús nos va ofreciendo en las páginas de su evangelio tiene muchas veces puntos contradictorios con la visión humana de las cosas. Ser cristiano es optar por la mentalidad de Cristo. No se puede seguir adelante con medias tintas y con compromisos.

El evangelio es un programa de vida para fuertes y valientes. No nos exigirá siempre heroísmo -aunque sigue habiendo mártires también en nuestro tiempo-, pero sí nos exigirá siempre coherencia en la vida de cada día, tanto en el terreno personal como en el familiar o sociopolítico.

La paz de Cristo, la verdadera, está hecha de fuego y de lucha.

Cada vez que celebramos la Eucaristía, ciertamente nos dejamos envolver en la paz y el consuelo de Dios. Pero a la vez esta celebración nos compromete a una vida según Cristo, y a una lucha por defender nuestra fe.

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