Vistas de página en total

lunes, 19 de septiembre de 2022

 

XXVI DOMINGO ORDINARIO (CICLO C)


La liturgia de este domingo nos propone, de nuevo, la reflexión sobre nuestra relación con los bienes de este mundo y cómo debemos comportarnos con todo aquello que nos es dado.

El profeta Amós, en la 1ª lectura que hemos proclamado, denuncia a los que viven rodeados de lujos y comodidades a espaldas del sufrimiento de los oprimidos. Amós denuncia a aquellos que viven ciegos ante los sufrimientos y desgracias de los demás.  No podemos desentendernos del sufrimiento del hermano; no puede ser que sólo nos preocupemos de nuestro propio bienestar; que nos hagamos de la vista gorda ante el dolor ajeno; que no seamos solidarios con los que viven peor que nosotros; que ignoremos la necesidad del hermano.  Todas estas actitudes Dios las reprueba.

Es inmoral silenciar y vivir a espaldas de las necesidades de los hermanos.  No podemos estar rodeados de lujos, viviendo en una celebración de fiesta constante, ignorando al mismo tiempo la solidaridad y la justicia, haciendo oídos sordos al clamor del hermano necesitado.

San Pablo, en su carta a Timoteo, nos hace una llamada a la lucha por la fe. El hombre piadoso, religioso, sabe que en este mundo, mantener la fe, no es fácil, porque las cosas de Dios y del evangelio no se imponen por sí mismas. Otros dioses, otros poderes, roban el corazón de los hombres y es necesario mantener la perseverancia. Por ello San Pablo nos urge a vivir seriamente nuestra vida cristiana practicando las virtudes y guardando el “Mandamiento de Jesús”.

El cristiano debe luchar por mantenerse fiel a las exigencias de su fe, en medio de un mundo adverso a ella. Nuestra fidelidad, nos llevará a poseer la vida en el Reino de Dios, a la que todos hemos sido llamados. Pero es preciso dar testimonio de nuestra fe cristiana como lo hizo Jesús en el momento más crucial de su vida.

En el evangelio de San Lucas, hemos escuchado la parábola del rico epulón y  el pobre Lázaro.  La persona que sólo vive para sí mismo, que no comparte lo que tiene con los demás, acaban en la muerte, en el aislamiento, en la oscuridad.  El egoísta acaba en el infierno. Y el infierno es sobre todo la expresión de la soledad y el sufrimiento de aquél que ha decidido no vivir más que para sí mismo.

Ésta parábola no quiere meternos miedo sobre lo que nos espera en el más allá,  la parábola intenta sobre todo que reflexionemos sobre nuestra vida, que veamos en qué estamos poniendo nuestros intereses y motivaciones.   Y para conseguir esto nos habla del futuro que nos espera.  Y en ese futuro puede estar Dios o puede no estar.   Es el hombre el que ya aquí, se está forjando su destino y su futuro.   Si uno de nosotros ha decidido vivir de espaldas a Dios o si no ha tenido en cuenta para nada los dictámenes de su conciencia, si los gritos de los pobres y hambrientos de este mundo no han conmovido su corazón, si no ha pensado más que en engordar su cuenta bancaria y rodearse de las mayores comodidades,  ése al final se encontrará con lo que ha elegido:  la soledad, el aislamiento, la oscuridad absoluta, en definitiva con la muerte eterna, porque el que no puede relacionarse ni comunicarse es como el que está muerto. Una eternidad sin posibilidad de relacionarse ni de comunicarse.   ¿Se puede imaginar un infierno peor?  Sin embargo, aquél que teniendo mucho o poco, se ha preocupado por los demás, ha compartido su tiempo y dinero, ha trabajado por un mundo más justo y humano, ése al final, se encontrará con el Reino de Dios, el Reino de la fraternidad, de la relación, del amor, de la compañía y del gozo eterno.  Eso es el cielo, estar con los demás en paz, comunicar y compartir todo lo que se es, y sobre todo ver y contemplar a Dios, el Padre de todos.

Por eso también, tenemos que dejar de tener miedo a Dios, porque Él no castiga. Es el hombre el que elige su destino: egoísmo o solidaridad, individualismo o comunidad, muerte o vida. Dios respeta nuestra libertad. Dios lo que hace es ofrecernos la oportunidad de llevar a plenitud todos nuestros deseos y trabajos por establecer un mundo más justo y más fraterno.   Por eso, si hemos de tener miedo a algo es al egoísmo y a todas esas fuerzas malignas que nos llevan a romper con los demás.

El mundo nos dice que después de la muerte no hay nada.  Que lo único que importa es pasarlo bien, prosperar, aprovecharse de todos y de todo.  Es mejor vivir como el rico epulón,  y los lázaros de este mundo que soporten su desgracia y allá ellos.   Sin embargo nosotros hemos oído otro mensaje. Nuestra conciencia nos dice que no, que  esto no puede ser, que el amor y la libertad, la justicia tienen que tener un destino mejor.

¿A quién creeremos, a Dios y a la conciencia o a lo que nos dicta la moda, la sociedad consumista?  Hermanos,  pidamos al Señor en esta eucaristía que nos ilumine y nos de fuerzas para que elijamos servir a la vida, y nos libre de la muerte eterna.

No hay comentarios:

Publicar un comentario