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lunes, 20 de marzo de 2023

 

V DOMINGO DE CUARESMA (CICLO A)


Nos encontramos hoy en el 5to. y último domingo de Cuaresma, el próximo domingo celebraremos el Domingo de Ramos.

La liturgia de hoy gira en torno a la última de las catequesis bautismales que nos ha ido presentando el evangelista S. Juan.   A lo largo de estos tres últimos domingos hemos visto como Cristo es el agua viva que puede colmar nuestra sed para siempre; el domingo pasado veíamos como Cristo es también la luz del mundo, el único que puede iluminar nuestros momentos de oscuridad, y este domingo vemos como Cristo es la vida.

En la 1ª lectura del libro del profeta Ezequiel vemos al pueblo de Dios desterrado y alejado del Señor a causa de su infidelidad, de su pecado.  Ya no tienen futuro, su futuro es la muerte.  Pero Dios le ofrece a su pueblo una nueva oportunidad, una nueva vida para que el pueblo recobre la esperanza y renueve su vida.

Hay situaciones en las que se nos hace difícil levantar cabeza.  Perdemos a los seres queridos; perdemos los bienes materiales; nos enfermamos y la edad va acabando con nuestras capacidades.  Las ilusiones se mueren y pareciera que la posibilidad de una vida mejor es imposible e incluso perdemos las fuerzas para seguir luchando en la vida.  Vemos también que hay cristianos que causan dolor y sufrimiento a otros seres humanos y son causantes de la pobreza y de la explotación humana.

En medio de todas nuestras angustias el Señor se acerca a nosotros para darnos la mano y ofrecernos una vida más digna, menos angustiante y sobre todo el Señor nos da esperanza de que podemos alcanzar esa vida mejor que deseamos.

Pero tenemos que ser conscientes de que no vamos a ser nosotros los que salvemos al mundo, es Dios, por medio nuestro el que cambiará nuestra vida.  Por ello debemos ser colaboradores de Dios.  Los que creemos en Dios no podemos ser signo de maldad, de destrucción o de muerte para los demás, sino que hemos de ser signo de salvación y de vida.

La 2ª lectura, de San Pablo a los Romanos, nos recuerda que el día de nuestro bautismo optamos por Cristo y por la vida nueva que Él nos ofrece, por ello nos invita San Pablo, a ser coherentes con esa opción, a vivir como hijos de Dios.

Nuestra vida no se puede desarrollar viviendo al margen de Dios y de sus propuestas, esto es vivir “según la carne”, sino vivir según los planes y propuestas que Dios tiene proyectado para cada uno de nosotros, y esto es vivir “según el Espíritu”.  Como bautizados hemos escogido vivir identificándonos con Cristo.  Una vida sin Cristo, tarde o temprano, conduce al fracaso de la persona.  Una vida con Cristo nos da felicidad.

El Evangelio de San Juan, nos ofrece la 3ra., y última catequesis bautismal que recibían los catecúmenos que iban a recibir el bautismo la Vigilia Pascual. 

Para los “amigos” de Jesús, es decir, para toda persona que acepta y vive según los criterios de Dios, no hay muerte.  Podremos morir físicamente, pero esa muerte no es desaparición o destrucción: es el paso hacia la vida definitiva.

Jesús le dice a Marta: “Yo soy la resurrección y la vida, ¿crees esto?”  Esta es la pregunta que Jesús nos hace hoy a nosotros.

Muchos que se llaman creyentes, viven en realidad como ateos, porque no creen en la vida, porque no luchan para que haya vida allá donde la vida está amenazada.

Creer que Cristo es la resurrección y la vida es comprometernos a no destruir la fama de los demás, es solidarizarse con los pobres, es perdonar, es amar. Sobre todo amar, porque al final sólo queda el amor y el amor es la verdadera vida.

Jesús le grita a su amigo: “¡Lázaro, sal de allí!” y con la fuerza del Espíritu, que posee como Hijo de Dios, lo devuelve a la vida.  Jesús también nos grita a cada uno de nosotros: “sal de ahí”, comienza a vivir, sal del sueño, de la pasividad, de la mentira, de la vulgaridad.  Es hora de vivir, de participar de la vida del Resucitado.

Por lo tanto ya no vivimos para la muerte, sino para la vida y si vivimos para la vida hemos de ir renunciando a las obras de la muerte: egoísmo, codicia, violencia, mentira, injusticias, esclavitud, y hemos de dedicarnos a las obras de la verdadera vida: generosidad, afecto, amistad, así podremos ir experimentando ya desde ahora la realidad de la resurrección, de nuestra futura vida en Dios.

El Señor nos invita hoy a vivir, y vivimos cuando somos capaces de amar, cuando experimentamos que somos amados, cuando nos hacemos solidarios de las miserias y de las exigencias de los demás, cuando dejamos atrás el egoísmo, cuando participamos en las obras sociales y en las cosas de la Iglesia.  Así fue como vivió Jesús.

No tengamos miedo, Jesús no nos llama al sufrimiento, nos llama a vivir.  Jesús le dice a Marta: “Yo soy la vida”, y cuando proclama “yo soy la vida”, nos dice que para estar con Él hay que saber saborear esta vida nuestra en todo lo bueno que tiene, en toda su plenitud.  Hay que hacerlo sin miedo.

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