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lunes, 15 de mayo de 2023

 

LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR (CICLO A)


Hoy celebramos la fiesta de la Ascensión del Señor. Jesús sube al cielo y encomienda la tarea de continuar su misión a los Apóstoles, a la Iglesia, a cada uno de nosotros, que somos sus discípulos.

La 1ª lectura, del libro de los Hechos de los Apóstoles, nos ha contado el episodio de la Ascensión del Señor a los cielos. 

Jesús subió al cielo no como un astronauta.  Jesús resucitó para vivir en el cielo después de haber vivido en la tierra.  Nosotros tenemos que mirar al cielo y a la tierra.  Tenemos que mirar al cielo, porque el cielo es nuestra felicidad.  La felicidad sólo la encontramos en Dios.

Muchos buscan la felicidad en las riquezas, pero las riquezas son como el agua salada, que cuento más se bebe da más sed.  También, cuantas más riquezas se tienen, más se quieren.  Algunos parecen que todo lo tienen.  Andan de fiesta en fiesta, y sin embargo, se sienten vacíos.  Buscan la felicidad donde no está, y al no encontrarla caen en la desesperación y en la depresión.

Muchas personas piensan que el tiempo pasa, que pasan los años y que se acerca la vejez, y ven que tienen sus manos vacías porque buscaron la felicidad por caminos equivocados.

Nosotros, además de mirar al cielo, tenemos que mirar a la tierra. Jesús ha dicho que no todos los que dicen “Señor, Señor” entrarán en el reino de los cielos, sino los que cumplen la voluntad de Dios. Y la voluntad de Dios es que una persona egoísta se haga una persona de amor a los demás.

El amor ha de mostrarse también en las palabras, pero dejaría de ser amor si sólo se quedara en palabras. Dicen que vale más un acto de amor que mil palabras sin amor.

Cristo, en su Ascensión, ya ha alcanzado lo que nosotros esperamos: el gozo de estar con Dios.  Si queremos seguir su camino, hemos de procurar la fraternidad y no el odio, la justicia y no la injusticia, la paz y no la guerra, lo que nos une y no lo que nos separa.

Para seguir el camino de Cristo, tendremos que remar contra corriente. Pero vale la pena, porque el pez que está muerto es el que se deja llevar por la corriente, no el pez que está vivo.

No es fácil remar contra corriente, pero no estamos solos. Jesús nos acompaña: “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.

Este es el gran secreto que alimenta y sostiene al verdadero creyente: el poder contar con Jesús resucitado como compañero de nuestra vida.

Día a día, Él está con nosotros quitando las angustias de nuestro corazón y recordándonos que Dios es alguien cercano a cada uno de nosotros. Él está ahí para que no nos dejemos dominar nunca por el mal, la desesperación o la tristeza.

En Él tenemos la gran seguridad de que el amor triunfará. No nos está permitido el desaliento. No puede haber lugar para la desesperanza.  El gran secreto que nos hace caminar día a día llenos de vida, de ternura y esperanza es que Jesús está con nosotros.

Hoy celebramos la Jornada Mundial de las comunicaciones con el lema: Hablar con el corazón”

Hoy es más necesario que nunca que se afirme una comunicación no hostil. Una comunicación abierta al diálogo con el otro, que favorezca un “desarme integral”, que trabaje para desmontar la “psicosis bélica” que se anida en nuestros corazones.

Hablar con el corazón significa “dar razón de la esperanza que hay en nosotros” y hacerlo con afabilidad, utilizando el don de la comunicación como un puente y no como un muro. En un tiempo caracterizado –también en la vida eclesial– por polarizaciones y debates exasperados que exacerban los ánimos, estamos invitados a ir contra corriente.

No hemos de tener miedo de afirmar la verdad, a veces incómoda, que tiene su fundamento en el Evangelio; pero, al mismo tiempo, no hemos de separar este anuncio de un estilo de misericordia, de sincera participación en las alegrías y los sufrimientos de las personas de nuestro tiempo, como nos enseña de modo sublime la página evangélica que narra el diálogo entre el misterioso Viandante y los discípulos de Emaús.

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