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lunes, 11 de marzo de 2024

 

V DOMINGO DE CUARESMA (CICLO B)


Estamos ya en el último domingo de Cuaresma preparándonos para vivir intensamente la Semana Santa. 

La 1ª lectura, del profeta Jeremías, es una llamada a la responsabilidad personal para poner de manifiesto que aunque cambien las cosas, Dios no cambia y mantiene su promesa de salvación.

Hemos de ser fieles a Dios y buscar siempre el bien común, hemos de estar siempre atentos a descubrir la voz de Dios; hemos de estar siempre con la mente y el corazón abiertos para encontrarnos con Dios tanto en la prosperidad como en la adversidad, en compañía o en soledad.

Para poder encontrarnos con Dios no es esencial obedecer leyes, no deberíamos de amar a Dios porque hay una ley, un mandamiento que nos lo manda, sino que hemos de amar a Dios por convicción no por imposición.

Hay personas que creen que el hombre va a ser mejor con nuevas y mejores leyes, con más estudios, con mayores ingresos económicos, con mayor libertad, etc., y nos olvidamos que “hecha la ley, hecha la trampa”.  Se le ha hecho de todo al ser humano: torturarlo, perseguirlo, amarlo, llenarlo de cosas, de placeres, y al final descubrimos que hay una hierba mala que resiste todos los climas y culturas.  Necesitamos algo distinto y eso es lo que hoy nos dice la primera lectura: hay que ir a la raíz, directo al corazón.

El corazón es la sede de los pensamientos, decisiones y afectos más profundos y ahí es donde debemos permitir que entre Dios si de veras queremos acabar con el problema de mal. 

No es cumpliendo leyes como vamos a mejorar, a ser más felices, sino metiendo a Dios en nuestro corazón.

La 2ª lectura, de la carta a los Hebreos, nos describe con palabras conmovedoras y llenas de realismo la oración y la angustia de Jesús.

Jesús es solidario con todos los hombres, es solidario con todos los instantes de nuestra vida.  No estamos solos frente a los problemas, frente a nuestra fragilidad o debilidad; Cristo nos entiende, camina a nuestro lado, nos anima cuando no podemos caminar y nos muestra el camino que nosotros debemos recorrer para vivir esa vida plena que Dios nos quiere ofrecer.

Jesús nos enseña que el único criterio de nuestra vida debe ser el amor, esa fue la única arma que Él utilizó, aunque el amor enfrentado al mundo muchas veces nos lleve a la muerte, por ello el Señor también nos recomienda la oración.  Amor y oración es el camino que nos enseña Jesús para nuestra vida.

El evangelio de san Juan nos muestra a unos griegos que le dicen a Felipe: Quisiéramos ver a Jesús”. 

“queremos ver a Jesús”, esta es también la petición que el mundo moderno nos hace a los cristianos.  Y nosotros debemos satisfacer esa petición.  Nosotros, los cristianos, deberíamos de estar preparados para poder hablar de Jesús con todos aquellos que aún no lo conocen o están más apartados de Él.

Nosotros en nuestra vida cristiana nos hemos encontrado con Dios y debemos de compartir ese descubrimiento con otros. Nosotros que somos discípulos del Señor, debemos de conocerlo bien para mostrarlo a otros.

El mundo moderno está orgulloso de sus conquistas, de su progreso.  Progresar significa hacer mucho camino, correr, caminar cada vez más deprisa.  El hombre moderno corre, está devorado por la velocidad, pero en su carrera ha terminado por olvidarse de Dios, ha terminado por olvidarse de la oración, del amor, de la caridad.  El hombre de hoy incluso se ha olvidado de sí mismo, ya no sabe ni a donde va.  ¿Y para qué tanto correr?

El hombre de hoy, a pesar de tantas cosas como tiene le falta algo, el hombre de hoy se siente vacío y frustrado y esto es debido a que siente nostalgia de algo que ha perdido y lo que ha perdido es a Dios.

Hay que volverle a dar al hombre el deseo de Dios, el deseo de conocer a Dios.  Y conocer a Dio no de una forma teórica.  A Dios no lo podemos enseñar teóricamente, hay que experimentarlo, hay que vivirlo.  Hay que tener el corazón limpio para que Dios entre  en él.  Cristo nos dice: “Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios”.

Hoy, día, nos lamentamos de la indiferencia, del desinterés de muchas personas de nuestro tiempo hacia Dios, hacia las cosas de la Iglesia.  Hoy día hay muchas personas dormidas en la fe, pero ante esto se nos plantea una pregunta: ¿qué hacemos nosotros por despertar a tantas personas dormidas?  ¿Qué imagen de Dios somos capaces de presentar a otras personas? 

Hay muchas personas que las dejamos dormir.  Y nos olvidamos que nosotros tenemos una marca, la marca de los hijos de Dios.  En todos los hombres existe esta marca, quizá, en algunos, sepultada por el polvo y el sueño.  Nuestra tarea es hacer que todas esas personas despierten a Dios.

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