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lunes, 17 de febrero de 2025

 

VII DOMINGO ORDINARIO (CICLO C)


En este domingo, las lecturas nos invitan a reconocer la dignidad de Hijos de Dios y por tanto dignos de ser amados tal como Dios los ama, a todas las personas, incluso a aquellas personas que nos insultan y persiguen y que consideramos despreciables por su forma de ser  o de actuar.

Estamos llamados a amar a todos los hijos de Dios. A ser misericordiosos, incluso con los que no lo son, porque Dios ama y es justo incluso con los que no lo aman.

La 1ª lectura del Primer libro de Samuel nos presenta el ejemplo de David.  David tenía la posibilidad de matar a su enemigo Saúl, en cambio, en lugar de matarlo, escoge perdonarlo.

La violencia se ha adueñado de nuestras vidas, de la historia de la humanidad.  En los últimos 100 años hemos conocido dos guerras mundiales y muchísimas pequeñas guerras por todas partes.  Como resultado, han muerto y siguen muriendo, muchos millones de seres humanos y el sufrimiento de muchas familias.  Existe también el miedo de una guerra nuclear y vemos diariamente en las noticias la violencia por todas partes y la violencia dentro de la propia familia.

La violencia no puede ser la solución para construir un mundo en paz, no puede ser la solución para solucionar los conflictos tanto personales como mundiales. No podemos aplicar la ley del Talión: Ojo por ojo y diente por diente.  Hay que aprender a perdonar, a amar. 

La vida humana es sagrada y no tenemos derecho a quitársela a nadie.  Por ello, en ningún caso se justifica ni podemos estar de acuerdo con la pena de muerte. 

Tenemos el derecho de exigir justicia cuando nos han causado algún daño y esto está bien, pero si sabemos perdonar al que nos ha causado ese daño, habremos actuado como auténticos cristianos.

La 2ª lectura de San Pablo a los Corintios nos sigue hablando, como el domingo pasado, de la resurrección de Cristo y de la nuestra.

Somos imagen del hombre terreno, pero estamos llamados a ser imagen del hombre celestial.  Por eso no hemos nacido para quedarnos aquí en la tierra sino para ir un día al cielo.  El hombre ha soñado siempre con ser un superhombre, pero el despertar de este sueño ha sido siempre trágico.  Los nazis quisieron crear un superhombre y para ello mataron a 6 millones de judíos.

Sin embargo, Cristo, que es el último Adán, nos garantiza este sueño no de ser superhombres, sino algo mejor: hombres celestiales.  Con la resurrección, Dios nos garantiza que vamos a ser transformados y vamos a vivir una nueva vida no como hombres terrenales sino como hombres celestiales.

En el Evangelio de san Lucas, vemos como Jesús, nos invita hoy a amar a nuestros enemigos, a poner la otra mejilla, a perdonar siempre y a devolver con bien el mal que nos hagan. 

¿Por qué tanta gente vive descontenta? ¿Por qué tantos hombres y mujeres encuentran la vida monótona, superficial, indiferente? ¿Por qué se enojan en medio de su bienestar? ¿Qué les falta para encontrar de nuevo la alegría de vivir?

Quizás la existencia de muchos cambiaría y adquiriría otro color y otra vida, sencillamente si aprendieran a amar gratis a alguien.  El hombre está llamado a amar desinteresadamente. Y si no lo hace, en su vida se abre un vacío que nada ni nadie puede llenar.

Hoy escuchamos a Jesús que dice: “Haced el bien… sin esperar nada”. Esto puede  ser el secreto de la vida. Lo que puede devolvernos la alegría de vivir.

Es fácil terminar sin amar a nadie en la vida.  Hay muchas personas que dicen: no hago daño a nadie. No me meto en los problemas de los demás. Respeto los derechos de los otros. Vivo mi vida.

Pero eso, ¿es vida? Despreocupado de todos, reducido a mi trabajo, mi profesión o mi oficio, ajeno a los problemas de los demás, ajeno a los sufrimientos de la gente, me encierro en mí mismo, me aíslo de todo. ¿Para qué? ¿Para encontrar mi felicidad?

Vivimos en una sociedad en donde es difícil aprender a amar gratuitamente. En casi todo nos preguntamos: ¿Para qué sirve? ¿Es útil? ¿Qué gano con esto? Todo lo calculamos y lo medimos.

Nos hemos hecho a la idea de que todo se obtiene “pagando”: alimentos, vestido, vivienda, transporte, diversión. Y así corremos el riesgo de convertir todas nuestras relaciones en un puro intercambio de servicios.

Pero, el amor, la amistad, la acogida, la solidaridad, la cercanía, la intimidad, la lucha por el débil, la esperanza, la alegría interior… no se obtienen con dinero. Son algo gratuito, que se ofrece sin esperar nada a cambio.

Hoy, también nos dice Jesús que hemos de amar a nuestros enemigos.  El amor a los enemigos es una característica esencial del mensaje de Jesús. Es la meta que Él nos señala. Es una realidad humanamente inalcanzable. ¡Cuántas personas manifiestan un rechazo total al perdón de los enemigos! Y es ésta la meta que nos pone Jesús. Esta es la meta: amar a los enemigos.

Es evidente que solamente con nuestro esfuerzo humano no lo podremos conseguir. Por ello es necesario pedir la gracia de Dios que nos puede ayudar a hacer realidad lo que decimos en el Padrenuestro: “Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden “.

Jesús nos dice: ama como yo amo, ama como yo te amo. Ama a tu enemigo. Yo te ayudaré, si quieres obtener este don. Con tu fuerza no podrás dar este paso, pero yo te extiendo la mano y te acompaño. Es éste mi camino y el tuyo. Conmigo traspasarás los límites que tú sólo no puedes traspasar. Y el perdón a los demás ensanchará tu corazón y te sentirás liberado. Y tu paz será plena. Entonces sabrás qué quiere decir amar, entonces sabrás qué es el amor.

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