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lunes, 10 de marzo de 2025

 

II DOMINGO DE CUARESMA (CICLO C)


Estamos en el segundo domingo de Cuaresma y las lecturas nos invitan a transfigurarnos, a convertirnos, para que la vida diaria y sus valores vayan haciéndose presentes en nuestros pensamientos y acciones.

La 1ª lectura del libro del Génesis nos presenta a Abraham que es modelo de fe, de obediencia y de confianza en Dios para todos los creyentes.  Abraham es un hombre que acepta los proyectos de Dios y se pone al servicio total de Dios, por ello Dios hace una alianza con él.

Hoy día, existen personas que quieren prescindir de Dios en la construcción de un mundo mejor.  Hoy Dios nos dice que no es posible hacer de este mundo un paraíso sin contar con Él.  Hoy como siempre, los caminos del hombre no coinciden con los de Dios.  Y los caminos de Dios nos resultan, a veces, extraños y sorprendentes.

El hombre de hoy, también hace coaliciones, pero sus coaliciones son con la técnica, el dinero, el poder, el placer, que son los ídolos actuales.  Sin embargo, el hombre de fe, el hombre creyente tiene que hacer alianzas con Dios, tiene que unirse a Dios, tiene que ponerse al servicio de Dios y comprometerse con el proyecto que Dios tiene para este mundo y sólo así se producirá el milagro como con Abraham.

La Cuaresma es el tiempo especial para ver nuestra alianza con Dios; para ver si está deteriorada o rota y decidirnos a fortalecer esa alianza con Dios.

La 2ª lectura de san Pablo a los Filipenses, es una denuncia contra la actitud de ciertos cristianos que con su manera de vivir y de actuar se muestran como enemigos de la cruz de Cristo.

¿Cuándo somos enemigos de la cruz de Cristo?  Hay personas que llevan en el pecho la cruz, pero la llevan como un elemento de lujo o como una especie de amuleto para que los proteja.  Hay personas que se signan con la cruz en diversos momento del día: al empezar un camino, al cerrar un negocio, al hacer un examen, etc.  Muchas veces llevamos una cruz o hacemos el signo de la cruz pero sin ninguna vinculación real con la cruz de Cristo.

Por eso nos gusta una vida tranquila sin mucho compromiso real con la cruz de Cristo.  Preferimos la gracia barata que es el más grande y mortal enemigo de la Iglesia.  La gracia barata se manifiesta en el perdón sin arrepentimiento ni deseo de cambio en nuestra vida; en los sacramentos sin formación y sin preparación y en una fe tibia y sin compromiso real con Cristo.

Hay que tomar en serio la cruz de Cristo y esto significa tomar con valentía las incomodidades y los dolores de esta vida pero sin huir de este mundo, esforzándonos por mejorarlo no sólo con las fuerzas humanas sino también con la gracia de Dios.

Tomar la cruz es seguir al Señor hasta las últimas consecuencias, aunque seamos perseguidos por causa de la justicia, por causa de Jesús y llegar así a convertirnos en ciudadanos del cielo.

El Evangelio de san Lucas nos presenta la Transfiguración del Señor. Jesús se lleva a sus discípulos al monte, al silencio y allí les muestra su gloria, allí el Padre hace oír su mensaje: Éste es mi Hijo, el Elegido, escuchadlo”.  

Hoy se nos dirige a nosotros esas palabras.  Es difícil escuchar.  Muy difícil.  Oímos ruidos.  Mucha gente vive la experiencia de que su palabra se convierte en un ruido más de tantos que escuchamos.  Algunos llegan a decir: “Me siento solo, nadie me escucha, nadie me toma en serio, nadie toma en serio lo que digo”.  Es tremenda la soledad que siente las personas que no son escuchadas. 

Los hombres ya no tenemos tiempo para escuchar. Nos resulta difícil acercarnos en silencio, con calma y sin prejuicios al corazón del otro para escuchar el mensaje que todo hombre nos puede comunicar.

La soledad es saber que nadie te escucha, que nadie guarda tu palabra en su corazón, que nadie te comprende. Que nadie te presta atención.

Dios, nuestro Padre, nos pide hoy que lo escuchemos, que le prestemos atención, que le demos importancia a Él, que escuchemos a su Hijo que es la Palabra de Dios, su enviado.  Hay que hacer las “obras de Dios”, pero es necesario también escuchar a Dios.  Cuando escuchamos a Dios vamos a sentir que Dios también nos escucha a nosotros, que nos toma en cuenta.

Nos sobran ruidos, preocupaciones, ansiedades, por eso necesitamos hacer silencio en nuestra vida para escuchar seriamente a Dios que nos habla.  Hay que escuchar a Jesús porque sabemos que dice la verdad.  Porque sabemos que Él nos puede decir por qué vivir y por qué morir.  Hay que escuchar a Jesús porque así descubriremos cual es la manera más humana de enfrentarnos a los problemas de la vida y al misterio de la muerte. Hay que escuchar a Jesús para darnos cuenta dónde están las grandes equivocaciones y errores de nuestro vivir diario.

Que no se nos olvide que ser cristiano es vivir escuchando a Jesús, sólo desde la escucha, cobra su verdadero sentido y originalidad la vida cristiana.  Sólo desde la escucha nace la verdadera fe.

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